En cualquier momento del año es grato viajar, si se tiene la suerte de tener disponibilidad, pero en el verano en tiempo de vacaciones es cuando más nos atrae cambiar de aires y desconectar de la rutina diaria de trabajo y obligaciones.
Al planear un viaje solemos elegir lugares que nos llamen la atención y puedan satisfacer nuestras preferencias, playas, montañas, ciudades con historia, museos, islas o lugares frecuentados de moda, cada cual según posibilidades, inquietudes y tiempo para el disfrute. Solíamos hacerlo así y la experiencia resultaba gratificante, recuerdo con nostalgia la playa a la que acudía todos los veranos de niña, un lugar de la costa de Castellón con un pequeñísimo pueblo de pescadores donde disfrutaba del mar, atrapaba cangrejos y asistía expectante de mañana, muy temprano, a la salida de las barcas repletas de pescado y por las tardes a los atardeceres rojos de nuestro Mediterráneo. Observo ahora que una paz como esa es difícil, un privilegio del que cada vez gozan pocos con el auge de viajes masificados, aeropuertos colapsados y recorridos a menudo dictados por opinadores de redes sociales, bajo criterios de publicidad que llevan a los viajeros a estar en un determinado lugar, comer una determinada comida, en un restaurante elegido según ellos magnifico, ver un amanecer o un atardecer o tomar un café en una terraza famosa. Todo ello valorado por personas que dan una puntuación en redes como garantía de una buena elección.
Una vez puestos los pies en el lugar, hay que hacerse las fotos de rigor, aunque haya que soportar una larga cola, porque es esa y no otra, la que hay que subir a las redes sociales como testimonio de haber cumplido con lo exigido, fotos que al final acabaran en la memoria de los móviles probablemente olvidadas. Me parecen traslados, que no viajes, de un lugar a otro intentando ver, pero sin ver, sin tiempo para entretenerse en largos paseos, observando gentes y costumbres, visitando todo aquello que nos suponga un enriquecimiento cultural y personal, dejando pasar el tiempo sentados en la terraza de una plazuela pensando con emoción lo hermoso que es viajar y cuanto se aprende viajando.
Los viajes y cruceros masificados invaden el Mediterráneo y descargan turistas, que no viajeros, en lugares de referencia igual que se descarga una mercancía, en pocas horas regreso a la navegación con la proa puesta hacia otro puerto, con la vista puesta en un nuevo selfie que apresuradamente subirá a las redes, testigo de un momento que se publicita para presumir en la mayoría de las ocasiones de haber estado en el lugar emblemático, tal vez sin gozar de ningún sentimiento que nos conmueva.
En la Europa de los siglos XVIII y XIX a los jóvenes de las familias que podían permitírselo, se los enviaba a viajar para que conocieran sus países y capitales, este Grand Tour era un viaje largo que estaba plagado de experiencias, cultura y aventuras que los devolvía a su país con una visión amplia del mundo que les rodeaba y del que procedían. No son estos los tiempos, es lógico, ahora con nuestras modernas comunicaciones podemos ir y venir donde queramos y adquirir conocimientos donde más nos guste, pero me pregunto si no es el momento de pensar qué nos aporta esa forma de conocer mundo acelerada que nos brindan los viajes masificados, rápidos y recomendados por influencers que nos mandan a hacer colas interminables, fotos programadas, comidas recomendadas y otras muchas actividades que creo no es precisamente lo que nos enriquece como viajeros. Cabría reflexionar sobre ello.
Traigo aquí los versos de Constandinos Kavafis en su conocido poema Ítaca:
“Cuando salgas de viaje para Ítaca
Desea que el camino sea largo
Colmado de aventuras, colmado de experiencias”
…..
“Desea que el camino sea largo
Que sean muchas las mañanas estivales
En que - ¡y con que alegre placer!
Entres en los puertos que ves por vez primera”
…
“Mantén siempre a Ítaca en tu mente
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
Y que viejo al fin arribes a tu isla,
Rico por todas las ganancias de tu viaje”
Todos tenemos nuestra Ítaca particular, todos queremos regresar a ella, pero como viajeros empapados de saberes y emociones. La manera de viajar de nuestro tiempo, en las tan ansiadas vacaciones dudo que sea eso, se convierten en un bien de consumo más de usar y tirar, sin dejar apenas huella en nuestro camino.