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Asunción Vicente

La vejez la contempla nuestra sociedad actual como un estado de decadencia y decrepitud. Vivimos en un mundo que, gracias al avance de la ciencia y la medicina en particular, brinda avances terapéuticos y quirúrgicos, que años atrás hubieran sido calificados como ciencia ficción, pero que nos permiten añadir años a nuestra existencia aumentando nuestra esperanza de vida.

En su libro De senectute política, el escritor y helenista Pedro Olalla nos lleva a explorar los pensamientos de Hipocrátes y Solon sobre las etapas de la vida del ser humano. Consideran que ésta se halla dividida en tramos de siete años, un número mágico el siete que se repite en muchos aspectos, los días de la semana, las fases de la luna, los movimientos de los cuerpos celestes o las notas musicales entre otros, proponiendo el noveno siete, las nueve veces siete como el momento álgido que marcaría el paso del hombre a la vejez. Así pues, con una sencilla multiplicación sería a los sesenta y tres años cuando llegaríamos al gran climaterio y podríamos considerarnos viejos. A todos se nos antoja muy pronto, un individuo que se haya visto respetado por la enfermedad o accidentes se considera joven a esa edad.

Es a partir de esta edad cuando ya pensamos en abandonar el trabajo a la espera de una jubilación tranquila, plácida y sin preocupaciones, sin embargo, todavía nos quedan años para continuar estando activos y aportar a nuestra sociedad. Empezamos a desarrollarnos y formarnos de niños, a medida que vamos creciendo adquirimos conocimientos y habilidades, trabajamos, nos perpetuamos como especie y llega un momento en que, nuestras facultades merman y nos consideramos en la antesala de la vejez. En realidad, la vejez aparece en el momento que perdemos la salud y la autonomía, pero no antes si nuestra capacidad intelectual no se ha visto afectada y el cuerpo nos respeta.

Los llamados sénior tienen mucho que aportar en un momento en el que el mundo cuenta con el mayor número de personas que llegan a vivir muchos años, son de hecho un capital humano que no debe despreciarse ni arrinconarse. Se suele considerar al senior como un individuo, anticuado, viejo para opinar, para trabajar o para divertirse, alguien que ya no cuenta demasiado, sin pararnos a pensar cómo poder beneficiarnos de sus saberes acumulados. La sociedad intenta colocarlos en residencias dotadas con todas las comodidades, con el reclamo del lujo y una vida adecuada para ellos sin problemas y muchos de esos mayores, por el contrario, serian felices aportando todo lo que conocen, enseñando sus oficios transmitiendo a los jóvenes su entusiasmo y dedicación. Nada hay más hermoso que la juventud y la belleza, pero no por ello llegados a ese gran climaterio hemos de entrar en la etapa oscura, con la mirada puesta en un final. Sería interesante explorar la vía de colaboración entre mayores y jóvenes, esto abriría el camino al entendimiento entre generaciones, de una parte, con el ímpetu y la genialidad del joven, sus conocimientos nuevos, su dominio de las nuevas tecnologías, su talante intrépido y su arrogancia juvenil. El senior sería, como el viejo maestro que trae su equipaje lleno de experiencia y serenidad, también de éxitos y fracasos, pero es la voz de la memoria y las tradiciones.

En la actualidad y en el inmediato futuro que nos aguarda, esa información la aportan las frías máquinas, mientras nosotros languidecemos sumando años en un mundo posiblemente, cada vez mas hostil para el anciano. No deberíamos consentir y está en nuestra mano intentarlo que tal cosa sucediera, los relatos de los abuelos deben seguir pasando de generación en generación, los saberes antiguos, las viejas canciones, los sabores añorados, todo ello es la memoria de la vida que debe ponerse a salvo del olvido a través de nuestros mayores integrados en nuestra sociedad y no apartados, una colaboración entre viejos y jóvenes con el respeto al mayor y al joven, sería una manera de hacer una sociedad más fuerte, mas libre y mas justa.