Buñuel, el verdugo de Carlos Saura
El oscense y el turolense se profesaron mutua amistad y admiraciónBuñuel fue el verdugo de Carlos Saura y un referente para él, pero no el maestro que desde los lugares comunes de la cultura se suele afirmar. La relación entre ambos fue importante, de admiración mutua y de amistad pese a la diferencia de edad; la de un joven cineasta que se abre camino en el nuevo cine español del franquismo desarrollista y la del veterano realizador exiliado que anhela el regreso a su tierra, de la que en lo más profundo de su ser y de su imaginario fílmico nunca se fue. Los tambores de Calanda en la capilla ardiente de Saura sellaron ayer por enésima vez la relación entre estos dos cineastas universales, cuyo nexo de unión sería ese poso cultural latente en cualquier creador español que bebe en sus raíces, desde la consciencia o la inconsciencia, de los clásicos del Siglo de Oro y del gran referente plástico que fue otro paisano suyo, Francisco de Goya, a quien ambos se acercaron en su filmografía.
Les separaban más de treinta años. Cuando Saura nació, Buñuel ya había hecho dos películas que le colocaban por mérito propio junto a Dalí en la historia universal del cine, Un perro andaluz y La edad de oro, y estaba inmerso en Las Hurdes. Tierra sin pan. En la Escuela de Cine, cuando Saura estudió a principios de los años 50, a Buñuel no le hacían el más mínimo caso, pero había personajes como Ernesto Giménez Caballero que, según contaba el realizador oscense, les mostraba una copia que tenía de Un perro andaluz como resquicio de aquel vanguardismo de los años veinte que hizo irrumpir el surrealismo en el cine.
Aparte de esta película, en aquellos años de formación, Saura solo había visto también Las Hurdes, pero prácticamente nada más del resto de la obra de Buñuel, hasta que en 1960 se conocieron por primera vez en el Festival de Cannes. Ni siquiera conocía Los olvidados, pese que se ha dicho hasta la saciedad que tanto influyó en Los golfos, ópera prima de Saura. Fue un flechazo a partir del cual surgió la amistad que se prolongó hasta la muerte del calandino y que ambos fueron cultivando a través de la correspondencia y de las visitas que Buñuel empezó a hacer a España desde principios de los años 60, primero para reencontrarse con su país desde la nostalgia y después para retomar su filmografía española.
Es fruto de esa amistad como Saura conoce el imaginario del turolense y tradiciones como los tambores de Calanda, que visita en Semana Santa, y que trasladará a la pantalla en diferentes homenajes al calandino, el primero de ellos convirtiendo a Buñuel en el verdugo de Llanto por un bandido. Buñuel ya había dado su do de pecho en su regreso al cine español con Viridiana poco antes, y en Llanto por un bandido Saura lo mostró como tal, como el verdugo figurado de ese fariseísmo con el que la dictatura quiso utilizar al turolense, sin conseguirlo, en plena etapa desarrollista en aquel intento oficial por blanquear el franquismo. Viridiana, como mostró una famosa tira cómica de Alberto Isaac, fue una bomba de relojería contra la dictadura.
Después de rodar Viridiana fue cuando Buñuel regresó a esa España franquista burlada por el aragonés de la mano de Saura para hacer un pequeño papel en Llanto por un bandido, protagonizada por su sobrino Paco Rabal, en el que interpreta al verdugo que aplica garrote vil tras santiguarse ante la cruz. Es de los pocos papeles que ha interpretado Buñuel en el cine, además del cura de En este pueblo no hay ladrones. El cariño entre Buñuel y Saura siguió creciendo y cuando el oscense hizo La caza, pensó en dedicársela al calandino, pero ese homenaje lo haría finalmente con su cuarto largometraje, Peppermint frappé, protagonizado por Geraldine Chaplin, en el que la hija de Charlot toca el tambor evocando los tambores de Calanda. El propio Saura reconocería que esta película, a Buñuel, “ciertamente no le interesó mucho”.
En una carta que escribió a Buñuel en 1966 sobre Peppermint frappé, Saura le contó que “el único nexo que hay contigo en este film es que en un par de momentos saldrá una chica -algo así como tu sobrina- tocando el tambor en un par de alucinaciones. Por lo demás, y a distancia, que lo cortés no quita lo valiente, procuro seguir la línea de discípulo aventajado del señor Buñuel como sanbenito que me han colgado y del que, la verdad, ya me empiezo a cansar”.
Después de muerto, Saura evocaría en varias ocasiones la figura de su amigo Buñuel, con desigual fortuna, en Goya en Burdeos en 1999 y en Buñuel y la mesa del rey Salomón en 2001. Ayer lunes se cambiaron las tornas y fueron los icónicos tambores buñuelianos de Calanda los que rindieron tributo a Saura de parte de su verdugo.
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