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La primera guerra carlista dejó  gran huella en Alcalá, sobre todo  en su castillo, escenario del conflicto La primera guerra carlista dejó  gran huella en Alcalá, sobre todo  en su castillo, escenario del conflicto
Vista aérea del Castillo de Alcalá con la villa a sus pies. Raquel Jiménez Romero / Archivo ARCATUR

La primera guerra carlista dejó gran huella en Alcalá, sobre todo en su castillo, escenario del conflicto

La posición fue ocupada por las tropas de Cabrera en 1835 y durante cinco años trabajaron en adaptarla a los principios de la poliorcética del siglo XIX
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La Primera Guerra Carlista dejó una profunda huella en Alcalá de la Selva, especialmente en su Castillo, que fue un importante escenario del conflicto bélico. Esta posición fue tempranamente ocupada por los carlistas (12-9-1835), que dispusieron de casi cinco años para adaptarla a los principios de la poliorcética del siglo XIX.

La refortificación del Castillo

La fortaleza había sido construida por los monjes de la Selva Mayor sobre los restos de un castillo andalusí, y fue posteriormente reformada por los Fernández de Heredia. El 24 de marzo de 1839, la Gaceta de Madrid se hacía eco de las obras realizadas por el 4º batallón de Cabrera para convertir la fortaleza en almacén de víveres y base de operaciones.

Para cumplir estas funciones era necesario optimizar el uso del espacio disponible. Las plantas baja y primera de la monumental torre del homenaje de los Fernández de Heredia se dividieron en dos mediante forjados de vigas de madera y bovedillas de ladrillo y yeso, de forma que el edificio pasó a disponer de cinco plantas. Además, los espacios se compartimentaron mediante tabiques de ladrillo y yeso y se construyeron varias escaleras interiores y una exterior. En la fachada meridional se instaló una barbacana con aspilleras. También se construyeron dos torrecillas que flanquean la parte superior de la fachada principal de la torre, utilizadas como garitas de vigilancia y control visual del entorno. En la planta baja se abrió una galería en ángulo, que comunicaba con un puente levadizo por el que se accedía a una “falsa braga, obra nueva de un piso y que mira a la línea fortificada exterior del Castillo” (Manfredo Fanti, 1840) creada en el extremo occidental. En parte de la fachada septentrional se situaba la “posición del blindaje y hornillos”.

También se renovaron las fortificaciones de la parte central del castillo. Junto a los muros septentrional y meridional se levantaron sendos cuarteles “de dos pisos y con tejado, todo de construcción moderna menos las dos paredes externas” (Fanti). Entre ambos cuarteles había un estrecho y largo patio que comunicaba la entrada, la cual estaba flanqueada por dos torres. Adosado al muro septentrional del cuartel Norte se levantó una torre semicircular “obra nueva a nivel de los cuarteles” a la que se accedía mediante una escalera de mano por la que también se llegaba al segundo piso del cuartel (Fanti). En el cuartel meridional había un horno de pan.

Delante de la puerta del recinto se construyó una empalizada; dentro de esta había un “tambor semicónico (de) obra nueva”. En el extremo opuesto del espolón, fuera del recinto, se dispuso un “garitón avanzado” (Antonio Sánchez Ossorio, 1840). El sistema se completaba con una serie de defensas avanzadas contiguas a la nueva iglesia parroquial.

 

Plano del Castillo: construcciones previas (gris) y obras carlistas (naranja); los nombres son los que figuran en los planos elaborados por los liberales

El inicio de las operaciones

El 31 de agosto de ese año se firmó el Tratado de Vergara, que teóricamente ponía fin a la Primera Guerra Carlista. Pero el acuerdo sólo afectó al frente Norte, prolongándose las hostilidades en Aragón, Cataluña y Valencia al negarse Cabrera a aceptar la paz. Las principales plazas sobre las que se apoyaba eran Cantavieja y Morella, ambas rodeadas por otras que les proporcionaban cobertura.

La desaparición del frente Norte permitió a los mandos liberales concentrar todos sus recursos en el frente aragonés. El general Espartero llegó a Aragón en otoño de 1839 acompañado por 50.000 hombres. Estableció su cuartel general en Mas de las Matas y desplegó sus fuerzas en la línea Montalbán-Alcañiz. Este despliegue se completaba con el del Capitán General de Aragón, Valencia y Murcia, Leopoldo O’Donnell, al mando del Ejército del Centro. Compuesto por 10.000 hombres, tomó posiciones en la línea Camarillas-Teruel-Castellón, despliegue que cerraba la tenaza sobre el territorio carlista. A principios de 1840 las fuerzas liberales ascendían a cerca de 100.000 hombres, al sumarse al ejército de maniobra cuerpos francos y milicianos nacionales.

Frente a este ambicioso despliegue, Cabrera disponía de tan sólo 20.000 hombres. El dirigente carlista confiaba en que su línea fortificada principal, que pivotaba sobre Segura de los Baños, Castellote, Aliaga y Alcalá, sería capaz de resistir el ataque isabelino.

Pero esta aparente consistencia de sus líneas defensivas fue insuficiente. El 27 de febrero de 1840 Espartero tomó Segura, avanzando a continuación sobre Castellote, que cayó el 26 de marzo.

Dentro de esta amplia maniobra ofensiva, O’Donnell era el encargado de someter Aliaga y Alcalá de la Selva. Aliaga era tomada el 15 de abril de 1840, dejando vía libre para el avance isabelino hacia Alcalá. De cara a la nueva operación se hacía necesario el concurso del tren de batir, que se encontraba inmovilizado cerca de Aliaga por las constantes lluvias. Sólo cuando los caminos fueron practicables, el 27 de abril se puso en marcha en dirección a Mezquita.

De las fuerzas participantes en el asedio de Aliaga, el alto mando isabelino separó 5 batallones, 2 escuadrones y una batería, que desplegó en Fortanete para proporcionar cobertura a la operación, actuando como primer escalón de intercepción frente a un posible ejército de socorro. Retirados estos últimos contingentes, las fuerzas disponibles para acometer el asedio de Alcalá ascendían a 8 batallones de infantería y 3 escuadrones de caballería. No obstante, resultaban más que suficientes, pues la guarnición carlista de Alcalá se estimaba en tan solo un centenar de efectivos.

 

Vistas del Castillo realizadas por Mamfredo Fanti el 30 de abril de 1840

El asedio y la rendición

El 28 de abril se iniciaron las labores de sitio. Una brigada llevó a cabo las operaciones de expugnación, mientras los 5 batallones restantes tomaron posiciones en el valle, donde confluían los caminos de Valdelinares, Rubielos y Linares, posibles vías desde las que la guarnición podía recibir socorros.

Como parte de su estrategia defensiva, los mandos carlistas de Alcalá abandonaron el pueblo, destruyendo y quemando los edificios más próximos al castillo, que podían servir de resguardo a los sitiadores durante su aproximación a los muros. Antes de comenzar el asedio, los liberales debían apoderarse de la población, labor encomendada a 4 compañías del 1º Batallón del 2º Regimiento Ligero. Bajo un intenso fuego enemigo, estas tropas atacaron la población por diferentes puntos, conquistándola sin excesivas dificultades.

Con el pueblo ya controlado, el cuerpo de ingenieros señaló el emplazamiento de las baterías de sitio. Los trabajos de instalación se realizaron bajo fuego de contrabatería de los defensores. La maniobra atacante se completó con la apertura de los caminos para arrastrar las piezas de grueso calibre por el agreste terreno.

La rapidez de los trabajos permitió que las dos baterías pesadas estuvieran preparadas la tarde del 29 de abril. Situadas a 300 varas de los muros del castillo, pronto consiguieron silenciar las dos únicas piezas defensoras. Los fusileros carlistas tampoco pudieron responder adecuadamente al fuego atacante, hostigados por los disparos efectuados por las compañías liberales de cazadores; éstas operaban desde sus posiciones avanzadas en las peñas y quebradas inmediatas al castillo. Al anochecer de esa jornada, las principales defensas del castillo estaban completamente destruidas. Entrada la noche, un oficial y 12 hombres que se encontraban de guardia en un punto avanzado, se presentaron en las líneas de sitio para rendirse.

Durante la tarde del día 30 las baterías de sitio continuaron batiendo la fortificación, incrementando el grado de destrucción y apagando totalmente el fuego defensor. Pero la guarnición se negaba a capitular, optando por llevar la resistencia hasta sus últimas consecuencias.

 

El Castillo resultó muy dañado durante las operaciones militares


Para el ejército liberal resultaba difícil abrir una brecha practicable para el asalto de la infantería, ya que todas las obras exteriores de la fortificación se encontraban terraplenadas. Tras el reconocimiento de las defensas exteriores por el brigadier jefe del Estado Mayor General y oficiales facultativos del ramo, se decidió recurrir a su minado. Para evitar que los defensores entorpecieran los trabajos, los liberales redoblaron su bombardeo y subieron a la torre de la iglesia una sección de obuses de montaña, que se sumó al fuego efectuado desde otros ángulos. Los zapadores iniciaron los trabajos de minado con el apoyo de 4 compañías del 1º Batallón del 2º Regimiento Ligero y bajo la cobertura de un intenso fuego de las compañías de cazadores.

Los gastadores isabelinos se vieron forzados a derribar los rastrillos del bonete exterior a golpe de hacha. Una vez escalado, colocaron el blindaje. Pero, ni siquiera entonces los soldados carlistas se avinieron a rendirse, siendo necesario llegar al combate a corta distancia, algo poco habitual en estos casos, ya que lo normal solía ser la capitulación.

El gobernador del castillo daba ejemplo a sus hombres, arrojando granadas y piedras. Los asaltantes, parapetados tras los reductos recién tomados, tampoco cedían ni un ápice del terreno conquistado con tanto esfuerzo. Todo cambió cuando el gobernador resultó herido. Sólo entonces se retiró junto a sus soldados a las obras interiores del castillo, el único lugar a resguardo de los disparos atacantes.

Finalmente, ante el temor de que la mina fuera volada, el gobernador, enarboló bandera blanca. A las 19 horas de ese día 30 se aceptó su rendición, que debía ser sin condiciones, sin que se les garantizara siquiera la vida.

El balance de bajas fue limitado; en el bando isabelino hubo 5 soldados muertos, 25 heridos (1 oficial y 24 soldados) y 22 contusos (3 oficiales y 19 soldados). Capturaron a 95 carlistas (2 jefes, 9 oficiales y 84 soldados) y aprehendieron 2 cañones, abundantes armas, utensilios, municiones y más de un quintal de pólvora, además de numerosos víveres.

De este modo se consumaba la conquista del último gran bastión carlista en el frente Sur. Solo quedaban en poder de Cabrera los últimos reductos del Maestrazgo turolense y castellonense, cuya caída no tardaría en producirse.

 

Plano de la disposición de baterías y tropas (rectángulos amarillos, azules y mixtos rojos-azules) elaborado por Antonio Sánchez Osorio pocos días su conquista (los rótulos son nuestros)