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Gladiadores

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Asunción Vicente

Con el estreno de la película Gladiator II se ha suscitado un debate sobre la visión que ofrece de la antigua Roma y en concreto sobre los juegos, munera o luchas de gladiadores. Las licencias históricas son tales, que saltan a la vista para el espectador algo avezado sobre temática romana. Particularmente desde mi infancia me han gustado mucho los “peplum” siendo ellos los que poblaron con sus peripecias mis fantasías de niña, en un mundo imaginario de túnicas y corazas.

Creo que en una película la ficción ocupa un primer lugar, aunque es posible hacer una producción escrupulosamente histórica, pero que podría no ser comercial o resultar aburrida y no se busca eso en un filme porque lo principal es entretener, de ahí que los directores introduzcan elementos que le den un morbo adicional y generen expectación. Todo ello unido a los efectos especiales que se consiguen con sofisticadas tecnologías, hacen que surjan superproducciones espectaculares que son auténticos taquillazos.

Pero, ¿hasta qué punto algunas licencias históricas se convierten en burdas adulteraciones? Me pregunto si tienen sentido. Un filme de corte histórico, entiendo que tiene como finalidad además de entretener, descubrir épocas y personajes del pasado que conocemos por la historia, modelos de sociedades diferentes, usos y costumbres perdidas, como si estuviéramos en una máquina del tiempo. No sé hasta donde se justifica retorcer y tergiversar los hechos, revestir la historia de un presentismo excesivo, salvo que se haga de esta manera en base a una ficción total, como cuando en una novela su autor recrea con su imaginación absolutamente todo.

Una película presentada como histórica tiene el acicate de espolear la curiosidad del espectador por todo lo que narra, por otra parte, los muy aficionados a estos temas notaran a la primera las licencias que se ha permitido el director, pero los que acuden esperando conocer algo real desconociendo la historia, lo asumirán como verídico, creyendo todo lo que se presenta ante sus ojos, revestido eso sí de un amplio y maravilloso despliegue tecnológico. Sin embargo, esto no es un problema, la ficción es solo eso: ficción, si se desea profundizar más se recurre a los historiadores.

Nos preguntamos ¿cómo eran en realidad los gladiadores? ¿cómo se desarrollaban estos espectáculos? ¿qué sentían los espectadores? ¿era Roma, una sociedad tan sedienta de sangre como se la presenta? ¿nadie rechazaba esa orgia sanguinaria? En realidad, todo era bastante distinto a cómo lo vemos en el cine. El conocido cuadro de Jean-León Géròme, “Pollice Verso” o pulgar al revés, contribuyó en su día a adulterar la imagen con muchas inexactitudes, ni pulgar hacia abajo, ni fantásticas vestimentas de parada y exhibición, que molestarían para el movimiento en la lucha, pero que quedaron en la retina para siempre.

Estos juegos tienen su origen en rituales funerarios de personajes importantes que concluían con una lucha de gladiadores, poco a poco se convirtieron en un espectáculo y una manera de distraer y contentar a la plebe por la clase política, que era la que se encargaba de promoverlos para congraciarse con la población y conseguir puestos en su particular “cursus honorum”.

Pero estos enfrentamientos eran muy caros. Los gladiadores eran caros de mantener, necesitaban un adiestramiento importante y una buena alimentación, ya que empezaban a combatir con diecisiete años, gozaban de una asistencia médica casi privilegiada en la época que ha podido comprobarse con las pruebas arqueológicas, no en vano el mismísimo Galeno fue un reputado médico de gladiadores, por otra parte, los animales que participaban en los espectáculos de la mañana eran muy caros. Procedían de lugares muy lejanos del imperio, debían ser cazados, alimentados y trasportados por las rutas terrestres y marítimas con grandes problemas de logística y consumo de toneladas de alimentos.

Era necesario mantenerlos con vida y sanos el mayor tiempo posible para poder recuperar la inversión. No morían tantos gladiadores como se puede suponer, algunos hasta conseguían su libertad. Muchos espectadores asistían al espectáculo, pero tampoco podemos asegurar que los anfiteatros estuvieran siempre abarrotados, otros los consideraban aburridos y se emocionaban mucho más con las carreras de carros en el hipódromo donde apostaban sin freno. Algunos intelectuales como Séneca los censuraban, pero no por ello asistían de vez en cuando para dejarse ver por el pueblo. Ver y ser visto era muy importante en Roma.

Las representaciones que tenemos en mosaicos nos dan una idea bastante exacta de los tipos de lucha gladiatoria y vestimentas y nos identifican al murmillo, secutor, provocator, retiarius, hoplomachus ,scissor… y otros personajes que figuraban como árbitros o músicos en los enfrentamientos. El gladiador era consciente de que podía morir en la arena algún día en que la fortuna no le fuera propicia, pero tenía posibilidades, luchaba por tanto para conseguir dinero, fama y con suerte la libertad.

Giorgio De Chirico reflejó en algunas de sus obras pictóricas dedicadas a gladiadores la esencia de una vida pendiente siempre de la muerte, son seres anónimos que luchan para sobrevivir hasta una nueva pelea. Este pintor italiano, que se adelantó en varios años al surrealismo y tuvo una marcada influencia en esta corriente artística durante los años veinte, tal vez haya captado más que nadie esa soledad ante la lucha que trasmiten sus gladiadores, creando imágenes oníricas entre antiguas y modernas, entre lo real e imaginario, plagadas de arquetipos clásicos, lugares desiertos y etéreos en unas pinturas inquietantes y evocadoras. Sus luchas de gladiadores recuperan el pasado nostálgico de la vieja Roma, que se puso de moda en su época haciendo una interpretación muy personal de la violencia de una manera que la idealiza, crea lugares en que reina el orden, lejos de los rugidos de un Coliseo enardecido.

Recrea un pasado que aún tiene muchos secretos de una forma íntima, con espacios vacíos dónde solo los gladiadores son los protagonistas, en una arena donde se percibe su inmensa soledad. La visión de De Chirico, se acerca más que ninguna al estado de ánimo que debía embargar a estos luchadores que poblaron todo el mundo romano dando espectáculo, pero no sé si es lo que el espectador quiere ver en el mundo actual, más bien desea sumergirse en una vorágine de acción con imágenes impactantes llenas de violencia extrema, cambios rápidos y poco contenido, en este mundo de inmediatez y cultura de usar y tirar que hemos aceptado entre todos. Merecería la pena pensar si realmente es ese mundo el que nos satisface.