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Juan Corellano

Se viene una semana de mucha jarana en nuestro (según para quien) regio Congreso de los Diputados. En estos días se realizará la votación para la moción de censura al Gobierno propuesta por Vox. Los titulares de las grandes cabeceras nacionales ya guardan sitio para los intercambios de faltadas gratuitas que se van a proferir tras las puertas custodiadas por los dos leones. 

Esta semana es momento de pasar mucha vergüenza ajena. De preguntarte si eso que estás leyendo lo han dicho en el Congreso o en el parque navaja en mano. De recordar por qué deberían subirle el precio a los gintonics que venden en aquel extraño bar con palestra. Pero ahí estaremos, con palomitas y expectantes, atentos a si el Partido Popular da la sorpresa o se marca un Eurovisión y le da los 12 puntos al vecino, que tampoco es que te caiga bien pero lo tienes más cerca. 

Dios me salve de opinar sobre la propia moción y sus derivas, porque aquí cada cual que defienda lo votado hace un año e incluso si se atreve lo que crea más justo. Sin embargo, mientras veo cómo el humo comienza a salir por los ventanales del Congreso, soy incapaz de obviar que no hay incendio sin una primera chispa, que en este caso ha sido la formación de Santiago Abascal. 

Porque los señores y señoras de verde ya llevan un tiempo chocando piedras y frotando palos como Tom Hanks en Náufrago, a ver si había suerte. El chispazo más reciente, y quizás más grosero, ha llegado con la ley de Memoria Histórica. Que si unos tuits pidiendo su derogación y cerrando con un “primer aviso”, imitando así la prosa del camello de Pipi Estrada cuando este le debe cuarto y mitad. Que si un buen selfie para el recuerdo con un acto vandálico a la estátua de un exministro de nuestra historia democrática.

Después de tanto frotar parece que habrá fuego, y con este llegará el momento de los bomberos pirómanos, esos que prometen ser la persona indicada para apagar las llamas que ellos mismos prendieron. Aunque, como todo, este rol tiene sus riesgos, como meterte demasiado en el papel. Y entonces olvidarte de que en realidad no eres bombero. Y que el fuego quema.