Un Jueves Santo de Silencio estremece Alcañiz entre claveles, tomillo y 500 velas
Recorrió de Santa María a San Francisco bajando por Alejandre y CaldererosMedio millar de velas iluminaron la noche más estremecedora y sentida de la Semana Santa alcañizana, la que prepara la Hermandad del Silencio y Nuestra Señora de las Lágrimas semanas antes de que salga de la Plaza de España. Este año, por la parte alta de la ciudad; desde el año 1952 que se estrenó, un total de 71 veces ha salido la procesión del Silencio de Alcañiz, que anoche recorrió de Santa María a San Francisco bajando por Alejandre y Caldereros y de regreso por la calle del Carmen.
Todo el trayecto abarrotado de vecinos y turistas en respetuoso silencio acompañó el lúgubre desfile en el que Jesús y María, hasta 200 ramos de claveles rojos y blancos en los pasos, se encaminan hacia la muerte del Redentor. “Los claveles se colocan en cada paso uno a uno, y el tallo de cada clavel tiene un largo determinado, para que formen la pendiente característica de los pasos”. El presidente de la Hermandad del Silencio, Carlos Villanueva, estrenaba cargo y juramento. Y rebosaba ilusión y gratitud por la enorme cantidad de compromiso y trabajo que hay detrás de esta venerada procesión alcañizana.
De hecho la colocación de los claveles, cien rojos para Jesús, cien blancos para María, es sólo un ejemplo del compromiso que implica no sólo la procesión, sino la propia comunidad del Silencio. Los claveles blancos se reparten entre los hermanos juramentados. Los claveles rojos implican pertenencia, comunidad, continuidad a lo largo del tiempo y las generaciones. “Mañana”, por esta mañana de Viernes Santo, “celebramos el homenaje a nuestros hermanos fallecidos; nunca dejan de pertenecer a la Hermandad”, explica Villanueva respecto a la Oración por los Difuntos que organizan en el Cementerio. Los claveles rojos se reparten entre los familiares de estos hermanos fallecidos, para que los depositen en sus lápidas.
En esa pertenencia inmutable se basa el compromiso y la veneración que el Silencio levanta entre los miembros de la cofradía, por supuesto entre el resto de vecinos de Alcañiz, miles de ellos apostados en las calles del recorrido. Uno de los momentos más trascendentales fue, como es tradicional, el crepitar de los pasos, las imágenes y los portantes encima del suelo de tomillo con el que se decora la Plaza de España, entre el silencio más absoluto, tambores en calma. “Treinta sacos hemos recolectado en los campos de los alrededores de Alcañiz para ello”, dice Villanueva.
Lo hacen a mano, tallo a tallo, sólo las puntas, para no romper la planta y permitir que vuelva a crecer. “En los fines de semana, en lo que nos permiten las obligaciones cotidianas”. La preparación de esta procesión mueve a más de cien personas, familias comprometidas con la tradición de este Silencio que tiene entre sus claves fundamentales guardar espacio, tiempo y momentos durante las tres horas de su recorrido para la reflexión, la oración y el recogimiento. “Es un momento íntimo para cada persona. Para rezar, para recordar a los seres queridos, momentos y circunstancias particulares”. Carlos Villanueva homenajea a su abuelo, quien le introdujo en esta comunidad.
El contraste entre los momentos de silencio y los de toque enérgico de tambor terminó de configurar el escenario de esta procesión alcañizana del Silencio, velas combinadas con la tenue iluminación del casco histórico de la ciudad, hasta que una hora y cuarto pasada la medianoche del Viernes Santo se recogían pasos, portadores, penitentes, percusiones y asistentes para esperar el día de hoy, Viernes Santo, el día de la muerte de Cristo, procesión del Pregón en la capital del Bajo Aragón. Torta, chocolate y moscatel reforzaron los lazos de la Hermandad del Silencio después de su procesión.