La residencia de Monreal del Campo, la primera de Teruel que notificó casos, ya recibe visitas de familiares
Los test no llegaron hasta hace unos díasDaniel Fortea y Visi Paricio se reencontraron el martes después de dos meses y medio sin verse. En sus 53 años de casados nunca habían estado tanto tiempo sin abrazarse pero la pandemia mandaba y la última vez que estuvieron juntos fue el sábado 8 de marzo en la misa que hacen en la residencia de Monreal del Campo. Ese mismo fin de semana se detectaron allí los primeros casos de coronavirus de la provincia de Teruel y quedó cerrada a cal y canto para las visitas, una medida que enseguida adoptaron el resto.
Visi tiene deterioro en la memoria y le costó un poco reconocer a su marido, pero cuando descubrió que, por fin, había vuelto, no pudo evitar un ¡Bendito sea Dios!. Para Daniel fue un respiro poder ver a su mujer y cogerla de la mano, aunque fuera con guantes, y no pudo evitar que ella se lanzara a besarle, aunque no juntaron los labios, protegidos ambos por mascarillas. Esta visita fue una de las primeras que ha habido en la residencia de Monreal, que empezó a dar citas el martes por la mañana para que, poco a poco, todos sus internos se vayan reencontrando con sus seres queridos.
Daniel Fortea reconoce que estos meses han sido duros porque él no tuvo síntomas, pero estuvo muy cerca del coronavirus y su mujer sí llego a estar con fiebre durante varias jornadas, aunque no pasó de ahí. Vivió el confinamiento solo en su casa, que solo abandonaba para pasear a un perro de caza que tiene y que, aunque habitualmente lo guarda en un terreno, le pilló con él en su vivienda de Calamocha. “
He pasado ratos regulares, el virus estaba muy cerca y son muchas horas para pensar”, relata. A todo ello se sumó que su único hermano murió el 16 de marzo. Fue a consecuencia de un cáncer, pero no pudo ni despedirlo en vida ni asistir a su sepelio, que tuvo lugar fuera de la provincia.
El mundo por la pantalla
En todo este tiempo tenía noticias a diario de su mujer, con quien hacía alguna videollamada y el personal de la residencia le pasaba fotos para que viera como estaba. Las pantallas han sido en este tiempo su nexo de unión con el mundo, y nunca mejor dicho, porque cada día cena con su hija y su yerno, que están en Madrid; con el que vive en Teruel y muchas veces se suma su nieto, pero no cena porque vive en Nueva York y allí es por la mañana. Todos ellos han estado muy pendientes de Daniel y de Visi desde que comenzó la pandemia. “Tenían más miedo que yo, me llamaban dos o tres veces al día”, relata.
El martes recuperó parte de su normalidad, que es visitar a su mujer, aunque ahora deberá esperar una semana para volver a estar con ella. “Yo antes venía todos los días, de Calamocha a Monreal no hay nada y no tengo otra faena”, dice.
Aunque la residencia Monreal fue la zona cero del Covid-19 en la provincia de Teruel y se registraron varios casos entre los internos, Daniel Fortea y sus hijos no dudaron ni un segundo de la profesionalidad del personal ni de que Visi estaría bien atendida en todo momento, aunque la situación era compleja.
Para los trabajadores del geriátrico la nueva normalidad arrancó por el hecho de poder recibir visitas de la calle. Han habilitado la sala más grande que hay en la planta baja para que se puedan desarrollar cuatro encuentros, uno en cada esquina, a la vez. Cada residente podrá ser visitado por una persona y, Marta Rivera, que es la directora, adelanta que los accesos a la residencia seguirán “controlados durante mucho tiempo”.
Añade que aunque ellos ahora están libres de coronavirus –los resultados de los test rápidos realizados en esta residencia la semana pasada dieron negativo tanto entre el personal como en los residentes–, el incremento de la movilidad hace que el riesgo de que haya un rebrote sea mayor. Tras cada visita y después de que la sala sea usada se desinfecta completamente. “Aquí ya nos hemos acostumbrado al olor de la lejía”, relataba una de las trabajadoras que, trapo en mano, se ocupaba de limpiar y distribuir las sillas para la nueva actividad vespertina.
Los 55 trabajadores salen y entran y también hay muchos usuarios que pasean un rato por la calle o se van a sus casas. Antonio Latorre es uno de ellos y pasó una hora en su domicilio, que no pisaba desde hacía dos meses. Tenía muchas ganas de recorrer su hogar porque además, “está a 20 metros, lo ves desde la puerta y no lo catas”, explicaba. El personal le alertaba de que debía lavarse las manos tanto al llegar a casa como al regresar a la residencia, algo que ya la había advertido su hija esa misma mañana según relata.
Marta Rivera y el resto de los trabajadores han ido adaptando su día a día a la normativa, en constante cambio, y a la situación, que también ha evolucionado mucho. Las primeras semanas desde que se detectó el primer caso en la residencia estuvieron todos los ancianos separados y eran las especialistas en fisioterapia, terapia ocupacional y animación sociocultural las que se desplazaban por las plantas para atenderlos.
Como no podían salir a la calle durante el confinamiento habilitaron una terraza que hay junto al comedor para que les pudiera dar el aire y muchos pasaban algunos ratos sentados en ella. Después pudieron señalizar una parte del parque que hay justo a la entrada del edificio para pisar la calle, y eso “fue un gran paso, tendrías que haber visto la cara de alegría cuando salieron por fin”, relata la directora.
El lunes regresó la peluquera para peinar a las residentes, de las que hasta ahora se había ocupado el propio personal del centro, muchas veces en sus horas libres. El podólogo ya pasó la semana pasada y poco a poco las viejas rutinas le están ganando espacio a las impuestas por el coronavirus. Eso sí, hay cosas que cambiarán, como la mesa que se colocó en la sala de la televisión para que pudieran pintar algunas residentes y que ahora ya se quedará junto a la ventana porque les gusta más dibujar allí.
El test, la semana pasada
La pasada semana llegaron también los test para trabajadores y residentes, “bastante tarde”, lamenta la directora, que asegura que algunos de los casos se hubieran podido evitar de tener un conocimiento real de los contagios. Ahora Marta Rivera comenta que han recuperado la normalidad, aunque matiza que sin bajar la guardia y sin olvidar a los que se han quedado por el camino. Pero además, aún queda por dar un paso de gigante para que todo vuelva a ser más o menos como antes y es poder abrazar a sus seres queridos.