Desde la pandemía del covid no cesan de aparecer noticias sobre el deterioro de la salud mental de los jóvenes y el elevado número de suicidios de los jóvenes españoles, muy por encima de los países europeos que antes encabezaban este lamentable ranking. Sin duda, urge que los servicios de salud reviertan esta situación pero también puede ser una ayuda el ejemplo y la fortaleza de otras personas que en situaciones extremas, proclives a la desesperación, salieron adelante al descubrir que su vida tenía sentido.
Así pues, quiero recordar a un reconocido psiquiatra, Viktor Frankl, quien en su libro El hombre en busca de sentido explica que empezaba muchas de sus terapias preguntando a sus pacientes por qué no se habían suicidado. Este psiquiatra, y neurólogo, aplicó sus teorías en los campos de concentración de Auschwitz ayudando a los presos a sobrevivir a pesar de los horrores a los que estaban sometidos. Les enseñaba a descubrir qué sentido tenían sus vidas aún en las condiciones extremas en las que vivían. Un sentido que estuviera relacionado con lo que Viktor llamaba valores espirituales, como el amor, la paz, el perdón, el compromiso, la libertad o la responsabilidad. Sostenía que sólo así la persona podía encontrar la felicidad.
Digamos que vivir la vida con sentido es vivirla sabiendo que todo tiene un para qué; nada es casualidad; todo es por algo y para algo. Cuando se vive bajo la premisa de que todo tiene un sentido y de que tu vida tiene un sentido; vives abierto, motivado, confiado, disfrutando de lo que pasa, de lo que te ocurre y también, por qué no, de lo que no pasa y no ocurre. Todo es más fácil de sobrellevar cuando se tiene confianza. En este caso se suelen tener objetivos y se sabe cuál es el camino a seguir. Como dice Frankl: “Quien tiene un por qué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”. La mayor parte de las veces el hombre puede ir tirando con sentidos parciales o con sentidos caducos, pero cuando no se logra uno de esos sentidos se sufre un gran desengaño. Sin embargo, hay que ser conscientes de que la fuerza de la vida es tremenda, y enseguida uno se levanta y busca otro sentido parcial en el que vuelve a confiar plenamente… porque siempre se necesita algo a lo que agarrarse. A medida que van pasando los años y la vida va transcurriendo… cada vez somos más escépticos de esos sentidos parciales: cuesta apoyarse en ellos. Por ello, es fácil caer en el incómodo sinsentido.
Encontrar un sentido a nuestras vidas es algo que tarde o temprano todas las personas nos lo planteamos. Como seres humanos poseemos la suficiente inteligencia como para plantearnos ciertas cuestiones acerca de nuestra existencia. Sobre todo, en momentos difíciles nos hacemos preguntas como: ¿qué sentido tiene la vida?, ¿cómo quiero vivir?, ¿para qué quiero vivir? o ¿para quién vivo? Son cuestiones que no tienen una respuesta única. Cada persona tiene sus propias respuestas que pueden ir cambiando según las experiencias y vivencias de su vida.
Necesitamos conocernos y encontrar un para qué de nuestra existencia, para poder entenderla y comprenderla. Muchos expertos señalan que la asignatura más difícil que todos deberíamos superar es la de conocernos a nosotros mismos, como ya proponía Sócrates u otros grandes pensadores. Para los que tenemos fe, el sentido de nuestra vida es amar a Dios y a los demás por Dios.