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Tiempos de guerra Tiempos de guerra
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Asunción Vicente

La guerra es una constante en la historia de la humanidad, un hecho que se repite con empecinamiento cada lapso, pudiendo constatar que los periodos en los que han estado presentes las guerras en uno u otro lugar del mundo son mucho más largos que los periodos de paz o entreguerras, término más exacto.

Se nos llena la boca de manera rimbombante de la palabra paz, pero no somos capaces de hacer honor a ella. Después de unos pocos años aparece de nuevo el jinete de la guerra inexorablemente. Desde siempre, ya sea por territorios, alterando las fronteras que se expanden o se retraen con rapidez, ya por la explotación de los recursos naturales, otras veces por ideologías que van evolucionando y pasando a convertir lo que era un dogma en algo sin importancia, o las llamadas guerras de religión, haciendo de las creencias personales e íntimas la bandera para fines mucho más prosaicos, riquezas y poder. No podemos olvidar tampoco las guerras de independencia, imbuidas del deseo de los pueblos por lograr su lugar en el contexto político, después de periodos de opresión, o las guerras civiles por distintas causas en las que se enfrentan hermanos contra hermanos. Todas están teñidas de sangre, miseria, horror y sufrimiento. Después de las matanzas llega el reparto y la forja de países y fortunas.

Nuestras guerras modernas, como dolorosamente vemos todos los días son tecnológicas, los medios digitales hacen que sean percibidas distantes, como si de una serie de televisión se tratara, y sin embargo están ahí en toda su crueldad. Se acabaron las picas, espadas o arcabuces, ahora llegan los drones silenciosos y casi indetectables, acompañados por misiles de precisión que nos sumergen en una desprotección total, que da la sensación en un mundo globalizado de inseguridad, ya que no existen las distancias para esa tecnología bélica que el hombre ha sido capaz de desarrollar.

Cabe preguntarse ¿no es posible nunca la paz? ¿no podemos alcanzar la paz perpetua? Los políticos hablan de una paz en la que no creen, ni creyeron jamás. Será porque la paz requiere muchos cuidados, necesita cuidar al máximo conceptos tan importantes como la justicia, la igualdad, la educación, el bienestar, tareas harto difíciles en estas sociedades cada vez más egoístas y ficticias, ensimismadas en la admiración de sí mismas, aisladas detrás de las redes sociales y los medios audiovisuales, lejos de un auténtico diálogo e interactuación productiva. De esta manera, es muy difícil fomentar el respeto entre distintas ideologías o culturas y mucho más difícil conseguir reducir las desigualdades y promover la negociación en lugar de la violencia. La guerra es algo tan intrínseco y trágico de la condición humana, como la certeza de nuestra propia mortalidad.

Los estragos de las guerras se repiten con el mismo grado de brutalidad en las batallas y en el sufrimiento de la población civil, están tan vigentes hoy con tecnologías de vanguardia, como siglos atrás, con la misma fuerza que ya evocaba Homero al relatar la guerra de Troya. Seguimos arrastrando y mutilando los cadáveres de los enemigos y cantando las epopeyas bélicas a través de los triunfos de los vencedores, sustituyendo a los héroes antiguos por modernos.

¿Y que es un héroe? Es el guerrero por antonomasia, que se prepara para una muerte gloriosa, algo que suena a antiguo pero que existe también en nuestro tiempo. Cabría preguntarnos si realmente se debe sacrificar la vida por una causa y si queda compensada la muerte de un guerrero, por esa gloria que alcanza, tan efímera y difícil de conservar al desvanecerse con el tiempo. Preguntas y respuestas antiguas y modernas, rabiosamente modernas.

Evocamos a Homero, en los versos eternos de la Ilíada, narrando la guerra de Troya, versos que nos trasportan y emocionan, viviendo los lances de los héroes aqueos y troyanos, pero deberíamos recordar que Homero también nos lleva de la mano de Ulises en la Odisea a un mundo en el que acaba la guerra y se vuelve al hogar, eso sí, después de grandes aventuras y peligros como en toda andadura vital, pero al final obtiene la recompensa del retorno al hogar, regresa a las playas de Ítaca, siempre mejor que estar ante los muros de Troya.

Las nuevas guerras tecnológicas, la información al minuto, la banalización de los desastres y matanzas, la retrasmisión y seguimiento en directo de los conflictos, todo este mundo, que visualizamos en nuestras pantallas y que consumimos sin cesar, hace que le hayamos perdido el respeto a esta palabra atroz: guerra.

Se nos lanzan mensajes constantes para que nos preparemos, consigamos un refugio seguro, reservemos agua, víveres, medicamentos, linternas o cerillas, como prevención de lo que se avecina, pero nos quedamos incrédulos, dudamos si es fruto de la política internacional que obedece a intereses de otro tipo o si realmente, la amenaza es real y próxima.

La máxima información ha llegado a producirnos desconfianza, pero no perdamos nunca la esperanza de conseguir esa paz perpetua.