La zona de salud de Báguena, el único reducto de la provincia de Teruel donde no se han detectado casos positivos de coronavirus
El área la forman nueve localidadesEs la única zona sanitaria de Teruel donde, hasta la fecha, no se ha registrado ningún positivo de Covid-19. El secreto, según sus alcaldes y el personal sanitario está en que se trata de pueblos en los que apenas hay población y eso ha favorecido guardar la distancia social. También en que cada uno ha cumplido con su parte del trabajo y los vecinos han sabido estar a la altura y no salir de sus casas cuando así se aconsejaba.
La despoblación, esa espada de Damocles que tiene Teruel, ha sido durante esta pandemia toda una ventaja. De los 9 municipios que componen esta zona sanitaria del Jiloca solo 4 superan el centenar de habitantes, Báguena, Burbáguena, San Martín del Río y Anento (este último en la provincia de Zaragoza); mientras que el resto –Cucalón, Ferreruela de Huerva y Lagueruela– se quedan por debajo de esa cifra y hay dos, Bea y Lanzuela, que ni siquiera llegan al medio centenar. En prácticamente todos ellos casi hay que quedar para encontrarse.
Lola Vicente y Maribel Sancho son cuñadas y viven prácticamente enfrente, pero sustituyeron la costumbre de salir juntas a pasear por un par de llamadas cada día, para saber la una de la otra, pero sin tener contacto. Ahora ya han recuperado sus paseos y, si pueden, caminan durante una par de horas al día, después de comer, “sino hace mucho calor”, dice Maribel Sancho, y la otra al caer la tarde.
En las caminatas no fue en lo único que cambiaron sus costumbres, también en la forma de comprar. Lola tardó 20 días en salir de casa porque “tenía los arcones congeladores llenos” y no le hizo falta, según relata, en parte gracias a que el panadero le colgaba la barra en su puerta cada día. Maribel sí iba al supermercado, pero no una vez a la semana, como de costumbre, sino cada 15 días para exponerse menos.
Isabel Rubio es médica en esta zona de salud y precisa que el comportamiento de los vecinos fue ejemplar. Reconoce que cuando estalló la pandemia tuvieron sus temores porque, aunque jugaban con la baza de trabajar en un desierto demográfico, la mayor parte de las 698 cartillas sanitarias que tienen asignadas corresponden a personas de riesgo por su avanzada edad y por contar con patologías.
Desde que se declaró el estado de alarma se anunció a los habitantes de los 9 municipios que las visitas médicas se harían por teléfono para reducir al máximo la convivencia entre los ciudadanos. “Solo veíamos a los pacientes que no podían ser atendidos de otra manera”, comenta Isabel Rubio, quien destaca la gran colaboración de la gente: “Lo han hecho genial, ese es el motivo principal de los resultados”, asegura.
A juicio de la alcaldesa de Báguena, Eurídice Villarroya, hay varios aspectos que han jugado un papel transcendental en evitar los contagios. Así, detalla que entre los “secretos” está la información de prevención “que han recibido los vecinos con el objetivo de que cada uno tuviera los datos necesarios para establecer su criterio”, explica. También destaca “el trabajo en equipo de todos los grupos de voluntarios, la desinfección de calles, que los vecinos llevaran puesta la mascarilla durante el confinamiento y guardaran la distancia social. Fue una actitud ejemplar a la que se sumó que los negocios de hostelería se cerraran durante todo el estado de alarma”, enumera.
Decisiones “de arriba”
Tanto en Báguena como en San Martín del Río el Ayuntamiento realizó desinfecciones continuadas de las calles como medida preventiva. En Ferreruela no lo hicieron, según reconoce su alcalde, Óscar Gracia, que matiza que la eficacia de este método radica en llevarlo a cabo en las zonas de tránsito “y no en una calle por la que pasa una persona cada dos horas”. Eso sí, Gracia subraya el interés que pusieron los vecinos en cumplir con todas las medidas de seguridad. “Iba uno paseando al perro y se cambiaba de calle para evitar cruzarse con otro que estaba haciendo lo mismo, se rehuían”, recalca.
Los alcaldes de esta zona del Jiloca destacan la dificultad que entraña para los regidores de pequeños pueblos la toma de determinadas decisiones, como la apertura de piscinas o la celebración de actos festivos. Algunos plantean la necesidad de que las directrices se tomen al más alto nivel y otros proponen que, si no es así, al menos todos los responsables municipales hagan frente común en tomar acuerdos conjugando la salud pública y la viabilidad económica de las decisiones. Carmen Montero planteó que en San Martín del Río, donde es alcaldesa, “no es posible pagar” al personal necesario para aplicar los protocolos a seguir en las piscinas : “Ojalá la economía lo permitiera y creáramos un puesto de trabajo para esos controles”, adelanta sobre el tema de las instalaciones acuáticas, aunque aclara que la decisión se someterá al pleno municipal en próximas fechas.
Eso sí, en San Martín del Río ya hay destino para el dinero que se van a ahorrar con el mantenimiento de las piscinas –un servicio deficitario en la mayoría de los municipios, donde los gastos superan con creces a la recaudación obtenida a través de bonos y entradas–. Montero adelanta que esos fondos se van a destinar a incrementar las desinfecciones de las calles y zonas de concentración de vecinos durante el verano, en el que la población de San Martín, como la de la mayor parte de los pueblos de Teruel, se incrementa considerablemente.
La desescalada y la llegada de veraneantes se suma a los problemas de personal que tienen en el centro de salud de Báguena para cubrir bajas y vacaciones de verano. “Creemos que en verano va a haber más dificultad”, concreta Isabel Rubio, quien precisa que desde que se permitió la movilidad ya se nota un importante incremento de población en las localidades de esta zona.
Desde el centro de salud insisten en la importancia que tiene que los que llegan usen mascarilla y mantengan la distancia social. “En esta zona no ha habido casos y la sensación es de tranquilidad” dice la doctora Rubio. Los de los pueblos han cumplido con su parte, ahora son los propietarios de segundas residencias los que tienen que aportar su granito de arena para que esta Galia siga siendo el bastión turolense que ha evitado al Covid-19.
Grupos de voluntariado
En Báguena los días del confinamiento fueron de una intensa actividad para algunos vecinos. La alcaldesa comenta que ella les mostraba toda la información posible para que conocieran el virus al que se estaban enfrentando y las medidas para prevenirlo para que, a partir de ahí, tomaran las decisiones que consideraran oportunas.
Se crearon varios grupos de voluntarios sobre diversa temática para ayudar a la población, no solo a la del propio municipio, a la que se entregaron mascarillas incluso antes de que el gobierno aconsejara su uso, sino también a sanitarios de otros lugares de la provincia de Teruel y de Zaragoza. Eurídice Villarroya está muy agradecida porque “el pueblo se volcó” y relata que hubo hasta 22 personas haciendo batas con bolsas de basura para que la utilizaran los sanitarios de hospitales y residencias de ancianos. Había un grupo dedicado a las mascarillas, otro que coordinaba la desinfección de las calles, realizada durante el confinamiento por agricultores voluntarios con sus propios equipos, y otro para el reparto de comida a los ancianos.
Ana Rillo fue una de las voluntarias que colaboró con diversas labores y destaca el intenso trabajo realizado por buena parte de los vecinos: “La gente de Báguena es muy colaboradora”, explica. En total repartieron más de 500 mascarillas, dos por cada persona que había en ese momento residiendo en la localidad.
En Báguena hay menos de 300 habitantes pero 7 mujeres que saben coser fabricaron mascarillas –siempre con el asesoramiento del personal del centro de salud–; 3 jóvenes se ocuparon del reparto de alimentos y medicación, los agricultores desinfectaron y otro grupo se ocupó de confeccionar batas a partir de bolsas de basura: “Tengo un amigo en urgencias del hospital Miguel Servet y me dijo que les hacían falta batas plásticas desechables. Ese mismo día gastamos todas las bolsas de basura que había en el pueblo y le mandamos una caja”, relata con orgullo Ana Rillo.
La residencia de Burbáguena se blindó y frenó al virus
Fermín Betancor, director de la Casa Familiar La Inmaculada, de Burbáguena reconoce que algunos de los propios trabajadores le llamaron exagerado cuando decidió blindar el edificio el 7 de marzo. Allí residen 97 ancianos que en su mayoría superan los 90 años de edad y el responsable del geriátrico fue muy estricto tanto con las visitas de los familiares –prohibida desde una semana antes de que se decretara el estado de alarma– como con las medidas de higiene y protección que aplicaron tanto a los internos como al personal.
Además, hicieron una nueva estructura de los turnos laborales para que el trabajo fuera intensivo evitando así las continuas entrada y salidas del personal. También había controles continuos de temperatura y el director del geriátrico alaba la gran colaboración y sentido de la responsabilidad de la plantilla, que evitó al máximo el contacto con otros vecinos como medida de protección.
Betancor asegura que los mayores “acataron las normas perfectamente”, aunque aclara que no ha sido demasiado complicado puesto que no han tenido que aislar a nadie. Además, destaca que en todo este tiempo ningún anciano se ha puesto enfermo, por lo que no ha hecho falta acudir al hospital.
La residencia de Burbáguena es un espacio abierto a las familias de los residentes, que pueden moverse por donde quieren en todo momento. Sin embargo, ahora está blindada e incluso los jardines se han acordonado para que los familiares que acuden de visita –ahora ya están permitidas– no transiten por los lugares por los que acostumbran a pasear los residentes.
La doctora Isabel Rubio es la que se ocupa de la residencia de Burbáguena y plantea que, a priori, era otro de los puntos considerados conflictivos pero gracias a eliminar las visitas de los familiares, apenas ha tenido enfermos. “La ausencia de visitas se ha notado tanto en el Covid-19 como en otras patologías, han tenido menos catarros y complicaciones respiratorias”, comenta la facultativa.
Hace unos días todos los trabajadores se hicieron los test y dieron negativos, al igual que media docena de internos que, a lo largo de todo este tiempo, habían tenido algunas décimas de fiebre durante momentos puntuales y que también arrojaron resultados negativos.
Pese a que no han tenido ningún caso de contagio, las medidas de protección no se han relajado y en la zona de la entrada han construido un tabique con una gran cristalera para que los internos vean y oigan a sus familiares (que además acuden de uno en uno) pero no puedan tocarles.
Fermín Betancor dice que han sido muy estrictos y eso ha ayudado, pero parte del mérito se lo achaca a San Bernabé, por el que los vecinos de Burbáguena sienten devoción ya que cuenta la leyenda que les salvó de la peste. El hermano Fermín se encomendó a su protección y, en una de las primeras noches en las que estalló la pandemia, llevó desde la iglesia a la residencia las reliquias del santo, cuya imagen sigue en el templo: “Así todos estuvimos protegidos, en el pueblo y aquí”, relata. Cada mañana le ponían una vela y le rezaban y, de momento, seguirán haciéndolo para que el virus continúe lejos.