Joaquín Sanz Gadea, un turolense para la concordia con premio Príncipe de Asturias
El médico tuvo también el reconocimiento de su ciudad natal con una calle, un homenaje y al ser elegido mantenedor de las Fiestas del Ángel de 1999Hijo de turolense y madrileña, nació un 30 de enero de 1930 y con apenas 28 meses ya se marchó a Madrid con su familia. Pero dicen de él que siempre ha sido un turolense de los que ejercían, allá en la diáspora. La suya, tan lejana como el Congo, lugar en el que ha pasado buena parte de su vida y que, con su trabajo como médico y su compromiso humano, ha logrado mejorar según le reconoció el premio Príncipe de Asturias de la Concordia que recibió el 23 de octubre de 1977. Premiando esta lucha por los más desfavorecidos, junto a él recogieron el premio aquel año el exjesuita Vicente Ferrer, el creador del Banco de los Pobres, Muhammad Yunus, y el misionero Nicolás Castellanos.
Para muchos es solo una calle de Teruel pero la vida de Joaquín Sanz Gadea está escrita con palabras de gratitud, la de aquellos que reconocen su trabajo en un lugar tan remoto como el Congo, donde ha pasado más de 30 años dedicado a curar a quienes no tenían ni la esperanza de ser atendidos.
Sanz Gadea ha dicho que la vocación por ayudar a los demás se le despertó cuando, viviendo en Madrid, su padre envió a la madre y a él y sus cuatro hermanos a Sacedón (Guadalajara). “Los caminos de España por los que huíamos estaban llenos de gentes atenazadas por el miedo. Creo que fue aquel cuadro de muertes y desolación lo que despertó mi vocación de ayuda a los demás” contaba Javier Reverte en un perfil que trazó del turolense para El País, coincidiendo con la concesión del Príncipe de Asturias.
Tras concluir la carrera de Medicina, Sanz Gadea tenía intención de viajar al extranjero, concretamente a Filadelfia, en Estados Unidos, para lo que se presentó incluso a un examen. Pero tropezó con la información de que la Organización Mundial de la Salud solicitaba médicos para el Congo y decidió pedir la plaza, que le acabaron concediendo. Así empezó una relación con el país africano que les cambiaría a ambos, y que el propio Sanz Gadea relata en un libro.
En el Congo fue médico de una leprosería y de cárceles. Fundó un orfanato y tras acabar su colaboración con la OMS, fundó una clínica en Kisangani que luego dejaría en manos de médicos congoleños. En los años sesenta vivió una de las épocas más cruentas del país, que había alcanzado su independencia en 1961. Fue testigo de la guerra, conoció a monjas violadas y asesinadas por los simbas, fue secuestrado por otra facción y llegó a estar amenazado de muerte en la puerta de su hospital, cuenta Reverte.
En el orfanato atendió a más de 140 niños y dice Reverte que en Kisangani operó a más de 20.000 personas durante dos decenios. Una ingente labor por la que, decía en ese texto, había optado once veces al Premio Nobel de la Paz y siete al Príncipe de Asturias de la Cooperación Internacional.
Concesión del premio
Finalmente el premio le fue concedido en junio de 1997 y entregado en octubre de aquel mismo año, momento en el que Sanz Gadea aprovechó para pedir que la comunidad internacional mediara en el conflicto del Congo, según leíamos en este periódico. Además, destacó la necesidad de privatizar las sociedades estatales existentes en el Congo para solucionar así los problemas de pobreza y paro que sufre el país.
Reconocimiento en su tierra
Pocos días después de aquella entrega, Sanz Gadea recibiría en Teruel la Medalla de Oro de la ciudad, concedida por el Ayuntamiento de la capital como reconocimiento a la intensa labor humanitaria que ha desarrollado durante su vida profesional. En aquel acto dijo que la medalla era “un acicate más para seguir luchando” al tiempo que pedía “ayuda a todos los países” para solucionar los problemas del Congo.
Hasta Teruel le acompañó el padre Ángel García, fundador de Mensajeros por la Paz y quien lo propuso para el Premio Príncipe de Asturias, y su amigo el embajador de España en el Congo, Antonio Bordallo. El padre Ángel calificó en la presentación a Sanz Gadea, leíamos en la crónica de aquel día, de “Santo de a pie” y “bálsamo contra la pobreza” y destacaba del turolense “su trabajo incansable en favor de los más necesitados”, palabras que llegaron a emocionar el médico, según la crónica del 29 de octubre de aquel 1998, firmada por Ch. López Juderías.
Por su parte el turolense dedicó la medalla a “Teruel, a mi familia y a todos mis enfermos y para que en el Congo y el África negra reine la paz y la fraternidad”. Se mostró pesimista sobre la situación del Congo, y pidió ayuda a la ONU y la UE como ya lo había ello días antes en Asturias. En la noticia leíamos también que el padre Ángel pedía en aquella jornada a los agentes sociales que “sean capaces de hacer una Fundación con su nombre para que pueda seguir haciendo el bien a los demás”.
Mantenedor en 1999
Volvería a la ciudad para las Fiestas del Ángel de 1999, cuando fue elegido Mantenedor de aquel año, en cuyo pregón agradeció el honor y recordó sus orígenes en las tierras turolenses de Castel de Cabra, así como sobre el significado que para Teruel tiene la leyenda de los Amantes o la presencia de sus emblemáticos edificios mudéjares, a los que calificó como algunos de los más importantes ejemplos de este estilo en toda España decía el 4 de julio de 1999 la noticia firmada por Maribel Aguilar. No faltaron de nuevo las referencias a El Congo y la necesidad de ayuda para sacar al país de la situación de miseria en la que se encontraba, aunque concluyó con la alegría de las fiestas.
Los homenajes a Sanz Gadea de su ciudad natal comenzaron años antes. El 6 de octubre de 1965 recibió la Gran Cruz de Beneficencia del Ayuntamiento de Teruel en reconocimiento a los heroicos servicios prestados en los trágicos acontecimientos del Congo. Además, en el mismo acto se le hizo entrega de un pergamino en el que el pueblo turolense agradecía la labor humanitaria desempeñada por este médico, tal y como relataba este periódico cuando dio cuenta de la concesión del Príncipe de Asturias en su edición del 20 de junio de 1998.
Recordaba también que unos años más tarde, el médico de origen turolense recibiría el cariño de la ciudad al dar su nombre a una calle. De aquel acto, leemos en el periódico del 22 de julio de 1969, la emoción del médico, que acudió junto a su mujer, Teresa, con la que se casó poco antes de ir al Congo, y sus hijos. Sanz Gadea dijo visiblemente emocionado en aquel acto: El acto por el que se dan mis apellidos a esta avenida de Teruel significa para mí tan intensa alegría, que es difícil traducir mi emoción con palabras. Pero bien sabe Teruel que ello me obliga a superarme cada día. Hago recaer el homenaje que se ofrece en el día de hoy, a mis padres, turolense él , madrileña ella, ya que día tras día ellos me han enseñado lo que es trabajo, esfuerzo, abnegación y amor al prójimo. Todo lo que tengo y soy, a ellos se lo debo, y bien sabe esta ciudad que las condiciones de médicos español, y naturalmente de turolense, las llevo totalmente en mi corazón.
"Un Santo de carne y hueso"
En la entrega de la Medalla de Oro de la ciudad, su amigo y embajador de España en el Congo, Antonio Bordallo, decía de Sanz Gadea esto, que no era un “Santo de estampitas sino un Santo de carne y hueso”. Y añadía: “Ha dedicado 40 años de su vida a ayudar a los demás, trabajando codo con codo con 400 misioneros y por eso yo siempre digo de él que es uno de los últimos misioneros laicos que quedan allá”. Destacaba de él que “sabe como nadie llevar consuelo a los más necesitados” y por ello lo consideraba “un ejemplo a seguir por todos los jóvenes”. El alcalde de Teruel entonces, Luis Fernández Uriel, decía que el trabajo del médico debía ser una “sacudida para nuestra vida” y evitar así “que la conciencia se nos vuelva de goma, lisa y negra”. También asistió a aquel acto Isel Riero, directora del centro de información de Naciones Unidas en España, que decía que “no es solo hijo de Teruel, sino también hijo de las Naciones Unidas” y el consejero de presidencia del Gobierno de Aragón, Manuel Giménez Abad, destacaba el trabajo que todavía le quedaba por hacer.
La historia de Emena
El turolense cuenta sus vivencias como médico en El Congo en dos libros, “Emena” y “Un médico en el Congo”. En una entrevista en la revista para la nueva evangelización Buena nueva, explicaba la curiosidad del título del libro: “Era un laico misionero que hice un gran trabajo en tiempos muy difíciles para el Congo y para África entera. Emena era el apodo cariñoso con el que me llamaban por mi costumbre de correr para poder llegar a todos, diciendo continuamente: “et maintenant, maintenant” (ahora , ahora) y esa pronunciación “Men-nan, Men-nan” derivó en Emena, lo que yo acepté con orgullo”.
Esta entrevista, publicada en junio de 2012, es la más reciente que encontramos del médico turolense y en ella repasa algunos de los peores momentos vividos en el país africano, donde fue encarcelado, secuestrado, amenazado de muerte y tuvo que presenciar torturas y violencia. Destacaba además los medios escasos con los que ha trabajado estos años, “incluso a veces operar con las tijeras de cortar las uñas. Así que, cuando no hay medicinas, una caricia anima mucho en la vida y éste es un pueblo muy agradecido”. Y concluía: “Claro que he disfrutado de la vida: por el rendimiento propio, por el agradecimiento de las gentes, por los resultados obtenidos. Esa es la vida que amo y la que me ha movido durante estos largos años. Lo que siento mucho es que ya soy viejo y que no puedo volver con ellos. Me quedan los muchos recuerdos”.