La iglesia templaria de Camañas, nuevas claves sobre sus pinturas de seres fantásticos y caballeros
El conjunto podría representar un acontecimiento bélico posiblemente relacionado con la conquista de ValenciaPor Javier Ibáñez, José F. Casabona y Rubén Sáez
En Camañas se conserva una muy poco conocida iglesia templaria (actual ermita del Consuelo), que guarda un singular repertorio pictórico vinculado con los monjes-guerreros. Su historia se remonta al año 1174, momento en el que Alfonso II dona Alfambra y diversas posesiones (entre las que se encontraba Camañas), a Monte Gaudio. Aunque poco más de una década después, la aldea pasó a manos de la Villa de Teruel, la Orden mantuvo la posesión de su iglesia. En 1196, Monte Gaudio se integró en el Temple con todas sus posesiones, incluida la parroquial, manteniéndola durante más de un siglo, hasta el dramático fin de la Orden.
El edificio
Aunque como institución, la parroquia estaría presente desde los orígenes de la aldea de Camañas, su plasmación en un edificio de entidad pudo demorarse unos años. Por ello, no podemos precisar con seguridad cuando si la construcción de la antigua iglesia se hizo en tiempos de Monte Gaudio, o del Temple.
En todo caso, los trabajos comenzaron por la cabecera absidial, románica, con bóveda de medio cuarto de horno enmarcada por un arco ligeramente apuntado. Dentro de esta misma fase, el presbiterio se prolongó hasta un arco triunfal de sillería. Por el exterior, esta fábrica románica es muy sobria, con una cornisa pétrea sustentada por canecillos.
A partir de este punto, cambia la estructura del edificio y adquiere una mayor amplitud. La cubierta se sustenta mediante arcos diafragma, que definían tres tramos, de los que sólo se conservan dos. Sobre ellos se dispone la techumbre de madera, a doble vertiente, con tres vigas maestras en cada tramo. Esta parte del templo, ya plenamente gótica y perteneciente a la etapa templaria, es también muy sobria al exterior.
Las referencias documentales al edificio son escasas. En 1304, poco tiempo antes de la aprehensión de los bienes de la Orden, tenía un altar, un cáliz de plata, escasos libros litúrgicos y ropas púrpura, destacando una cinta de esmaltes de Limoges (Francia). Ya durante la etapa sanjuanista, se documentan distintas obras hasta que, entre 1580 y 1594, se construye la nueva iglesia parroquial, pasando el antiguo templo a la condición de ermita, con la que ha perdurado hasta nuestros días.
La vieja iglesia templaria se alberga dos interesantes conjuntos pictóricos, de muy distinto carácter; el más antiguo decora la cabecera; pero el más singular se localiza en la cubierta, conservándose solo parte del mismo.
Las pinturas de la cabecera
El ábside está decorado con pinturas tardo-románicas del siglo XIII, con algún detalle de influencia gótica. Lo preside un Pantocrator, Jesucristo entronizada bendiciendo con su mano derecha, dentro de la "almendra mística"; rodeándolo un tetramorfos o representación de los cuatro Evangelistas: San Mateo (figura humana), San Juan (águila), San Marcos (león) y San Lucas (toro), todos ellos alados y con una cartela con su nombre. Esta característica escena se basa en la adoración celestial, descrita en el Apocalipsis.
Sabemos que las pinturas murales se prolongan por las paredes del presbiterio, aunque en este caso están todavía ocultas por sucesivos enlucidos, a la espera de su restauración.
El ciclo de los caballeros
El repertorio pictórico de la cubierta de madera es gótico-mudéjar y está formado por caballeros, seres fantásticos y posibles escenas cotidianas, con decoración vegetal, geométrica y heráldica.
El grupo mejor definido es el formado por un conjunto de jinetes andalusíes y cristianos, con especial protagonismo de los templarios. Los andalusíes montan a la jineta, portan adarga y llevan la lanza en alto, lo que indica su uso como arma arrojadiza.
Los cristianos montan “a la brida” y con la lanza en ristre, tal y como lo harían en una carga de caballería pesada. Hay un caballero que porta las armas de la Casa de Aragón (barras rojas y amarillas). Pero la mayor parte son templarios, con cruces rojas sobre fondo blanco en escudos y gualdrapas. Destaca, por su excepcionalidad, un caballero con una representación esquematizada del Templo de Salomón (Cúpula de la Roca), elemento utilizado como sello por los maestres. También hay otro con el emblema heráldico de los Cardona (el cardo), familia estrechamente vinculada a la Orden del Temple, a la que dio dos maestres: Guillermo de Cardona (1244-1252), que participó activamente en la conquista de Valencia antes de ser maestre y ordenó una nueva repoblación de Camañas (1251); y Berenguer de Cardona (1292-1307), penúltimo maestre de la Corona de Aragón. Aunque también aparecen otros símbolos heráldicos (besantes y banda), su adscripción a una familia concreta resulta más problemática.
Hay algunas escenas de combate, en las que los cristianos persiguen y abaten a los andalusíes, que tratan de refugiarse en una fortaleza, mientras que uno de los defensores de la misma toca el añafil, posiblemente dando orden de retirada.
El conjunto podría representar un acontecimiento bélico concreto, victorioso para las armas templarias y aragonesas. Posiblemente esté relacionado con la conquista del Reino de Valencia, dirigida por el rey Jaime I (representado por el caballero con armas de la Casa de Aragón) y con presencia del maestre del Temple de la Corona de Aragón (caballero con el Templo de Salomón) y Guillermo de Cardona (caballero con el cardo como emblema heráldico).
Aunque no se puede descartar que se corresponda con la toma de Valencia (1238), en la de Burriana (1233) también participaron Blasco de Alagón y Berenguer de Entenza, que podrían ser los caballeros representados con besantes y banda, respectivamente.
Las características formales de las pinturas y la subyacente exaltación del Temple, permiten asegurar que se realizaron con posterioridad a la techumbre de Santa María de Mediavilla de Teruel (cuya madera se cortó hacia 1261) y anterioridad a la aprehensión del Temple (1307). La presencia del escudo de los Cardona y el enardecimiento de uno de los miembros de esta familia, permiten suponer que lo más probable es que se pintase durante el maestrazgo de Berenguer de Cardona (1292-1307).
Seres fantásticos
La cubierta de la antigua iglesia de Camañas esconde un micro-universo simbólico, del que aún nos queda mucho por saber. El repertorio de seres fantásticos podría tener un trasfondo común con el “ciclo de los caballeros”: la lucha del Bien contra el Mal.
Podemos apreciar un conjunto de seres monstruosos, de carácter negativo, caracterizados por subvertir el orden natural: un extraño ser salvaje (pelos de punta), al que le falta el tronco y tiene entrelazados los brazos y las piernas, con un objeto desconocido en la mano izquierda; dos siamesas peleando; un fiero dragón de cuya boca sale un extraño ser con cara de pez y cuerpo de reptil.
Frente a éstos, hay otros animales de carácter positivo, como las dos aves que beben de una copa; se trata de un motivo muy antiguo, que evoluciona hacia un significado eucarístico (la copa sería el Santo Cáliz), con un claro sentido resurreccional.
También hay escenas de la lucha del Bien contra el Mal, como el galgo con collar en el cuello (fidelidad y civilización), que persigue a una liebre con rasgos monstruosos (la lujuria) y que está enfrentada, a su vez, a un águila (otro símbolo del Bien). O un infante con una lanza que se enfrenta a un fiero toro.
Otros elementos resultan más difíciles de interpretar, como el tetrasquel formado por cuatro piernas humanas, representación parecida a uno de los marginalia del Fuero de Teruel.
El repertorio considerado como “escenas cotidianas”, ofrece importantes dudas debido al mal estado de conservación de muchas de las figuras. Por lo que es posible que en ellas también predomine más un trasfondo simbólico o mítico, que el “cotidiano”. Dentro de este grupo se suelen incluir unas hilanderas o un acemilero transportando carga, que aparecen junto a seres fantásticos.
Otra escena de difícil interpretación es la de dos jinetes cabalgando en el mismo caballo: un varón andalusí que lleva las riendas, y un personaje indefinido (tal vez una mujer), que porta un recipiente. Esta imagen se ha vinculado con la leyenda de la “enterrada viva” de Alfambra-Camañas, documentada en el siglo XV. La escena aparece mezclada con el “ciclo de los caballeros”.
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