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La enfermedad silenciosa  de nuestro siglo: la soledad La enfermedad silenciosa  de nuestro siglo: la soledad

La enfermedad silenciosa de nuestro siglo: la soledad

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Tomasa Calvo

En nuestro país, uno se estremece cuando se leen las cifras de personas que se sienten solas, una de cada siete, y el gasto de 14 mil millones de euros al año, -gastos sanitarios, farmacológicos, menor productividad-, que supone según el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES). Estos datos, hacen pensar que la soledad es una “enfermedad silenciosa” que acecha a todos los grupos sociales, ya que casi el 39% de las personas entre 16 y los 34 años se sienten solas, el porcentaje pasa a ser del 20% entre los mayores de 65 años, el 13,2 % de entre 35 a 44 y el 12,1 % entre 45 a 54 años.

Estos datos presentan la soledad no deseada como uno de los males de nuestro siglo, que habrá que combatir por los efectos negativos que provoca, tanto en las personas y la sociedad, como en la economía. Las personas sufren mucho, la mayoría acaban siendo víctimas de algún trastorno mental que les impide desarrollar su vida con normalidad y les obliga a buscar ayuda asistencial para superarlo. Lo que acarrea pérdidas económicas porque las personas que se encuentran en esta situación son gravosas económicamente ya que son menos productivas y consumen más recursos.

El Reino Unido y Japón son dos de los países que han detectado los problemas de esta “enfermedad silenciosa y han establecido distintas medidas sociales para paliarla. En el primero de estos países, Theresa May apuntaba que “para muchas personas la soledad es la triste realidad de la vida moderna” y anunciaba la creación del Ministerio de l a Soledad ya que 9 millones de ingleses se sentían solos. En Japón, las autoridades se dieron cuenta de que las cárceles se estaban llenando de ancianos que cometían delitos con el único objetivo de tener un techo, comida y compañía. También, en EEUU alrededor del 38% de la población dice sentirse sola.

Para combatir o paliar los efectos negativos de la soledad no deseada tenemos que pararnos a analizar sus posibles causas para así poderla gestionar adecuadamente y aplicar los antídotos, personales, familiares, sociales, sanitarios, (…), necesarios para superar sus efectos nocivos.

La causa que señalan muchos expertos, sociólogos y psicólogos, entre otros, es el desmembramiento de las familias o la ruptura de los vínculos familiares, por otra parte, existe un porcentaje de personas que sufren aislamiento por su nivel social, su enfermedad o por su discapacidad. Estos últimos son factores de riesgo para quedarse solo. Muchos ancianos se sienten solos porque no tienen familia, tuvieron pocos hijos o ninguno, o tuvieron una familia sin lazos estables y duraderos, sino frágiles y temporales, porque quizá priorizaron el bienestar y la productividad por encima del deseo de formar una familia estable. En España, y otros países europeos, 2 de cada 3 familias tienen un hijo único. Estas mini-familias, short families, propician la soledad entre las distintas generaciones.

Las causas apuntadas dañan a las personas, puesto que somos seres sociales, vivimos en sociedad y la necesitamos para crecer. Las necesidades del ser humano no son sólo materiales, sino psicológicas y espirituales. La célula básica de la sociedad es la familia en la que nacemos, crecemos, nos cuidan y, en la que, más adelante, pasamos a ser los protagonistas del cuidado. Las relaciones inestables y líquidas son un caldo de cultivo donde se asienta perfectamente la soledad.

Estoy convencida de que, solo fortaleciendo a la familia, y redescubriendo que ésta ha sido el pilar de la sociedad durante miles de años, se podrá paliar esta enfermedad. El ser humano para resurgir necesita el apoyo de su familia, ya que el mejor antídoto de la soledad es el amor y para ser feliz hay que “Querer y ser querido”, es el binomio de la felicidad.

Existe una película La Soledad de Jaime Rosales en la que se muestra como la soledad produce tristeza y desesperanza por la falta de apertura a la trascendencia. Siguiendo esta idea, hay expertos que indican que rezar con gente de forma estable mitiga el sentimiento de “estar solo” y facilita la felicidad. Como decía santa Teresa de Jesús: “Quien a Dios tiene / nada le falta / Sólo Dios basta”.

En Japón los voluntarios o los “vecinos vigilantes” contactan con los ancianos que viven solos y los llevan a comprar en coche una vez a la semana, mientras tanto comparten sus vivencias, etc., y les aportan un sentido más a su vida. En algunas ciudades japonesas los voluntarios de barrio están usando la palabra “mimamori” para vigilar a su vecindario y conocer quién vive solo. Han creado el proyecto Cero Tolerancia al Aislamiento, con el objetivo de aliviar el aislamiento social entre los mayores. Están tratando de crear una comunidad “win-win”, en la que todos sus integrantes, jóvenes y mayores, se relacionen y se cuiden.

Análogamente, en el Reino Unido están impulsando que los mayores participen en actividades socioculturales que les resulten de su interés o que aporten sus conocimientos a los más jóvenes de su barrio. Para descubrir que personas viven solas los servicios sociales de la ciudad se alían con los comerciantes de los distintos barrios, así los identifican, descubren sus necesidades y pueden empezar a ayudarles.

Por otra parte, en estos momentos la soledad afecta doblemente a los jóvenes que a los mayores. Los jóvenes suelen aislarse con el uso de las redes sociales, viven hiperconectados, pero tienen dificultades para relacionarse “cara a cara” o presencialmente. La digitalización les ha hecho perder la noción de las relaciones verdaderas, sus relaciones están vacías de conocimiento, de afecto, (…). Como señala María Rodríguez Olaizola en su libro Bailar con la soledad, los jóvenes, de hoy en día, no tienen referentes generacionales, por lo que les resulta más difícil “identificarse con el otro, conocerse y reconocerse”. Además, los intentos de suicidio han aumentado considerablemente entre ellos, porque les pesa la soledad, porque huyen del sufrimiento y de la imperfección, (…) y porque la sociedad les presenta el placer como la única vía para alcanzar la felicidad.

La soledad no es patrimonio exclusivo de los mayores y de los jóvenes, sino que la soledad también se hace presente en otros grupos sociales, como las mujeres solas con hijos, personas maltratadas, desempleados, etc.

Hay que gestionar la soledad no solo como un problema social y de salud pública, sino que cada uno, responsablemente, ha de mejorar sus recursos personales. Las soledades no deseadas y mal gestionadas nos deshumanizan y nos dañan. Pero hay soledades buenas o bien llevadas, que nos ayudan a madurar y nos ayudan a ser felices. Cada día hay más gente que busca, al menos por unos días, huir de las ciudades, dejar de estar hiperconectados, (…), para crecer interiormente o reforzar sus relaciones familiares y de amistad.

Si queremos un mundo mejor, todos podemos llevar a cabo pequeñas acciones para paliar los efectos de esta enfermedad silenciosa, siempre podremos acompañar a una persona mayor, orientar a un joven o escuchar a un desfavorecido, etc., bastará poner imaginación y agrandar nuestro corazón. Para transformar este mundo necesitamos tener una mirada esperanzada y compasiva, solo así podremos cambiar lo que no funciona a nuestro alrededor. A por ello.