Al final del año todos, en mayor o menor medida, echamos la vista atrás y pensamos en todo lo que ha ocurrido durante este año e incluso nos remontamos un poco más, pero, al parecer, nos resulta mucho más fácil quedamos anclados o sobrecogidos por los acontecimientos negativos, como guerras, desastres naturales, enfermedades, pérdidas humanas o materiales (...), quizá por el temor natural al sufrimiento o a que la desesperanza se ha instalado en nuestra forma de pensar y de vivir. La pérdida de esperanza suele estar asociada a experiencias negativas y la percepción de un futuro lleno de incertidumbre.
Hay quien va más allá, como un amigo mío, que me decía: cuando en este mundo conviven la verdad y la mentira, cuando surgen dudas sobre la justicia, cuando nace la desconfianza ante las promesas, cuando el odio y la mentira se legitiman como formas de progreso, cuando la libertad se ve mermada y no se puede distinguir entre el bien y el mal, cuando el mundo nos parece inquietante (...), ¿qué podemos hacer? Mi amigo propone enfrentarnos a todo con los grandes valores que poseemos como seres humanos: respeto, honestidad, compasión, gratitud, sonrisa (...). Su reflexión llevada a la práctica, sin duda, hará una sociedad mejor. Yo añadiría, humildemente, que nos falta impregnar todos esos valores de esperanza, ya que la esperanza es el motor de la vida, alienta la vida, nos hace dar sentido a la vida más allá de la mera supervivencia, la esperanza ilumina el mundo. La esperanza nos prepara para vivir el futuro.
La necesidad de mantenernos esperanzados está recogida en esos dos dichos populares “la esperanza es lo último que se pierde” o “mientras hay vida hay esperanza”, y es que la esperanza es fundamental para nuestra vida, es lo que nos impulsa a conseguir nuestros deseos y a mantener nuestra ilusión de vivir. Por el contrario, la falta de esperanza o la desesperanza nos lleva a la tristeza o depresión.
En la sociedad actual parece que hemos renunciado a pensar, lo que nos facilita caer en el pesimismo y tener miedo al futuro. Para combatir estas manifestaciones necesitamos cultivar nuestra vida interior y abrirnos a la vida del espíritu, como apostillan, por ejemplo, el poeta Chris Wiman y la filósofa Zena Hitz. Esta última dice: “El peligro del siglo XXI es la frivolidad de no tomarse en serio la trascendencia”. Por eso, sería bueno que artistas, educadores, escritores (...), fomentasen la cultura de la esperanza.
La RAE define la esperanza como “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea” y la esperanza cristiana como “virtud teologal por la que se espera que Dios conceda los bienes que ha prometido”, y el mayor de esos bienes es nuestra salvación, para eso se hizo hombre.
La esperanza y el optimismo, con frecuencia, se confunden porque ambos se vinculan a estados de ánimo agradables y deseables. El optimismo es una actitud positiva, una forma de pensar espontánea. Autores como Ricardo Yepes señalan “al optimismo como el primer elemento de la esperanza”.
Sin embargo, la esperanza nos hace ver las cosas deseables como posibles, nos lanza a conquistar el futuro de forma positiva. Una persona esperanzada es aquella que cree que el futuro puede cambiar y está convencida de que siempre hay soluciones. La esperanza está ligada a la acción, por eso la persona esperanzada busca nuevas oportunidades y soluciones. Además, otro aspecto de la esperanza es su conexión con el conocimiento; como dice Vaclav Havel: La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino el convencimiento de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte. Una tercera apreciación de la esperanza es considerarla cómo forma de vida.
Desde un punto de vista práctico, para vivir esperanzados es necesario fijarse en los aspectos positivos que generan motivaciones y perspectivas positivas. La falta de esperanza hace que se pierda el interés de conquistar los objetivos deseados, se abandona la lucha y se debilita la capacidad de reinventarse. La esperanza exige lucha, no es una ilusión y no consiste en consolarse ante las congojas de la vida fácil.
Es importante reconocer que la pérdida de esperanza no es una señal de debilidad, sino una respuesta humana ante situaciones que parecen insuperables. El camino para recuperar la esperanza podría ser: reconocer y aceptar nuestros sentimientos, establecer metas fáciles de alcanzar, rodearse de personas positivas, pedir ayuda, practicar la gratitud, cuidar el bienestar físico, valorarse positivamente, imaginarse un futuro positivo (...). Este recorrido permite encarar y construir el futuro deseado, tarea que requiere nuestro esfuerzo, “el que espera, arriesga”. Por eso, la esperanza es un pilar esencial de nuestra existencia. Supongo que esta idea movió a Serafín Madrid a fundar la asociación Teléfono de la Esperanza en Alcalá de Guadeira, Sevilla, en 1971 y que pronto se extendió por toda la geografía española. Su objetivo es atender la salud emocional de aquellas personas que se encuentran inmersas en profundas crisis individuales o familiares por diversas circunstancias. Como afirmaba Benedicto XVI: Toda persona necesita una esperanza que le ayude a afrontar el presente (Spe salvi), o este otro pensamiento en el que nos recuerda nuestro compromiso con la sociedad: la esperanza hace que el hombre no se cierre en el nihilismo paralizador y estéril, sino que se abra al compromiso generoso en la sociedad en la que vive, para poder mejorarla (Discurso, 3 de noviembre, 2006).
Algunos están pensando en depositar su esperanza en la IA, ya que ésta puede mejorar este mundo. No dudo de que podrá ayudar a construir parte del futuro deseado, pero no creo que pueda colmar las ansias de felicidad de nuestros corazones.
La esperanza es un don de Dios para los católicos y está fundamentada en la fe. La esperanza que no defrauda, (Spes non confundit) (Rm 5,5) es el título de la bula con la que el Papa ha convocado el jubileo ordinario del 2025. Año de gracia, para vivir con esperanza, peregrinos en la esperanza, y para transmitirla a los demás, sobre todo a los que están sufriendo enfermedades, injusticias, falta de libertad, persecuciones, guerras (...). La esperanza agranda el corazón, aviva el amor y es fuente de vida y alegría.
Para finalizar, mi deseo para todos es que seamos capaces de vivir siempre bajo el paraguas de la esperanza y no sumergidos en el temor.