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La práctica ancestral de la escamonda se revela como un elixir de juventud para el chopo cabecero La práctica ancestral de la escamonda se revela como un elixir de juventud para el chopo cabecero
El equipo científico que elaboró el estudio toma muestras en una arboleda

La práctica ancestral de la escamonda se revela como un elixir de juventud para el chopo cabecero

Un estudio del Instituto Pirenaico de Ecología detecta ejemplares de hasta 230 años en la cuenca del Alfambra
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José Luis Rubio

La única certeza es que al menos hace 230 años ya se cultivaban los chopos cabeceros con la técnica de la escamonda para obtener vigas con las que construir. El estudio desarrollado por el Instituto Pirenaico de Ecología - CSIC ha determinado la edad de casi un centenar de estos árboles encontrando un ejemplar de, al menos, 230 años. Un testigo mudo del paso del tiempo que ahora, tras la investigación de Jesús Julio Camarero, Ester González y Michele Colangelo (IPE-CSIC) y Chabier de Jaime (Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra), ha desvelado uno de sus secretos mejor guardados: Su edad bicentenaria y, sobre todo, el secreto de su extraordinaria longevidad.

El proyecto de estudiar la edad de estos árboles surgió de la pasión que el gerente del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra, Chabier de Jaime, tiene por estos árboles. “Esto surge de los trabajos y experiencias que tiene Chabier de Jaime , entre otros, con el estudio, al conservación y la catalogación de estos chopos cabeceros, sobre todo en la cuenca del Jiloca y en Teruel”, explicó el director de la investigación, Jesús Julio Camarero, quien tras conocer la labor desarrollada por el Parque Cultural apostó por hacer un “estudio más científico de cómo crecen, la edad que pueden alcanzar estos árboles y tratar de responder con m´çetodos científicos a algunas de las cuestiones que Chabier (de Jaime) ya tenía en la cabeza como si el trasmocho o la escamona de estos árboles les alarga la vida alcanzando longevidades mayores”, en un trabajo que hasta la fecha no se había realizado nunca.

En primavera de 2021 se inició una investigación para intentar dar respuesta a estas cuestiones aplicando la técnica de la dendrocronología. El estudio contó con un trabajo de campo desarrollado en siete arboledas de chopos cabeceros situadas en los términos municipales de Navarrete del Río (cuenca del Pancrudo), Huesa del Común (cuenca del Aguasvivas), Fonfría y Bea (cuenca del Huerva) y Gúdar, Allepuz y Aguilar del Alfambra (cuenca del Alfambra).

Respuestas y preguntas

Los científicos querían responder a preguntas como “¿Qué edad tienen los chopos cabeceros? ¿Qué acontecimientos han podido producirse a lo largo de sus vidas? ¿Cómo afecta la escamonda a la longevidad de los árboles? ¿Cómo les afecta su abandono?”. Para ello recurrieron al conocimiento y experiencia de De Jaime, que les condujo a zonas trasmochadas donde  poder trabajar extrayendo unas catas para analizar los anillos de crecimiento. “Seleccionamos siete choperas situadas, sobre todo, en la provincia de Teruel” se seleccionaron 98 árboles para extraer “unos testigos radiales  con una barrena Pressler”, dijo Camarero. Los árboles tenían que ser árboles maduros, con buen estado de conservación, que no hubieran sido desmochados durante los últimos veinte años y con el tronco no hueco.“Una vez extraídas esas muestras las analizamos en el laboratorio donde podemos ver cuánto crecen, qué edad alcanzan o si muestran periodos de crecimiento muy disminuido que corresponden a esos trasmochos o escamondas históricas. Con los anillos (de crecimiento) podemos retroceder en el tiempo y ver esos periodos”, explicó el científico del IPE, que recopiló las conclusiones del estudio en la publicación científica Forest Ecology and Management.

Sobre la elección de las ubicaciones en las que empezar a trabajar, Camarero explicó que se buscaba “zonas de árboles muy grandes y maduros  que pudieran indicar mayor edad. En general, los árboles más grandes suelen ser más viejos, pero no siempre necesariamente es así”, apuntó el científico. También se buscaron áreas en las que los árboles estuvieran sanos porque “no interesaba que salieran  muestras huecas”, centrándose en los troncos macizos.

Además, se buscaron lugares que dieran “juego histórico” en los que comprobar “cómo ha afectado el abandono del trasmocho o cómo se pueden  reconstruir esos trasmochos antiguos.

“En Navarrete del Río encontramos edades muy elevadas con muchos chopos viejos”, subrayó Camarero para recordar que “está es una especia de crecimiento rápido que no alcanza grandes edades, salvo si es trasmochada, como es el caso”.

El equipo investigador buscó las zonas en las que se concentrase la técnica del trasmocheo, aunque no se pudo afinar más con criterios etnográficos por falta de conocimiento histórico profundo. “Como científicos, nos debemos a la información que da la madera y en ese sentido  no sabíamos que íbamos a encontrar en Navarrete los árboles más viejos, que podían alcanzar los 230 años”, razonó Camarero. Y aunque los motivos culturales o etnográficos tuvieron poco o ningún peso en la elección de las zonas de trabajo, sí se observaron criterios ecológicos para conocer si hubiera afectado la disponibilidad de agua “porque dependían de acequias que ya no se usan o el caudal en los ríos”, en busca de información que “diera juego” desde la perspectiva de la Ecología para observar “si el vigor hubiera mejorado o empeorado”, explicó Camarero en relación a las localizaciones de las catas.

Convulsa trayectoria vital

La demanda de madera para reconstruir el país tras la Guerra Civil Española fue el hito más significativo entre la población de chopos cabeceros tras la contienda.  “En los sitios que seleccionamos cogimos rodajas para ver el efecto del post trasmocheo, después de que hubieran hecho un trasmocho reciente. En los anillos se ven los efectos de mayor intensidad de trasmocho, de mayor demanda de estos recursos de madera que a veces van ligados a periodos históricos excepcionales como la posguerra, cuando hubo una mayor demanda de vigas para reconstruir. Y en los anillos de crecimiento se ve una caída por haber más trasmocho. La intensidad en la demanda de los años ‘40 sí que llamó la atención y era fácil atribuirlo a esta demanda de madera de la posguerra”.

En Aguilar de Alfambra se han constatado edades de hasta 200 años en alguno de los ejemplares analizados.

En los últimos años en los que la escamonda ha quedado relegada a una práctica cultural, más que económica, está provocando el colapso de muchos de estos árboles  maduros, que empiezan a mostrar un declive en su crecimiento y que acaban muriendo.

De la misma manera los cambios de uso recientes afectan a la disponibilidad que tienen estas choperas de agua, que, también afecta al desarrollo de estas poblaciones vegetales el abandono del uso de acequias o la reducción de cauces en algún sitio. “Son efectos indirectos de la despoblación que lleva a un descenso del uso de este tipo de vigas de madera y que lleva al abandono de la escamonda y, por tanto, a la desaparición de este tipo de paisajes”, explicó Camarero, que recuperó el concepto de “paisaje fósiles” en referencia a estas arboledas centenarias. “Si no se trasmochan, acabarán desapareciendo”, vaticinó.

Se observaron numerosos chopos cabeceros que mostraban caídas bruscas de crecimiento en los primeros años de la década de 1940. De hecho, el 48% de ellos mostraron reducciones bruscas de grosor de anillo en el año 1941. Otros picos menores de porcentaje de árboles con reducciones bruscas de crecimiento se dieron en 1967 (24% de los árboles) y 1994-1995 (25% de los árboles), relacionándose este último caso a un episodio de sequía severa que afectó al este del la península Ibérica.

El estudio desarrollado en Teruel, u otro que se está desarrollando en Guadalajara, no permite ver otros eventos históricos con la misma nitidez que arroja la década de los ‘40 del siglo pasado. “Quizás otro hito histórico claro puede ser la desamortización de mendizábal”, aunque el equipo científico no se “atreve a llegar tan lejos”.

Aunque la datación más antigua de los árboles estudiados por el Instituto Pirenaico de Ecología es de 230 años, la perspectiva sobre el uso de esta industria parece ser “muy antigua”, aunque la corta esperanza de vida de esta especie no permite atisbar un horizonte temporal más amplio. “Es muy antigua y se extiende a otras especies, no solo a los chopos. Los chopos tienen de especial su relación con cauces con alta disponibilidad de agua, pero esta práctica se extiende a otras especies frondosas como pueden ser el roble, el sauce o el fresno. Los chopos tienen esa especial relación con el agua y era el recurso que podían tener esas zonas de Teruel tan deforestadas”, explicó el coordinador del trabajo.

El elixir de la longevidad

Una de las principales conclusiones del estudio desarrollado por el Instituto Pirenaico de Ecología es que la práctica de la escamonda prolonga la vida de estos chopos hasta casi duplicarla. “Lo que hemos visto es que cuando uno trasmocha,  la pérdida de la capacidad fotosintética de la copa hace que el árbol crezca muy poco durante unos cuantos años hasta que vuelve a reconstruir la copa y recuperar crecimiento. Eran prácticas cíclicas que provocaban esta especie de vaivén en el crecimiento”, dijo Jesús Camarero, para concluir que “parece ser que esto está ligado con el alargamiento de la edad del árbol, manteniéndolo podado  continamente porque el chopo, por su naturaleza, no es una especie muy longeva. Crece mucho pero en general no suele superar los 100 años, y sin embargo, aquí encontramos ejemplares que superan los 200. Y seguramente hemos subestimado su edad”.

Y este incremento de su longevidad se repite en otras especies. “Esta manera de manejar copa, creciendo poco al principio para luego crecer más, hace que viva más tiempo”, explicó.

La necesidad de la gestión

“Para mantener estos paisajes hay que seguir trasmochando y fomentando la formación de gente que sea capaz de llevar a cabo las escamondas”. Así de sencillo y así de contundente se mostró Jesús Camarero al referirse a una de las conclusiones del trabajo, la que se refiere al futuro de estos espacios.

Camarero reconoció que “el paisaje tiene ahora otros valores y la sociedad lo ve con otros ojos y ahora estos son árboles monumentales” y aportó, además, su valor ambiental porque “acumulan mucha madera y son refugio de muchas especies y son un modelo de biodiversidad porque en ellos pueden vivir otras plantas y líquenes” por lo que “ese chopo cabecero que era solamente una fuente de vigas, ahora tiene otros valores que valen la pena proteger”.

Existe otra línea de investigación para “usarlos como señales de  cómo cambian los recursos hídricos porque al estar en los cauces responden mucho al caudal de ríos como el Jiloca”. De esta manera, continuó el investigador, “si hay fluctuaciones en el caudal climáticas o inducidas por el hombre, el chopo lo acusa en sus anillos. Es otro de los indicadores que se podrían usar para ver cómo el chopo recoger estos cambios en los recursos hídricos del Jiloca”.

Estos árboles están “muy ligados a estos cauces” de forma que cuando la disponibilidad hídrica se reduce los árboles crecen menos, y si se alcanza un umbral crítico podrían mostrar un declive hasta morir.

 

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