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Aroma de primavera Aroma de primavera
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Asunción Vicente

Ya podemos sentirla. Al pasear por calles y plazas, en el campo y jardines, hay algo que flota en el ambiente, como un despertar de la tierra que se abre en un largo bostezo de colores. El sol ya calienta algo más, se filtra su luz a través de las ramas de los árboles llevando su aliento a las incipientes yemas que pronto se abrirán en flores; luz cálida que se abre paso lentamente entre las sombras del invierno. El viento arrastra los dulces aromas de los cerezos en flor y las punzantes notas del azahar, los pájaros envuelven las horas con sus trinos, felices y cantarines, mientras el campo se tiñe de miles de colores. Es la fuerza de la primavera.

En incontables ocasiones hemos escuchado embelesados La primavera pieza musical de Antonio Vivaldi, compositor y violinista del barroco que compuso bajo el nombre Las cuatro estaciones, todo un homenaje a la naturaleza en su caminar a lo largo del año. Vivaldi aportó con esta obra una serie de cambios en la instrumentación, creando conciertos para violín y orquesta, algo novedoso en la época, consolidándose como el más grande de los compositores del barroco, logrando que la música fuera mucho más descriptiva; como si quisiera examinar la vida en cada nota, de este modo compone la primavera, el verano, el otoño y el invierno, haciendo que cada uno de los instrumentos se adapten a las sensaciones y sentimientos que le provocan esas estaciones del año. En esta extraordinaria música, podemos identificar a los pájaros con sus cantos, las fuentes y su murmullo, las tormentas primaverales con su estruendo de rayos y truenos, escuchamos el rumor del viento en la hierba o el roce de las ramas de los árboles e imaginamos la algarabía de las danzas de ninfas y pastores. Nuestros oídos identifican el sonido del cuco y del jilguero mientras sopla el Céfiro, dios del viento del oeste.

Si esta representación de la primavera nos abruma por su belleza musical, en la pintura, la que mejor representa la estación es sin duda, la Alegoría de la primavera de Sandro Botticelli, obra maestra donde el artista del Quattrocento italiano hace gala de su estilo refinado, lleno de minuciosos detalles, poniendo ante nuestros ojos todo el acervo humanístico que brilló en la corte de Lorenzo el Magnífico. Cuenta con imágenes en esta tabla un bello relato mitológico y ante nuestros ojos aparece un jardín celestial adormecido, hasta que una historia de amor y renacimiento lo despierta a la vida. Aquí no escuchamos al enamorado viento de Céfiro, sino que lo vemos ya personificado, mientras sopla sobre su amada la ninfa Cloris, que lanza por su boca exhalaciones de rosas y anémonas, a la vez que se convierte en Flora, diosa de las flores y los jardines, coronada de violetas y acianos, con un manto plagado de rosas, acompañando a Venus, recreándose el pintor en las túnicas de aspecto mojado y brindando a sus figuras un halo trasparente y etéreo. Podemos incluso, casi oler la primavera en ese tapiz floral toscano que aparece a los pies del cuadro, repleto de margaritas, violetas, rosas, amapolas, acianos, jazmines, jacintos, iris y clavellinas.

Es tiempo de olvidarse del frío y la oscuridad, es momento de quemar los trastos viejos en las hogueras, de volver a renacer con nuevas fuerzas y cantar a la vida. La tierra dormida en el invierno se prepara para recibir a Perséfone, que vuelve desde el inframundo para reencontrarse con su madre Deméter, diosa de los cultivos y de los cereales, fecunda nodriza de los hombres, pues les otorga el alimento, la madre que lloró y vagó por el mundo buscando a su desdichada hija raptada por Hades y llevada al inframundo, su tenebroso reino en los oscuros y fríos meses del invierno. Deméter suplicó a Zeus hasta que le fue concedido compartir con ella unos meses. Todos los años ese regreso de Perséfone al lado de su madre, simboliza también la primavera; en ese regreso, está el latido vital que hace que todo se vuelva fértil. Todo cambia y muda, plantas y animales, al igual que las serpientes al salir de las entrañas de la tierra y mudar su piel en un afán de regeneración.

No solo músicos, pintores y relatos mitológicos nos evocan la primavera, poetas y escritores la han cantado innumerables veces en sus textos; nuestro premio Nobel, Juan Ramón Jiménez, en su Platero y yo libro que muchos leímos cuando niños, pone todo el énfasis en el amor a la naturaleza y nos hace una descripción magnífica de la primavera: … entonces al mirar el campo por la ventana abierta, me doy cuenta de lo que alborotan los pájaros. La golondrina riza, caprichosa su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro, y en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente, mariposas de cien colores juegan por todas partes, por doquiera el campo se abre en estallidos, parece que estuviéramos dentro de un panal de luz en el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.

Ya está aquí la primavera.