A la hora de analizar la situación actual de nuestra sociedad no se puede obviar la presencia de diversas ideologías, que influyen notablemente en el desarrollo de la vida diaria de todos, tales como el relativismo, el individualismo, el consumismo y el emotivismo, y que requieren una consideración aparte.
La principal y primera premisa, de esta mejora, es considerar que mejorar nuestra sociedad presupone que mejoren las personas, por ello, lo normal sería ocuparnos en profundizar en nuestro proceso de crecimiento personal, es decir, en la búsqueda del desarrollo equilibrado de todas las dimensiones del ser humano, de acuerdo con principios sólidos, lo que empieza por el conocimiento propio y que ha de llevarnos a descubrir el sentido profundo de nuestra vida.
En esta tarea valdría la pena considerar el papel destacado de la mujer en la renovación de la sociedad, dado que la mujer es el centro de la familia y ésta de la sociedad, lo que hace pensar en la mujer como un agente de cambio para lograr un desarrollo más productivo y humano en los distintos ambientes profesionales. Hay que reivindicar el genio femenino que empieza por reconocer y explotar las cualidades propias de la mujer, como la mayor intuición, la mayor capacidad de colaboración, la mayor generosidad, el mayor desprendimiento (...). Para que la influencia de la mujer sea posible, se necesita que la mujer y la sociedad reconozcan la grandeza de la maternidad por los valores intrínsecos que ésta conlleva. La mujer está llamada a generar personas deseosas de alcanzar un desarrollo personal y social en plenitud, negar esta realidad es negar a la mujer misma. Solo si la mujer tiene claras sus prioridades podrá lograr ese equilibrio entre su vida personal y familiar y profesional y social, y logrará impulsar esa deseada mejoría de la sociedad. La mejor tarea de la mujer debería ser sacar adelante su familia.
Otro sector clave de nuestra sociedad es el de los jóvenes, abordar su situación actual lleva a hacer hincapié en los riesgos actuales, como el impacto del uso adictivo de las pantallas, el consumo de contenidos sexuales y pornográficos. Los expertos señalan el mal uso de las pantallas y la falta de análisis de las imágenes como causas del aumento de algunas enfermedades como la anorexia o la bulimia. Esta adición deteriora las relaciones afectivas, el cerebro y la capacidad de relacionarse con los demás. Además, se sabe que la pornografía cosifica a las personas y las deshumaniza, altera el funcionamiento cerebral y la conducta del que la consume igual que una droga, reduce el rendimiento escolar, aumenta el número de suicidios.
Para superar la adición de las pantallas urge fomentar la educación visual y el espíritu critico de sus consumidores. Para eso es necesario que los padres y educadores refuercen la voluntad de los niños/jóvenes para que puedan hacer un buen uso de las pantallas, les ayuden a discernir lo verdadero de lo falso, lo bueno de la malo, lo bello de lo feo, y todo aquello que les puede ayudar a ser, no solo buenos estudiantes, sino buenas personas. El mundo necesita personas libres, con corazones limpios y nobles (…). Urge, como indicó Juan Pablo II, hacer una pedagogía sana de la sexualidad humana, contraria a la visión de la sexualidad como puro dominio sobre el otro.
Asumiendo la premisa inicial se debería empezar por considerar lo que hace mejor al ser humano. En este punto, yo apostaría por la búsqueda de la verdad que, como menciona Platón, es esencial para alcanzar el bien, tanto personal como colectivo o bien común. Entre los filósofos hay diversas formas de definir la bondad; por ejemplo, para Sócrates: “la bondad consiste en la sabiduría, en saber obrar, en entender” y para Aristóteles: “la bondad es la determinación de la voluntad para hacer el bien a los demás (…)”. Además, la bondad se identifica con algunas de sus manifestaciones: la amabilidad, la afabilidad, la generosidad, la solidaridad (…), y por otro lado, con algunos de sus sinónimos: amor, servicio, caridad, justicia (…). Esto nos muestra el inmenso valor per se de esta palabra, reconocido por todas las civilizaciones y recogido en la sabiduría popular haz el bien y no mires a quien.
Las personas pueden mejorar la sociedad en la que viven haciendo el bien, para ello hay que considerar el gran potencial de la bondad en todas sus dimensiones, la personal y familiar, social y ambiental. En este caso cabe considerar que el trabajo bien hecho garantiza tanto un buen desarrollo personal como social. Y este último empieza por el bien de las familias, ya que la familia es la célula básica de la sociedad. Todos debemos contribuir con el bien común, pero corresponde en primer lugar a los poderes públicos actuar en beneficio de la sociedad, protegiendo los derechos de los ciudadanos y garantizando los servicios básicos, como educación, salud y seguridad, que son esenciales para el desarrollo de una vida digna y de su bienestar.
Lo importante es que cada uno sepa cómo exigirse para ser mejor persona y para hacer el bien, y así conseguir una sociedad mejor. Hemos de ser conscientes de que, en general, la bondad consiste en dar a los demás sin esperar nada a cambio. Un ejemplo de esta actitud la hemos visto en la avalancha de voluntarios, de muchas partes de España y de otros países, que han acudido a ayudar a nuestros vecinos de Valencia por las inundaciones del pasado 29 de octubre. Estos voluntarios han demostrado que el ejercicio de la bondad también exige fortaleza para controlar las propias limitaciones y transformarlas en mansedumbre, y para no ser condescendiente con las injusticias o indiferente a esas situaciones.
En definitiva, apostar por la bondad para mejorar la sociedad requiere asumir que el cambio exige tener el espíritu de servicio como actitud de vida. Para trabajar, sin desfallecer, en la mejora de nuestra sociedad hay que mantener una visión esperanzadora de la vida y practicar el optimismo como una actitud esencial.