'Al azar de Luis Buñuel', por Ester Llorens, cineasta, ganadora del V Rally Cinematográfico Desafío Buñuel
Por Ester Llorens
Todo ha sido resultado del azar. Considero que los premios en el cine son bastante aleatorios. Participé en la V edición del Rally Cinematográfico Desafío Buñuel con mi cortometraje El ángulo imperfecto, una pieza sobre los abismos del deseo y las formas de mirar vinculadas al cine. Este proyecto “errático” resultó ganador y nos permitió viajar hasta Tepic para rodar una nueva historia, ahora, en tierras mexicanas. Así nació La Golfa, el relato de una mujer con deseos incumplidos sumida en obligaciones establecidas.
Son dos historias diferentes, pero hay algo que las une más allá de haber sido creadas dentro del marco de este festival, y es que jamás se escribieron o pensaron para seguirse al pie de la letra. Creo que todos los que nos dedicamos a este oficio sabemos que eso no es posible –ni siquiera conveniente- y los que todavía siguen pensando que el guion es una especie de manual sagrado e inalterable, una guía que debe seguirse a rajatabla, un texto que jamás deberá separarse o distanciarse de lo que se muestra finalmente en pantalla, siempre fracasarán. Acabarán frustrados y decepcionados, creyendo que no lo han logrado, que no han hecho un buen trabajo. Esto lo he visto y también lo he vivido en primera persona, básicamente porque me formé en una escuela de cine. Mejor, no ahondaré en este tema.
En mi opinión, un director -que es un artista- debe estar preparado para el cambio, para la alteración, para el movimiento. Debe estar dispuesto a perderse, a extraviarse, a transitar por lo desconocido, a recorrer otros caminos, a inventar otros trayectos. Es decir, un director debe ir a la caza de lo inesperado. Porque hay cosas que solo pueden nacer en el set, instantes fugaces y escurridizos a los que deberemos estar atentos. Por eso un guion debe entenderse como la vida, algo que cambia cada día, según el contexto, el lugar o las emociones que estén viviendo el equipo en ese momento. El guion debería ser únicamente un punto de referencia desde el cual se construyen, se planifican y se organizan todos los elementos, pero no el que define la obra final. El resultado último no siempre tendrá que asemejarse a lo que se ha escrito de antemano.
Realizar mis dos cortometrajes dentro del marco de este fantástico festival me ha permitido experimentar sobre todo esto. Porque hay algo maravilloso en este rally buñuelesco. Más allá de la competición y del espectáculo que lo envuelve, es un desafío que establece unas reglas de juego, las cuales te impiden controlarlo todo. Así, el rodaje requiere una “forma de hacer” particular, generándose de manera espontánea, haciendo emerger el caos, la anarquía y lo imprevisible. Todo esto es lo que lo convierte en un certamen único y extraordinario.
Tengo anécdotas que lo confirman. Mayormente, en la realización de mi último cortometraje, La golfa, ya que al “jugar” fuera de casa, en un territorio inexplorado y extraño, han aflorado aún más si cabe todas estas cuestiones. La historia de la protagonista fue adquiriendo capas de complejidad a medida que íbamos descubriendo y conociendo los escenarios, a los actores y al equipo técnico. También debido a los inconvenientes con las que se encontró la producción: elementos necesarios para la trama que finalmente no se pudieron conseguir; planos imposibles de realizar por aspectos técnicos o cuestiones del espacio, o cambios de última hora por falta de tiempo. Estas dificultades, no obstante, han sido beneficiosas en la mayoría de casos, han transformado y mejorado la historia, tornándola más viva, quizá porque consiguieron empaparse de la idiosincrasia mexicana.
Hay que enorgullecerse de los cambios, de los obstáculos. Aceptarlos como algo vivo e incontrolable que puede lograr añadir más sustancia a la película. Abrazar la magia y la inspiración que surge en el momento. No dejar que nada enturbie ese fabuloso flujo, impedir que la razón, la lógica y el sentido lo domine todo. Hacer oídos sordos a cuestiones como que algo no se debe introducir porque no está en el guion o que el resultado no se entiende o no habla ni da cuenta de lo que se escribió en un principio. Es absurdo ponerse estos límites o pensar de una manera tan “inmóvil”, como si solo hubiera un camino –¡hay desvíos! -, una forma de hacer o de interpretar las cosas - ¡hay infinitas! -. Esa manera de pensar está fuera de lugar o, mejor dicho, fuera de este tiempo que nos ocupa. Lo mágico y lo más maravilloso que puede ocurrir en el rodaje es que la historia pueda transformarse en otra. Si eso tiene lugar, es porque la verdad, la autenticidad, la realidad más absoluta, ha triunfado.
Podría decir, entonces, que mis proyectos han nacido en un escenario imprevisible, cambiante e inestable, donde, por necesidad, ha hecho aparición lo azaroso, la fortuito y la serendipia. Elementos, a mi juicio, que abren la puerta a la imaginación más torrencial y a la libertad más verdadera. En Mi último suspiro (1982), el libro de memorias de Luis Buñuel, el calandino advertía que “en alguna parte, entre el azar y el misterio, se desliza la imaginación, la libertad total del hombre” y continuaba afirmando que “la imaginación es nuestro primer privilegio, inexplicable como el azar que la provoca”.
Mis historias se han impregnado de esta máxima de Buñuel. Cuando abrazas el azar, empiezas a adquirir un gusto por el error, el fallo y la imperfección. Factores esenciales para que entre en la imagen aquello que es insólito y extraordinario. El azar abre la puerta a lo original, lo innovador e incluso lo revolucionario. Porque donde hay demasiado control y dominio, también hay más falsedad, más esclavitud y más opresión. En cambio, lo imprevisible, lo accidental y la incertidumbre es lo que caracteriza a la libertad. Cuando aceptas el azar, además, aparece la alteridad, la diferencia, la oportunidad de encontrarse con detalles del mundo que están ocultos a nuestra vista, que brotan inesperadamente y que no están moldeados por el propio pensamiento. ¿No es esto lo que da lugar a la verdadera libertad y al avance? ¿No es esto lo que puede crear un cine más justo, diverso y crítico? A mi modo de ver, esta manera de proceder, esta metodología de trabajo que profundiza en lo inexplorado y lo fortuito, es lo que permite que sucedan cosas nuevas. Y lo más importante, es el único modo de derrocar el orden visual dominante, abriéndonos a nuevas posibilidades y demostrando que lo hegemónico sí puede desobedecerse.
Hay otra cosa importante que he aprendido de Buñuel y que he podido experimentar de alguna manera en este rally: se puede hacer cine, y buen cine, sin grandes recursos técnicos, sin demasiada parafernalia. Buñuel lo hizo. El calandino nunca necesitó de grandes efectivos. Sus obras no se caracterizan por grandes proezas técnicas, más bien es un cine rudo, crudo e imperfecto. Es un cine precario. Un cine que reivindica la verdadera imagen, anteponiéndola a lo visual, a todas esas imágenes completas, autosuficientes, hiperreales y espectaculares por las que hemos sido seducidas debido a los avances tecnológicos. Creo que en las imágenes contemporáneas cada vez hay menos vacío y menos silencio. La imagen necesita de un campo ciego, del fuera de campo. Pide estar incompleta, inacabada, porque es el espectador, con su juicio crítico, el que debe terminarla. Algo parecido decía Godard: “se necesita siempre dos cosas para que haya una imagen, lo que se ha visto y lo que no se ha visto, lo visible y lo invisible, a sí mismo y al otro”. En mi opinión, el verdadero cineasta deberá ir siempre en busca de esa imagen que “falta”.
Una profesora que tuve en la universidad, me dijo una vez, que cuestionaba esa crítica que se hace hoy en día sobre que existe un exceso de imágenes. Ella afirmaba que existe, más bien, un exceso visual, que hay una “mismisidad” de imágenes, las cuales se repiten en demasía, manifestando que el problema, precisamente, pasaba porque todavía existían realidades que no tenían imagen. Esto es tan importante. Al final, como artistas, en lo que tenemos que hurgar es en esa ausencia. Lo que hay que trabajar y explorar es en la búsqueda de imágenes que introduzcan aquello que nos ha sido vedado, aquello que no tienen “parte”, aquello que ha sido excluido. Considero que esto es vital: ir en busca de lo otro, de lo múltiple, de lo heterogéneo. Porque la imagen que desaliena, que desidentifica, nos libera de aquello que nos oprime, permitiéndonos pensar más allá, pensar otras maneras frente a las usuales.
No sé si se me habrá contagiado algo del cine de Buñuel, si algo de su gran talento habrá calado en mí. Lo que sí sé es que seguiré trabajando, investigando y explorando un cine de realismo “profundo”, que no solo narre, sino que busque y experimente. Un cine que no solo refleje el mundo exterior real, sino que muestre lo absurdo del mismo. Un cine que se adentre hasta el fondo de las cosas, que pique, que arda, que muerda. Un cine, como el de Buñuel, que trabaje con la exaltación de lo imprevisible, con lo que no puede determinarse antes del rodaje. Un cine que abra la puerta a la serendipia. Un cine que se aleje de los lugares comunes, reivindicando los momentos de quietud y de silencio, en los cuales nada parece estar ocurriendo. Un cine que desoriente, que genere rupturas, detenciones y choques.
Un cine golfo e imperfecto que resista a la hegemonía de lo visual.
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