En el reinicio de las actividades ordinarias, trabajo o estudios, después de una merecidas vacaciones suele ser frecuente el reencuentro con los amigos de nuestros lugares de residencia. Esta realidad me ha llevado a pensar en quienes son los amigos verdaderos, es decir, en quienes permanecen a nuestro lado en las duras y en las maduras. Un gran sabio, y santo, Santo Tomás dice: “La amistad es una realidad humana de gran riqueza: una forma de amor recíproco entre dos personas que se edifica sobre el mutuo conocimiento y la comunicación”. Sabias palabras con las que el Aquinate nos aconseja que hay que conocerse, tratarse y comunicarse, en definitiva, salir de uno mismo, para establecer lazos de amistad.
La verdadera amistad es leal y sincera. La amistad es una comunicación sincera y bidireccional en la que se comparten experiencias y aprendemos unos de otros. La buena comunicación, los afanes compartidos, las confidencias mutuas, el aprecio, la admiración y respeto mutuo crean lazos fuertes de amistad que permanecen a pesar de la distancia y del tiempo.
“Los verdaderos amigos comparten alegrías, ilusiones y proyectos, y también las penas. La amistad es un tipo de amor que se da en dos direcciones y que desea todo bien para la otra persona, amor que produce unión y felicidad”. (J. Pablo II). Algunos clásicos apuntaban que para ser felices es necesario tener amigos.
Una de las manifestaciones de la amistad está en la disposición de ayudar al otro, por pura generosidad, y que no se detiene ante las dificultades. Los amigos de verdad son esas personas que te levantan cuando otros ni siquiera se han enterado de que te has caído.
Otra de las grandes manifestaciones es la comprensión que, aunque no es fácil, tanto nos enriquece al percibir la realidad de modo distinto al nuestro, y además agranda nuestra visión de las cosas.
Querer a los demás supone reconocerlos como son, con sus virtudes y sus defectos, por lo que hemos de mirarlos con afecto, sin prejuicios, viendo lo que hay de bueno en cada uno y hemos de renunciar a hacerlos a nuestra semejanza.
La relación de amistad conlleva la libre tarea de descubrir y querer el bien del otro, de hacerle la vida más agradable. Las relaciones de amistad surgen entre personas que luchan por ser acogedoras, afables, pacientes, alegres, etc., todas estas virtudes hacen fácil y amable la convivencia. A los amigos hay que dedicarles tiempo y atenderlos debidamente, lo que con frecuencia exige dejar de lado nuestras preferencias y comodidades.
Por otra parte, la amistad conlleva el riesgo de no ser correspondido, pero, sin miedo, hay que seguir arriesgando y buscando ocasiones donde puedan surgir nuevas amistades. Además, la experiencia nos muestra que a veces se pierden amigos, aunque su recuperación siempre es posible si las dos partes lo desean, como aconseja San Bernardo: “Cuando veas algo malo en tu amigo, no quieras juzgarlo al instante; por el contrario, procura excusarle en tu corazón; excusa la intención, piensa que lo ha hecho por ignorancia, por sorpresa o por desgracia”. Cuando se pierde un amigo “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, como canta una sevillana.
El amigo verdadero no traiciona; nunca habla mal de su amigo, ni permite que sea criticado, no abandona en las dificultades; no es envidioso (...). La verdadera amistad es desinteresada, pues consiste más en dar que en recibir; no busca el provecho propio; pide renuncias, rectitud, intercambio de favores, de servicios nobles y lícitos. Y, para terminar, como casi todo en esta vida, la amistad se fortalece en la dificultad.