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Un clásico moderno Un clásico moderno

Un clásico moderno

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Asunción Vicente

Parece ser que últimamente se percibe un aumento de los alumnos que se interesan por las lenguas clásicas. Me parece una gran noticia, porque pone de manifiesto que vuelve el interés por el latín y el griego a las aulas, así como también por las humanidades, en un momento en el que hay que retomar con pasión la lucha para que no desaparezcan de los planes de estudio y podamos conservar ese gran legado inmaterial que constituye la base de la cultura occidental y del que no podemos prescindir.

La enseñanza de las humanidades debe ir ligada a las materias científicas y tecnológicas, pues se complementan unas a otras. De esto también tenemos muchos ejemplos en la antigüedad que revelan la importancia de combinar los saberes y que dieron como resultado figuras importantísimas que siguen iluminándonos hoy en día.

Hay un personaje que me resulta especialmente querido, creo que, por mi profesión, algo olvidado eso sí, pero que merece un lugar y un reconocimiento como hombre de ciencia y de letras. Este personaje es Teofrasto de Eresos. Descubrí a Teofrasto en la isla de Lesbos, en Eresos, lugar donde nació en 372 a.C. También nació aquí la gran poetisa Safo, madre de la lírica, cuya figura opaca completamente a Teofrasto, salvo por un pequeño monumento que lo recuerda, pero que pasa desapercibido para los visitantes que se acercan a este lugar maravillados por el brillante mar azul y donde solo se escucha el rumor de las olas.

Teofrasto estudió en la Academia de Platón donde conoció a Aristóteles, al que acompañó a Macedonia cuando fue requerido por Filipo II para educar a su hijo Alejandro. Aristóteles le designó su sucesor al frente del Liceo ateniense y le legó sus libros y manuscritos. Fue un gran continuador de la obra aristotélica en sus muchas modalidades, pero lo más importante que nos ha llegado de él son sus tratados sobre las plantas y minerales. Su Historia de Plantas, es una obra descriptiva básica para el estudio de éstas, que agrupó más de quinientas variedades y dedicó uno de sus libros a las propiedades medicinales de las plantas. De causis plantarum trata de los sabores y olores, dando referencias importantes para el reconocimiento de distintos tipos de drogas. Trabajó con gran variedad de especies que le llegaban de la India a través de mercaderes y soldados de la expedición de Alejandro Magno, que eran totalmente desconocidas. En su obra se ocupa con largueza de la mandrágora, el eléboro, la belladona, el nenúfar amarillo, regaliz, helecho macho, acónito y muchas más. Todos estos conocimientos componen un auténtico tratado de farmacognosia y todas las drogas que en él figuran están recogidas en todas las Farmacopeas del mundo, por tanto, generación tras generación de boticarios las han utilizado en sus farmacias. Teofrasto hizo una cuidadosa selección que ha perdurado en el tiempo y por ello merece ser considerado el padre de la Farmacognosia.

Pero no todo fue botánica, biología, física y ciencia, escribió sobre ética y metafísica unos tratados que desgraciadamente se han perdido, pero afortunadamente ha llegado hasta nosotros una obra que titula Caracteres, un pequeño opúsculo en el que nos describe en treinta capítulos a una serie de congéneres con sus características, aplicando un agudo sentido de la observación del ser humano fiel a su método científico. Teofrasto observa la naturaleza y a los hombres que le rodean, analiza al ser humano y describe variopintas personalidades y conductas que hoy podemos reconocer del mismo modo en nuestra vida diaria. Es así como nos habla del adulador, el charlatán, el grosero, también de la oligarquía, altanería, tacañería, vanidad, impertinencia, desconfianza, gorronería, cobardía… intentando descubrir cómo son los comportamientos humanos para intentar provocar una kátharsis que conduzca a la corrección de dichas actitudes. Es vigoroso y mordaz en las descripciones de estos tipos morales y totalmente moderno. Nos describe al desvergonzado, un individuo que jura a la ligera, exhibicionista y capaz de todo, que hace cualquier cosa por indigna que sea; al torpe con lentitud de mente y de acciones; al adulador que solo busca congraciarse con el propósito de obtener ventaja; al vanidoso lleno del deseo mezquino de la ostentación; al tacaño carente de generosidad en cuanto atañe al gasto; al impertinente con un trato que sin dañar causa fastidio; al codicioso obsesionado por una excesiva ganancia vergonzante, o al oligarca un tipo con afán desmesurado de mando, cuyo único fin es el poder y la riqueza. Ejemplos entre otros de caracteres y descripciones de rabiosa actualidad en las que podemos identificar esas actitudes del ser humano que poco han cambiado, captando la esencia de cada perfil psicológico como si de un profesional actual se tratara. Su obra es un testimonio de los individuos que eran sus vecinos a quienes conocía bien y que observaba en su tiempo, no muy distinto del nuestro. Teofrasto creyó que esas descripciones servirían a los que venían detrás de él para aprender a conducirse en la vida, a desechar actitudes no edificantes, para ser mejores ciudadanos, vivir como personas más dignas evitando caer en esos prototipos. Por supuesto no lo consiguió, el ser humano es obstinado y comete siempre los mismos errores como podemos constatar.

Pero es mucho lo que podemos aprender del estudio de los clásicos, cuando leen sus textos las nuevas generaciones pueden comprobar que no son en absoluto aburridos y su universo está poblado de personas y actitudes en las que pueden reconocerse, no en vano han inspirado todos los grandes éxitos de la literatura, cine y series icónicas de televisión, que siguen los pasos de los mitos y los héroes que los jóvenes devoran con pasión.

Posiblemente el objetivo de Teofrasto no se logre nunca, no se produzca esa Kátharsis, pero no por ello hay que dejar de intentarlo y volver la mirada hacia autores lejanos en el tiempo, pero sabios y totalmente modernos.