Una de las películas de la temporada y candidata a los famosos premios Oscar, es Cónclave. Este filme se mete de lleno en los entresijos del Vaticano, en los momentos cruciales de la elección de un nuevo papa. Unos acontecimientos que han estado siempre rodeados de misterio, sujetos a protocolos antiguos mantenidos durante siglos en la historia de la Iglesia.
La película cuenta, en mi opinión, con actuaciones memorables de sus actores, escenarios y fotografías de gran belleza. Logra acercarnos más a la manera de abordar ese momento crucial por los cardenales, a conocer los mecanismos de la elección y a valorar sus miedos y preocupaciones humanas a través de un guion cinematográfico que los acerca al hombre común y les quita el aura de príncipes de la Iglesia, inaccesibles siglos atrás, haciéndolos más cercanos.
Los cónclaves, han evolucionado desde el primero que se celebró cum clave en el Concilio de Lyon y se han ido acomodando a diversas reformas. La mayoría de ellos han sido tempestuosos, dadas las distintas sensibilidades de los cardenales que otorgaban su voto a uno u otro candidato, hasta que al final se inclinaba la balanza y salía de la chimenea la deseada fumata blanca.
Estos cónclaves que reúnen a los cardenales encerrados en la Capilla Sixtina, permiten ahora la salida a sus alojamientos, pero no era así en otras épocas; antaño no salían del recinto vaticano, comían y dormían allí, se les servía la comida mediante un torno y los alimentos sobrantes se repartían entre los servidores del cónclave, barberos, pajes, especieros, carpinteros y otros criados que se ocupaban de atenderles en todas sus necesidades. Una vez elegido el papa, el alborozo era tan grande que había que manifestarlo al mundo con toda opulencia; no olvidemos que el Papado era una auténtica monarquía no hereditaria, con un inmenso poder tanto a nivel doctrinal como político, los reyes necesitaban la aquiescencia del papa para casi todo y sobre ellos pendía el temor a la excomunión, que lejos de ser solo espiritual conllevaba perjuicios políticos y económicos graves.
Leyendo a los autores renacentistas y barrocos podemos constatar la importancia que tenía la comida de consagración del nuevo papa, un banquete grandioso lleno de opulencia en los servicios y de exquisiteces para el paladar, venidas de todas las partes del mundo. Y de igual forma, se celebraban los banquetes de estado en la corte papal, con motivo de embajadas o actividades de tipo social que podían competir con cualquier corte europea incluso la más lujosa, exhibiendo una excelente cocina de representación.
Siendo la corte más antigua de occidente, ha mantenido una gastronomía basada en una cocina mezcla de cocina italiana con las aportaciones propias del lugar de origen de cada papa, que se mantiene hasta nuestros días.
Su momento más glorioso fue el Renacimiento, luciendo los papas como reyes de reyes, su cocina era de una calidad elevadísima y de gran sofisticación, con platos que podríamos encontrar en los menús de los mejores chefs actuales, como langosta trufada, mazapán con agua de rosas o arroz con leche de almendras.
Nuestros papas Borgia, Calixto III y Alejandro VI fueron los que hicieron gala de un mayor buen gusto por la buena mesa, tanto que sus banquetes se consideraron escandalosos por sus excesos. Pero hay que considerar que, tanto en el Renacimiento como en el Barroco, los banquetes eran una combinación de comida y escenografía, gastronomía y espectáculo unidos, con gran competencia entre cortes, nobles y reyes, para ofrecer la mejor distracción y el mejor bocado.
Estas comidas se caracterizaban por su ostentación y copiosidad, con una disposición de mesa en forma de U en cuyo centro figuraba el papa, con manteles adamascados, bordados de flores y escenas de caza, servicios de vajillas, jarras, cucharas, trincheros, cuchillos, especieros, saleros, en oro y en plata o en finas lozas y con copas de cristal para los vinos, para observar bien cualquier cambio de color o textura por temor a envenenamientos. El uso del tenedor y la servilleta se debe a Leonardo Da Vinci, que agregó un pincho al trinchador primitivo. Por entonces, se impone el gusto por los aromas que exhalan los platos de clara influencia árabe, triunfan la rosa confitada, azúcar rosado, miel o mazapán rosados dando paso a una excelsa repostería. Muchos de los platos que hoy disfrutamos como grandes innovaciones se encuentran recogidos de forma similar en recetarios de cocineros que frecuentaban las cocinas reales, nobiliarias y papales.
Como ejemplo cito aquí, el banquete de coronación con posterioridad al cónclave, de Paulo III que ostentó el papado entre 1534 y 1549; contó con cuarenta pajes de servicio y una larga lista de exquisiteces de las que he suprimido algunas por no cansar al lector.
Primeros: perniles, pavitos asados, truchas frescas, ternera asada, pasteles de hojaldre, olla podrida, perdices asadas, sopa de pajarillos, palomas con calabaza.
Segundos: capones asados, albondiguillas de ternera, higaditos con mollejas, empanada de liebre, pastel de tetillas, salchichones y cecinas, tórtolas asadas, membrillo, mazapán.
Terceros: huevos, manjar blanco, piernas de carnero, empanadas, pasteles de piñones, bizcocho con malvasía, cremas azucaradas, higos, vinos de distintas procedencias, vino moscatel.
En alguno de estos banquetes llegaron a servirse hasta setecientos platos diferentes, sin faltar los exóticos pollos de la India o pavos, que eran una auténtica delicatessen. La comida sobrante, se repartía entre el pueblo que se arremolinaba para recoger los restos y no dejaban ni las migajas.
Mucho han cambiado por fortuna los tiempos, ahora se ha dado paso a unas cocinas sencillas y acordes con una alimentación sana y equilibrada, desprovista de toda ostentación, tanto en la propia cocina del papa, que sigue imponiendo sus gustos particulares y hábitos adquiridos en su país de origen, como la del personal que trabaja en las dependencias y administración del Vaticano, así como en las comidas de celebración ofrecidas en visitas de estado y diplomáticas. La corte vaticana ha dejado de tener ese poder omnímodo y se presenta en su lado más sencillo y espiritual sin dejar de conducirse como un estado independiente a la vez que moderno.
Los actuales príncipes de la iglesia están muy cerca de esos personajes que retrata la película, con dudas, luces y sombras, afortunadamente como cualquier ser humano.