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De belenes y saturnalia De belenes y saturnalia

De belenes y saturnalia

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Asunción Vicente

Hay algunas tendencias dentro de esta sociedad global en la que vivimos que propugnan una vuelta a los dioses antiguos, a las fuerzas de la naturaleza, a los viejos cultos, configurando una corriente neopagana que se ha puesto de moda entre algunos grupos sociales. Así pues, en lugar de la Navidad, de la tradición cristiana desde hace siglos, celebran la Saturnalia romana. De hecho, creo que las navidades tal y como las vivimos, cada vez se parecen más a las antiguas festividades en honor del dios Saturno.

Estas fiestas, cuyo origen parece ser que fue en el 217 a.C. se celebraban al objeto de elevar la moral del pueblo poco después de la derrota en la batalla de Trasimeno, infringida a los romanos por los cartagineses, y tenían lugar en esta misma época del año, a finales de diciembre. Eran las más populares del calendario festivo romano, comenzando con un sacrificio en el templo de Saturno y un banquete público, con mucha comida y bebida, intercambio de regalos, festejos durante varios días, ambiente de fiesta y relajación de las normas sociales. Tanto las domus aristocráticas, como las casas populares se decoraban con plantas o guirnaldas y se encendían infinidad de velas y luminarias. Se homenajeaba a Saturno, dios de la agricultura como punto final de las cosechas y por otra parte se celebraba el nacimiento del Sol, el veinticinco de diciembre, la celebración del paso de la oscuridad a la luz, ese periodo de luz nueva que se equiparó con el nacimiento de Jesús por el cristianismo, al objeto de solapar la antigua tradición con el nuevo culto y facilitar la adaptación del pueblo. Convertir paganos romanos en cristianos, mediante una tradición asimilable por la gente sencilla. Al grito de Io saturnalia comenzaba la fiesta de Saturno y de la divinidad solar asociada al culto de Apolo, dios del sol. Así pues, una festividad pagana da origen a la Navidad tal y como la conocemos.

Creo que nos identificaríamos en esa fiesta ancestral, reunión de familias, regalos, compartir banquetes, hacer bromas, sorpresas, decoración de luces, incluso una permisividad especial en las llamadas cenas de empresa entre jefes y trabajadores, igual que ocurría entres los esclavos y amos en las domus romanas, incluso ahora asistimos a una competencia entre las ciudades por iluminar sus calles y plazas con verdadero empeño, creando el turismo de luces navideñas. Fiestas pues, lúdicas y paganas.

Pero en 1223, Francisco de Asís quiso recrear el nacimiento de Jesús mediante un belén viviente en un pequeño pueblo y dieron comienzo las representaciones tradicionales de la natividad que han dejado para la historia del arte piezas de una gran belleza. No hace mucho tuve ocasión de admirar un belén napolitano en el Museo Salzillo de Murcia, atribuido a este escultor gran maestro de la imaginería o tal vez salido de las manos de sus ayudantes de taller. Había visto estos belenes en Nápoles, en el trascurso de un viaje y admirado la maravilla de sus figuras de tamaño considerable, entre treinta y treinta y cinco centímetros, confeccionadas con barro, plata, cristal, marfil o ébano, con perfectas y fantásticas escenografías, dignas de arquitectos avezados, lleno de escenas populares y costumbristas con todo lujo de detalles, hasta los más nimios, vestimentas de seda y encajes, animales domésticos, caballos y camellos, con ángeles que caen del cielo sobre el portal envueltos en gasas, figuras casi reales por su expresividad y sus gestos, con detalles minuciosos en los utensilios de artesanos y comerciantes, en las suntuosas vestiduras de los reyes magos, en las armaduras de los legionarios romanos o las miradas de asombro de los pastores, todo ello como una película que pasa ante nuestros ojos reviviendo la historia del nacimiento de Jesús. Recordaba con nostalgia, cómo en mi niñez, mi imaginación quería conseguir esos efectos, pero la práctica era siempre mucho más decepcionante, el río no llevaba agua, sino una lámina de plata confeccionada con el papel que envolvían las chocolatinas, las casas se limitaban a unas pocas y el castillo de Herodes siempre era difícil mantenerlo recto sobre las inestables montañas de corcho.

Fue Carlos III quien trajo a España esta tradición belenística en el siglo XVIII y por su belleza y elevadas cotas artísticas formó parte del florecimiento cultural del barroco. Las escenas representadas detrás de las vitrinas que exhiben estos belenes cobran vida y nos cuentan una historia lejana en el tiempo, pero que perdura en nuestros corazones. La esencia es el nacimiento, que en nuestra cultura cristiana supone el hecho de un dios hecho hombre y que habitó entre nosotros. Hoy algunos movimientos censuran estas representaciones, aduciendo que otras confesiones pueden sentirse ofendidas, no es así, si así lo fuera, todos podríamos sentirnos ofendidos por otras representaciones religiosas. Celebremos estas fechas de una manera o de otra, es tiempo de amor, tolerancia y concordia entre los hombres de buena voluntad; no deberíamos olvidarlo, ¿quién puede sentirse ofendido por la ternura que emana de un niño entre paja, al que sus padres miran con arrobo y calientan un buey y una mula? Se trata en definitiva de celebrar ese triunfo de la luz sobre la oscuridad, desechar las tinieblas y abrirnos a una nueva esperanza, no importa el credo de cada cual, importa nuestro deseo de paz y felicidad. Estas palabras de Símaco, creo que ilustran muy bien ese deseo y con ellas vaya mi particular felicitación para todos los lectores.

“Es razonable considerar único lo que todos honran, contemplamos los mismos astros, el cielo es común a todos, nos rodea el mismo mundo ¿qué importancia tiene con que doctrina indague cada uno la verdad?”