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Gúdar-Javalambre multiplica por cuatro la media nacional  de arquitectura defensiva Gúdar-Javalambre multiplica por cuatro la media nacional  de arquitectura defensiva
Mapa de los principales ejemplos de arquitectura fortificada feudal de la Comarca de Gúdar-Javalambre. Javier Ibáñez/Archivo

Gúdar-Javalambre multiplica por cuatro la media nacional de arquitectura defensiva

El territorio tiene una densidad de 2,6 monumentos defensivos por cada 100 kilómetros cuadrados según desvelan los últimos inventarios
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Castillos conventuales, recintos amurallados, torres defensivas, fortalezas tácticas, castillos palacio, masías torreadas... Hay territorios que, por situación y por su Historia, concentran importantes muestras de arquitectura fortificada de origen medieval. La comarca de Gúdar-Javalambre es un buen ejemplo y los 61 conjuntos fortificados distribuidos por este territorio implican una densidad de 2,6 fortificaciones por cada 100 kilómetros cuadrados, una cifra cuatro veces superior a la media nacional estimada a partir de los últimos inventarios, tal como detalla en este reportaje el arqueólogo Javier Ibáñez.

La arquitectura fortificada feudal es una de las muestras más monumentales y características de un largo y complejo periodo histórico. La finalidad de estas estructuras van mucho más allá de lo militar y lo defensivo. La función representativa, de prestigio, es una de las más destacadas, sirviendo de símbolo del poder, ya sea del señor feudal de turno (laico o religioso), del rey o del concejo. No menos importante son los usos residenciales de buena parte de estos edificios; o los jurídicos-administrativos, para los recintos amurallados.

Y a pesar de que las circunstancias fueron cambiando y que durante los siglos XVI y XVII muchas de estas construcciones acabaron relegadas a un segundo plano, los sucesivas guerras (Sucesión, Independencia, Carlistas) rescataron estas fortalezas del olvido hasta bien entrado el siglo XIX.

Tierra de castillos

La fortaleza más conocida y visitada de la Comarca (unas 42.000 personas al año) es el Castillo de Mora de Rubielos, uno de los edificios medievales más monumentales de toda la provincia. Fue palacio y centro rector de los señoríos de los Fernández de Heredia en el Sur de Aragón, una de las grandes familias nobiliarias del Reino. 

La mayor parte del castillo se construyó en el siglo XV, si bien en su subsuelo esconde restos de una antigua fortaleza de finales del siglo XII, en parte sacados recientemente a la luz. El imponente carácter defensivo de sus fachadas y sus accesos contrasta con su amplitud y comodidad interior, de forma que no es exagerado decir que el edificio por fuera es un castillo y por dentro un palacio.

El Castillo de Manzanera también tiene un marcado carácter palacial, pero, a falta de que se acometa su restauración, sólo es posible ver parte de su sobrio exterior e imaginarnos el esplendor que tuvo en tiempos.

Más abundantes son las pequeñas fortalezas señoriales, como el Castillo de Pradas, que perteneció a los señores de Arenós. Aunque ahora está aislado y puede parecer más una masía fortificada que un castillo, originalmente se situaba junto a él la aldea de Pradas, que acabó despoblándose al instalarse en sus proximidades San Agustín, aldea de la Comunidad de Teruel. No obstante, el castillo subsistió, pasando después a manos de los Sánchez Muñoz, señores de Escriche, la familia más poderosa de la ciudad de Teruel; y su antigua parroquial se transformó en ermita.

También debió pertenecer a los señores de Arenós la imponente torre-sala de Abejuela, de 10 metros de altura. Otras pequeñas fortalezas pertenecientes a señores laicos son el Castillo de Rubielos, realizado con tapial calicastrado y situado en el punto más alto del barrio del Campanar; tras pasar el territorio a manos de Teruel y su Comunidad de Aldeas, el edificio se destino a cárcel. Y el Castillo de Olba, del que tan sólo se conserva visible su aljibe.

El obispo de Zaragoza (arzobispo a partir de 1318) poseía tres destacadas posiciones en la Comarca, todas ellas construidas en las primeras décadas del siglo XIII. Al Castillo de Puertomingalvo, que también es visitable, se accede por una torre-puerta, que da paso al patio de armas (antaño rodeado de diversas construcciones que solo se conservan a nivel arqueológico), presidido por una potente torre del homenaje. Aunque de dimensiones más reducidas, el Castillo de Linares tenía una articulación más compleja, debido a su difícil emplazamiento, encaramado en la cumbre sobre la que se asienta la villa de Linares. De la tercera fortaleza, que daba nombre a la población de Castelvispal ("castillo del obispo"), prácticamente no se conservan evidencias

Pero, posiblemente, es el Castillo de Alcalá de la Selva –también abierto al público– el que mejor sintetiza la historia de la Sierra de Gúdar, al converger en un mismo punto un antiguo asentamiento ibero-romano; un castillo musulmán desde el que se regían los destinos de un amplio territorio; una fortaleza conventual perteneciente a los pacíficos monjes de la Selva Mayor de Gascuña, que, una vez en tierras turolenses, se transformaban en auténticos monjes-guerreros, participando activamente en la conquista de Valencia; y un castillo señorial a los Fernández de Heredia, construido en el último cuarto del siglo XIV sobre las citadas fortificaciones, de las que se conservan importantes restos visibles. Esta posición se refortificó en el siglo XIX, convirtiéndose en un baluarte carlista que fue tomado por los liberales tras un duro bombardeo y un sangriento asalto.

El Castillo de Albentosa, levantado sobre una fortaleza andalusí, estuvo en manos de los templarios durante algo más de medio siglo. Pasó después a los señores de Arenós, que lo perdieron tras un largo pleito con el Concejo de Teruel, que llegó a ocuparlo por la fuerza. Dada su proximidad al camino entre Valencia y Zaragoza, fue escenario de distintos enfrentamientos bélicos durante la Guerra de Sucesión, la de Independencia y las Guerras Carlistas.

Otros castillos y fortalezas conservados en la Comarca se encuentran en peor estado de conservación y requerirán de excavaciones arqueológicas e importantes labores de restauración antes de ser visitables: Castillo del Mallo (Mosqueruela), Castillo de Camarena, Torre de Santa Elena (Camarena), Castillo de Gúdar, Castillo de El Castellar, etc. Otros, como el pequeño castillete que debía existir en Formiche Bajo o la torre que dio nombre a Torrijas, posiblemente nunca lleguen a recuperarse.

Murallas, torres y portales

Los recintos amurallados han ejercido un papel esencial en la organización urbana de muchos de las villas de la Comarca, definiendo los límites del caserío. Entre ellos destaca, por la buena conservación de sus estructuras, los de Mosqueruela, Rubielos de Mora, Mora de Rubielos, Puertomingalvo, Linares de Mora y Manzanera.

Aunque surgieron como sistema defensivo, no hay que olvidar su importante componente jurídico-administrativa al servir para diferenciar los que tenían determinados derechos, por residir dentro del recinto, de los que carecían de ellos ya fuera porque eran extranjeros o porque eran masoveros sin "casa abierta" dentro del recinto amurallado. Y también su destacada función representativa, mostrando el poder y la pujanza de su concejo y/o del señor feudal. En este sentido desempeñaban un papel especialmente relevante los portales que, además de unir el casco urbano con el exterior, solían ser auténticos escaparates del potencial económico y del prestigio de la villa.

Si recorremos la Comarca, tendremos oportunidad de descubrir todo tipo de portales. Los de mayor prestancia son los que se encuentran flanqueados por sendas torres puerta (Manzanera, Sarrión, Mora). También son imponentes las torres-puerta (Mosqueruela, Rubielos, Linares, Mora, La Puebla, Puertomingalvo y Arcos), algunas construidas con sólida sillería y de considerable altura. Por último, hay que destacar la presencia de portales sencillos abiertos en la muralla (Valbona, Alcalá, Puertomingalvo, Arcos, Mosqueruela, Mora y Linares) y de algún postigo de reducidas dimensiones (Mora). Además, en estos recintos se conservan numerosos torreones (en su mayoría de planta cuadrada) y lienzos de muralla.

Masías fortificadas

Las masías fortificadas constituyen una tipología singular dentro de la arquitectura defensiva y un fenómeno muy minoritario en el ámbito del poblamiento disperso, en el que suponen menos del 2 %. En la comarca se conservan 25 de las cerca de medio centenar que pudieron llegar a existir, destacando por su abundancia los municipios de Alcalá de la Selva, Puertomingalvo, Mora de Rubielos y Linares de Mora, pero estando también presentes en Mosqueruela, Nogueruelas, Fuentes de Rubielos, Manzanera, San Agustín y La Puebla de Valverde.

La torre es la estructura definitoria de este modelo. Con independencia de su función defensiva, la torre es un elemento de prestigio, que diferencia claramente a su propietario del resto de los vecinos. La foralidad aragonesa prohibía la construcción de fortificaciones particulares dentro de cualquier señorío (incluidos los de realengo), salvo que se contase con permiso del señor; y este sólo debía autorizarlas en contadas excepciones, ya que su generalización hubiera acabado devaluándolas.

Las primeras masías fortificadas se construyeron en el siglo XIII, integrándose en la primera red de poblamiento disperso creada tras la conquista aragonesa. Su número crecerá durante los siglos XIV y XV, estableciéndose lo que podríamos considerar como un modelo "clásico". Durante este periodo, la torre se concibe como un elemento con carácter eminentemente residencial y defensivo; estaba rematada con almenas (que casi nunca han llegado hasta nuestros días), y tenían muros perforados por saeteras y puertas protegidas con cierre de tranca deslizante. Menos frecuente era la presencia de ventanas con tracería gótica e incluso la existencia de un pórtico. Aunque la torre tenía una indudable componente residencial y defensiva, también reflejaba el prestigio social que pretendía demostrar su propietario.

A lo largo del siglo XVI y durante el siglo XVII se seguirán construyendo masías fortificadas; pero el modelo irá cambiando. La torre se concibe más como un signo de status, que como una estructura con carácter defensivo. Los remates almenados dejan paso a pináculos meramente decorativos; y la planta superior se usa como palomar, elemento de relevancia simbólica en los señoríos en los que su tenencia requería de un permiso especial.

Pese a que el fenómeno decayó durante la segunda mitad de la Edad Moderna, a lo largo del siglo XIX y del XX volvió a resurgir, esta vez de la mano de las corrientes historicistas. Las torres construidas en este momento copian y mezclan rasgos de los periodos anteriores. Reflejan el éxito del modelo, que quedo fijado en la memoria colectiva como un elemento de prestigio.