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Nuevos estoicos

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Asunción Vicente

Vivimos entre dispositivos que no dejan de sonar, alertar, enviar mensajes y correos electrónicos, agobiándonos la mayor parte del día, sobresaltándonos con sus pitidos y llamadas, generándonos una profunda ansiedad. Nos rodea un entorno cada vez más tecnológico, que nos aísla poco a poco de lo humano y nos pone en manos de las máquinas y sus algoritmos.

Las pantallas se han convertido en una extensión de nuestro cuerpo. Por eso, tal vez hay momentos que los odiamos y solo queremos que callen para refugiarnos en nuestra soledad. Nos replegamos hacia nuestro yo más íntimo, queriendo poner una muralla entre nuestro ser, que desea tranquilidad y el medio exterior que no podemos controlar.

No es nada nueva esa sensación, siempre ha estado presente en el individuo, ya existía en los tiempos de Zenón cuando fundó en la Atenas del siglo III a.C. una escuela filosófica basada en un sistema lógico y una visión particular del mundo natural que se denominó estoicismo. Los estoicos creían que todo a su alrededor funcionaba por una causa que tenía su correspondiente efecto. Consideraban que el universo es racional y los humanos no podemos controlar lo que pasa a nuestro alrededor, pero sí podemos decidir cómo nos afectan esos sucesos, en lugar de darnos a imaginar mundos ideales. El ser humano se nos presenta como un dominador y controlador de los hechos que suceden a su alrededor, los que perturban su vida, la muerte, enfermedad, desgracia, riqueza, fama y tantas situaciones añadidas que la vida nos plantea. El estoicismo promueve el autocontrol, una aceptación de las cosas tal y como se presentan, sin dejarse llevar por el miedo, el placer o la ira, sencillamente aceptando el plan de la naturaleza, tratando a nuestros semejantes de manera justa y cumpliendo nuestro plan personal de vida a la perfección.

Comenzando con Zenón, a lo largo del tiempo hubo otros pensadores que siguieron el estoicismo, Crisipo, Cicerón, Séneca o Epicteto. En el periodo helenístico y hasta el siglo II d.C. tuvo una gran difusión entre las elites grecorromanas y de este pensamiento filosófico es un claro exponente el emperador Marco Aurelio; una doctrina que luego decayó con el auge del cristianismo, volviendo a surgir en el renacimiento y sorprendentemente en la actualidad. El estoicismo influyó en numerosas doctrinas filosóficas posteriores, en los primeros padres de la iglesia y más tarde en Descartes y Kant, haciendo suya esa idea de una ética que valoraba la serenidad frente las adversidades, llegando posteriormente a impregnar las obras de Erasmo, Juan Luis Vives y Montaigne. Ahora, de nuevo es una tendencia totalmente de moda entre los grandes ejecutivos, gurús de toda índole, entrenadores deportivos, artistas y políticos, entre otros.

Que en nuestro mundo tengan éxito, Marco Aurelio, Epicteto o Séneca, nos puede sorprender pero no debería, porque todos buscamos un punto de equilibrio ante los problemas que nos acucian en cada etapa de la vida y este pensamiento nos ayuda a centrarnos cada vez más en nosotros mismos y en aquellas cosas que sí podemos modificar, sin agobiarnos por lo que no admite nuestra intervención, sin rebelarnos sino aceptando los hechos de la mejor manera, ya que lo que no depende de nosotros no podemos solucionarlo ni cambiarlo.

El estoicismo enseña esta actitud, preocuparse solo por lo que de uno mismo depende mirando hacia el interior de nosotros mismos. Eso es tal vez lo que buscamos al tomarnos un año sabático, unas vacaciones lejos del ruido de las ciudades, en el campo, en lugares con encanto, en la soledad de una playa o una montaña, respirando el aire puro, tan solo acompañados de la propia naturaleza, envueltos por ella y en equilibrio con ella, entonces alcanzamos una tranquilidad y un gozo que nos hace felices, fugazmente felices en este mundo. Es a lo que llamamos desconectar, algo que posiblemente necesitemos más que nunca en este medio hiperconectado, entendiendo que nuestra existencia sería mas plena si sabemos nuestro papel dentro del orden de la naturaleza, cumpliendo en el plano personal y colectivo nuestro objetivo, evitando sin duda esa desagradable sensación de stress e insatisfacción.

Posiblemente Marco Aurelio no quiso nunca ser emperador sino filósofo, pero lo fue y a ello se dedicó cumpliendo la labor que se le había encomendado; de todo ello de sus frustraciones y logros, de su actitud ante la vida, nos dejó claro testimonio en su texto Meditaciones.

En esa época el cristianismo estaba en sus inicios y los cristianos esperaban de este emperador benevolencia hacia su credo, sin embargo no la encontraron, Marco Aurelio era un estoico que basaba su conducta en la razón divina, en la propia conciencia y el cristianismo era para el emperador una fe dogmática, con creencias reveladas y cultos mistéricos que se le antojaban impenetrables, la fe de un estoico era racionalista, por lo tanto el estoicismo no tenía nada que ofrecer salvo su ideal de sabiduría feliz e incólume ante los avatares de la fortuna, un ideal frío y aristocrático con un punto de egoísmo. Entre esto y las nuevas religiones mistéricas, cargadas de promesas en el más allá perdió la partida, porque en el fondo trasmite un punto de desesperanza, que se convierte en decepción al no confiar en la inmortalidad personal.

Hartos ya de la política vulgar, de las cansinas repeticiones informativas, de la agobiante publicidad, de la luz de las pantallas, de la servidumbre de las redes sociales, de la conectividad e interactuación a todo momento… ¿sería bueno una introspección en nosotros mismos? ¿Alejarnos de vez en cuando, en la medida que podamos y disfrutar de nuestra soledad?

Creo que a veces es un placer especial estar solo, disfrutar del silencio, un lujo cada vez más raro, estar en nuestra propia compañía, libremente sin presiones, no hace falta buscar en extravagantes tendencias espirituales la paz interior que deseamos, valdría con volver la mirada atrás y volver a ser un poco estoicos.