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Viernes Santo Viernes Santo
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Juanjo Francisco

Hay algún problema para encontrar dos personas que porten los faroles que desfilan tras el Cristo con la cruz, un chico que tapa su cara pero que todo el mundo conoce. Aparecen dos voluntarios para los faroles y la procesión sale  a trancas y barrancas de la iglesia, con mucho cuidado, eso sí, de que las túnicas no se pisen en ese tremendo escalón que hay que superar antes de llegar a la plaza. Ese escalón es un desafío a la pirámide de población. Cuánto más mayores se hacen en el pueblo, más alto parece. Y es el mismo que muchos saltaron en la infancia y que ahora amenaza sus maltrechas rodillas y caderas.
Viernes Santo. Hace frío. Algún penitente se descalza discretamente. Noche cerrada. La banda de tambores aguarda al Cristo y a la Dolorosa, que luce un manto elaborado por dos chicas, jóvenes entonces, que hoy viven, ya abuelas, muy lejos de su pueblo natal. Pero es otro Viernes Santo y ellas ahí están, como a los 17, viendo pasar esa imagen de la Virgen a la que antes acompañaron sus madres y ahora escoltan algunas de sus quintas.
La procesión enfila el recorrido y en su cola se acumulan los corrillos con gente que acaba de verse un año después, por lo menos. La gente se pone al día de las vidas de los demás mientras avanza la comitiva. Desde atrás se ve mejor cómo está el pueblo y se cuentan las ausencias, que son demasiadas desde el punto de vista del observador. Hay un punto de recuerdo en esa procesión, una regresión en el tiempo involuntaria pero inevitable, porque las tradiciones repetidas y repetidas, se quedan para siempre aunque ahora ya no se practiquen: en la vida del pueblo, la procesión era un escaparate social que ahora refleja pérdidas y apenas incorporaciones.
Hay algún niño pequeño que se queda fascinado con la capa del sacerdote -¡es como la de Supermán!- y pocos jóvenes, apenas algunas madres voluntariosas que pretenden transmitir lo recibido en los viernes santos de su infancia, cuando el cura de la procesión  nada tenía que ver con los súper héroes.  La procesión regresa a la iglesia y uno de los falores ha perdido su luz.