CGT y el Campus de Teruel proponen una revisita al modelo de educación libertario
Inaugurada la exposición Pedagogías Libertarias en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas“Al criminal se le condena a muerte: si el homicida merece esa pena, el que condena y el que mata al criminal igualmente son homicidas; lógicamente deberían morir también, y así se acabaría la humanidad. Mejor sería que en vez de castigar al criminal cometiendo otro crimen, se le diesen buenos consejos para que no lo hiciese más. Sin contar que si todos fuéramos iguales, no habría ladrones, ni asesinos, ni ricos, ni pobres, sino todos iguales, amantes del trabajo y de la libertad”.
Así se expresaba en 1903 una niña de 9 años, alumna de la Escuela Moderna de Barcelona fundada por el libertario y pedagogo Francisco Ferrer i Guardia, según su obra póstuma La Escuela Moderna que se público en 1912, tres años después de ser fusilado acusado de instigar la Semana Trágica de Barcelona.
La lógica aplastante de la frase llama poderosamente la atención. Quizá se deba a la ingenuidad propia de alguien que no ha cumplido su primera década de vida, quizá se deba al adoctrinamiento en las aulas –que otro pedagogo anarquista, Ricardo Mella, reprochaba a la institución fundada por Ferrer i Guardia–, quizá se deba a que fue pronunciada hace más de un siglo, cuando acaso todavía fuera lícito pensar en términos de utopía, o puede, quizá, que responda a la genuina y legítima aspiración a la igualdad que deberíamos tener todos los adultos.
En un país en el que han existido seis leyes orgánicas reguladoras de la educación no universitaria desde la restauración democrática, el ámbito de la educación sigue siendo un lodazal ideológico y político, a cuenta de las lenguas, de los valores, de la religión y hasta de la historia, al tiempo que pedagogos, psicólogos y oportunistas proclaman las nuevas pedagogías como un remedio que el sentido común percibe como insuficiente.
En este contexto hay que situar Pedagogías libertarias, las culturas de la libertad en el anarquismo ibérico, una exposición que desde su creación en 2008 por CGT ha recorrido numerosas localidades españolas, y que hasta el 11 de abril podrá visitarse en el vestíbulo de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas del Campus de Teruel.
La muestra interpretativa, compuesta por una quincena de paneles, ofrece un recorrido por la revolución educativa que plantearon el anarquismo y los movimientos obreros entre finales del siglo XIX y principios del XX, fundamentalmente. Desde sus bases ideológicas –Rousseau, Proudhon o Bakunin– hasta sus manifestaciones reales –la Escuela Yasnaia Poliana de León Tolstoi, el Orfanato de Cempuis de Paul Robin, el propio Ferrer i Guardia, la Escuela Neutra de Ricardo Mella y Eleuterio Quintanilla, Teresa Mañé, Antonia Maymón, Matilde Escudero, los Ateneos Libertarios o el Consejo de la Escuela Nueva Unificada de España, creado 9 días después del golpe de Estado que dio origen a la guerra civil–; pasando por sus principios fundamentales –libertad, antiautoritarismo, solidaridad, educación integral, racional y autogestionada– o las experiencias libertarias que subsisten hoy en día –la Escuela Paideia de Mérida, la Pelouro de Pontevedra o la Red Internacional de Escuelas Democráticas–.
El objetivo de la exposición es invitar a reflexionar sobre el papel fundamental que la educación juega en la sociedad, la excelente herramienta de desarrollo humano que podría constituir y el papel histórico que ha tenido en la práctica, desde la perspectiva libertaria, en cuanto a preocuparse no por formar personas libres, capaces y colaborativas, sino mano de obra alienada, dependiente y competitiva.
La muestra hace hincapié no tanto en la crítica sino en las alternativas teóricas y reales que el anarquismo propuso, especialmente desde finales del XIX a principios del XX, para educar a las personas en los ideales racionalistas, científicos, solidarios y libres de prejuicios.
La exposición, asimismo, no se olvida de otras alternativas a la educación convencional y al modelo educativo libertario, como la sociedad desescolarizada del filósofo vienés Iván Illich. Al hilo de lo que expuso Everett Reimer en La escuela ha muerto, el austriaco sostenía que ni por sus objetivos ni por sus consecuencias la educación tradicional se ajustaba a las necesidades de la sociedad, cuyo potencial individual era aplacado por la escuela, institución que consideraba una fábrica de sumisos. En cambio, Illich afirmaba que el contacto estrecho con el entorno familiar, las experiencias sociopolíticas y las culturales eran lo más indicado para formar de manera íntegra y sin prejuicios a los niños. “Al escolarizar al alumno se confunde enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia y fluidez con capacidad para decir algo nuevo”, escribió.