‘De Javalambre al Manaslu pasando por Japón’, un peculiar itinerario vital
Javier Pérez, guarda del Rabadá y Navarro, publica en un libro su expedición al ochomil nepalíJavier Pérez Muñoz nació en Valencia pero su vida está muy vinculada a la provincia de Teruel desde hace más de dos décadas que lleva viviendo a caballo entre ella y la localidad valenciana de Náquera; como profesor de esquí en Javalambre durante 20 temporadas y como guarda y guía del refugio de montaña Rabadá y Navarro de Camarena, desde hace trece. De ahí que el libro que acaba de publicar, De Javalambre al Manaslu, pasando por Japón, tenga al macizo turolense como punto de arranque de lo que es todo un viaje iniciático. Lo acaba de editar Rodeno y narra la experiencia del montañero en el ascenso de su primer ochomil, el Manaslu (8.163 metros) nepalí, que tuvo lugar en otoño de 2019. No es el primer libro de este tipo que se edita y no contiene ningún secreto que permita ascender un ochomil con las manos en los bolsillos, pero Pérez Muñoz asegura que “he escrito el libro que me hubiera gustado leer antes de embarcarme en esta aventura. Un libro que no cuenta hazañas increíbles al alcance de superhombres, sino un libro escrito con claridad, sin complejos y con los pies pegados al suelo. Dirigido a gente real que tiene un sueño real y que se va a encontrar con dificultades reales durante su travesía. A mi me hubiera venido muy bien un libro como este...”.
Las reflexiones, las sensaciones, los miedos, las dificultades y también las tácticas para superarlas son el material del que se nutre De Javalambre al Manaslu, pasando por Japón, que contiene poco material técnico, con abundante bibliografía específico. “En realidad nunca tuve la intención de publicar un libro”, explica el montañero. “Pero cuando marché al Manaslu me llevé un diario para ir escribiendo. En una expedición de este tipo sueles tener mucho tiempo libre y es buena idea escribir lo que te ocurre o lo que se pasa por la cabeza”. Cuando Javier López regresó comenzó a ordenar esas notas y escribir reflexiones a propósito de ellas, documentándolas con fotografías. “Comenzó a tomar cuerpo y la librería Patagonia, en valencia, me puso en contacto con Editorial Rodeno. Les pasé el libro y lo consideraron de interés para publicarlo”.
La distancia –en línea recta– entre Javalambre y el Manaslu, en el Tibet, es de aproximadamente 8.500 kilómetros, que se duplican ampliamente si nos diera por hacer el viaje por el otro lado de la Tierra, pasando antes por Japón. Desde luego no es lo que hizo Javier Pérez, pero el título de su libro hace referencia a los 40 días que convivió con un grupo de montañeros japoneses antes de atacar la cumbre del ochomil. “Tengo mucha experiencia como guía de montaña, y ya había estado en seismiles o algún sietemil, y tenía el gusanillo de hacer un ochomil”, explica Pérez. Pero encontrar un grupo de compañeros con ese objetivo y el tiempo necesario es muy complejo, “y los años se me iban pasando sin cumplir ese sueño”. Al final Pérez optó por la única alternativa viable: “Hacer una expedición comercial. Me fui por mi cuenta, me junté con una agencia en Nepal que estaba especializada en expediciones con japoneses y me uní a ellos”.
La cuarentena japonesa fue una aventura en sí misma para el montañero. “Me integré muy bien con ellos, comiendo sushi y adaptándome a sus horarios, aunque no me era nada fácil comunicarme con ellos y, aunque la experiencia fue muy buena, estuve bastante aislado”.
Aunque Javier Pérez insiste que su diario no está concebido como el de un superhombre ni narra experiencias inenarrables, la expedición tampoco estuvo exenta de dificultades. Lo cierto es que cualquier de los catorce ochomiles que existen en la Tierra tiene su complicación, por más que hoy en día sean cada vez más las expediciones que ascienden. “En este sentido el Manaslu no es ni más fácil ni más difícil que otros, pero aún así dependes de tu cuerpo, del entrenamiento que hayas llevado y de las condiciones atmosféricas”.
El valenciano considera que tuvo suerte porque regresó a Camarena habiendo hecho cumbre, “aunque por los pelos” y con un desgaste físico enorme.
El último campo base antes de atacar cumbre está situado a 7.400 metros, pero en las fechas en las que tocaba que la expedición de Javier López atacara cumbre desde allí las previsiones atmosféricas hacían inviable intentarlo. “En este caso es impensable subr así, porque la montaña manda”. La única alternativa era atacar la cumbre un día antes, desde el campo 3 y sin parar en el cuatro. “Había que ascender 1.500 metros y a los sherpas les pareció que no iba a ser posible. Yo también estaba convencido de que no lo lograríamos, pero como la alternativa era renunciar a hacer cumbre, decidimos intentarlo”.
La expedición subió del campo 3 a la cumbre y regresó al mismo campo en 20 horas de actividad consecutiva, la mayor parte de ellas por la noche, entre las 20 horas y las 15 del día siguiente. “Mi mayor problema es que me deshidraté. Sabía que el consumo de agua aumenta en altura, pero no creí que fuera a consumir tanta, y cuando llegamos al campo 4 tuve que pedir agua”.
Poco antes de hacer cumbre, amaneciendo, Javier López sintió nauseas y echó mano del oxígeno de emergencia precisamente para evitar perder todavía más agua. “La bajada fue muy dura, cuando ya estaba deshidratado. Cada veinte pasos tenía que parar a descansar, tenía la cara quemada, estaba molido y con hambre, y me moría de sueño”.
Pese a todo, como cualquiera que ha estado a 8.000 metros o que ha afrontado un rato complejo y largamente soñado la experiencia fue muy enriquecedora. “La montaña es escuela de vida y te enseña cuál es tu lugar. Te enseña quienes son tus mejores amigos y tus peores enemigos, te enseña que la vida va despacio, que hay que tener paciencia y resistir. Allí arriba tienes que dejar que el tiempo fluya, dejar que todo suceda y, entonces, tomar tú tu decisión”. Javier Pérez asegura que habitualmente él es un tipo nervioso que trata de tomar decisiones rápido y con anticipación, “pero cualquier montañero sabe que eso, ahí arriba, no sirve”.
Parte de lo que se refleja en De Javalambre al Manaslu, pasando por Japón tiene que ver con la sensación de soledad por compartir expedición con un grupo de japoneses. “Por supuesto que me gusta hacer las cosas con amigos, pero en la montaña es bonito estar solo, porque piensas mejor, te adaptas a las circunstancias y tienes tiempo para conocerte a ti mismo. En ese sentido el Manaslu para mí ha sido como estar un par de meses en un convento”.
El libro de Javier Pérez pretende ser una pequeña guía, con pocos tecnicismos, para alguien que, como él, esté pensando en afrontar su primer ochomil, o bien para los aficionados al género de la montaña que deseen verse identificados en las sensaciones y reflexiones que le vienen a uno a la cabeza cuando escasea la sangre y el oxígeno. “El responsable de la editorial me dijo que le había gustado mucho el libro, y él no es montañero. Creo que eso es un buen síntoma”.
Una experiencia para repetir cuando sea posible
“Cuando estás a 8.000 metros echas tanto de menos a tu familia y tu gente que siempre piensas que no vas a querer volver nunca, pero luego es inevitable desearlo”. Javier Pérez tiene claro que si se dan las circunstancias propicias tratará de organizar una nueva expedición para ascender su segundo ochomil, “aunque solo en el caso de que consiga organizar algún tipo de expedición que cuente con alguna ayuda”. “Yo soy un currante, no tengo dinero, y no puedo asumir dos esfuerzos económicos como este. Pero si algún día se da el caso sí, sí que me gustaría repetir la experiencia”.