Así empieza uno de los villancicos más populares que mejor reflejan lo que el Niño-Dios nos trae al nacer, paz y amor. El mundo está necesitado de paz, pero esa paz solo se logrará si cada persona y cada familia tiene paz, y la sabe transmitir.
Todos conocemos a personas que dan paz y a otras que no lo logran. Da paz el que tolera los errores, el que perdona, el que se pone en el lugar del otro, el que respeta al otro y no le juzga, el que no se fija en lo que nos separa sino en lo que nos une, el que sabe escuchar, el comprensivo, el paciente, el afable (...). Estas actitudes, sin duda, nos ayudan a conseguir que en nuestros hogares reine la paz y la alegría, así como entre nuestros amigos y conocidos.
En todos los lugares del mundo, la llegada de un niño es siempre un motivo de alegría. Por esto, la sabiduría popular, en el caso del dies natalis o nacimiento del Niño Jesús, expresa esa alegría cantando villancicos, como por ejemplo se recoge en las siguientes estrofas: “Pero mira cómo beben los peces en el río. Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido”.
Vivir la Navidad es abrirle el corazón a Dios, para que se aposente en él, para que transforme nuestros corazones y lleguemos a tener sus mismos sentimientos, solo así podremos tratar a nuestros familiares y amigos como ellos se merecen, como ellos quieren ser queridos, pero, sobre todo, como los quiere Dios: “He venido para que os améis, como yo os he amado” (Jn 15,12).
Hay personas que les resulta difícil vivir la alegría de la Navidad porque echan de menos a sus seres queridos, ausentes o fallecidos. En estos casos, ayuda volver a pensar que ellos están siempre en nuestro corazón, por lo que también nos acompañan en esta celebración tan especial. Sobre todo, ayuda el dejarnos sorprender por la providencia amorosa del Hijo de Dios que nos llena de paz.
Otro villancico nos recuerda que el Niño se muere de frío. Hoy en día, ese frío puede identificarse con la frialdad que reina en muchos corazones, al no acoger al Niño-Dios como se merece, o cuando pensamos que no le necesitamos, o bien cuando la Navidad se reduce a organizar comidas familiares, comprar regalos, viajar (...). Para sofocar ese frío podemos obsequiar con pequeños detalles de amor al que va a nacer y a nuestros seres queridos, a quienes hemos de servirles con alegría. También podemos sofocar el frío, físico o afectivo de las personas que lo padecen, con alguna ayuda material o con nuestra compañía.
Para terminar, deseo que todos descubramos, en la cátedra de Belén, donde están Jesús, María y José, el verdadero espíritu de la Navidad para llegar a ser sembradores de paz y alegría.
No puedo dejar de animar a todos los lectores, de este pequeño escrito, que le pidan al Niño-Dios y a su Madre, reina de la paz, la paz del mundo.
¡Feliz Navidad!
Así empieza uno de los villancicos más populares que mejor reflejan lo que el Niño-Dios nos trae al nacer, paz y amor. El mundo está necesitado de paz, pero esa paz solo se logrará si cada persona y cada familia tiene paz, y la sabe transmitir.
Todos conocemos a personas que dan paz y a otras que no lo logran. Da paz el que tolera los errores, el que perdona, el que se pone en el lugar del otro, el que respeta al otro y no le juzga, el que no se fija en lo que nos separa sino en lo que nos une, el que sabe escuchar, el comprensivo, el paciente, el afable (...). Estas actitudes, sin duda, nos ayudan a conseguir que en nuestros hogares reine la paz y la alegría, así como entre nuestros amigos y conocidos.
En todos los lugares del mundo, la llegada de un niño es siempre un motivo de alegría. Por esto, la sabiduría popular, en el caso del dies natalis o nacimiento del Niño Jesús, expresa esa alegría cantando villancicos, como por ejemplo se recoge en las siguientes estrofas: “Pero mira cómo beben los peces en el río. Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido”.
Vivir la Navidad es abrirle el corazón a Dios, para que se aposente en él, para que transforme nuestros corazones y lleguemos a tener sus mismos sentimientos, solo así podremos tratar a nuestros familiares y amigos como ellos se merecen, como ellos quieren ser queridos, pero, sobre todo, como los quiere Dios: “He venido para que os améis, como yo os he amado” (Jn 15,12).
Hay personas que les resulta difícil vivir la alegría de la Navidad porque echan de menos a sus seres queridos, ausentes o fallecidos. En estos casos, ayuda volver a pensar que ellos están siempre en nuestro corazón, por lo que también nos acompañan en esta celebración tan especial. Sobre todo, ayuda el dejarnos sorprender por la providencia amorosa del Hijo de Dios que nos llena de paz.
Otro villancico nos recuerda que el Niño se muere de frío. Hoy en día, ese frío puede identificarse con la frialdad que reina en muchos corazones, al no acoger al Niño-Dios como se merece, o cuando pensamos que no le necesitamos, o bien cuando la Navidad se reduce a organizar comidas familiares, comprar regalos, viajar (...). Para sofocar ese frío podemos obsequiar con pequeños detalles de amor al que va a nacer y a nuestros seres queridos, a quienes hemos de servirles con alegría. También podemos sofocar el frío, físico o afectivo de las personas que lo padecen, con alguna ayuda material o con nuestra compañía.
Para terminar, deseo que todos descubramos, en la cátedra de Belén, donde están Jesús, María y José, el verdadero espíritu de la Navidad para llegar a ser sembradores de paz y alegría.
No puedo dejar de animar a todos los lectores, de este pequeño escrito, que le pidan al Niño-Dios y a su Madre, reina de la paz, la paz del mundo.
¡Feliz Navidad!