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Juan Corellano

Estamos en plena temporada de esquí y, aún estando muchas de las pistas en horas bajas, hay quien se ha decidido a visitar Andorra. Este es precisamente el caso de Rubén Doblas (popularmente conocido como Rubius), uno de los youtubers más exitosos de nuestro país que ha anunciado recientemente el traslado de su residencia al país vecino, reavivando así el recurrente debate sobre los desertores fiscales. 

Para sorpresa de nadie, la oportunidad de estructurar una conversación edificante y constructiva en torno a este suceso, y que tanta falta le hace a España, se disipó al instante. En seguida empezaron las riñas, los cruces de descalificaciones y los inesperados enfrentamientos entre personajes públicos que jamás imaginamos cruzando palabra.  

Y entre codazos ahí estaba Rubén. También su gremio, el de los youtubers fugados, al que arrastró de manera involuntaria e inevitable al centro del debate. Si bien no comparto su decisión, se antoja algo injusto que todos ellos copen un debate tan vetusto como los tiempos de Arantxa Sánchez Vicario. Cuando España ganaba medallas en las olimpiadas. Cuando había olimpiadas. 

Resulta clarificador, sin embargo, que Rubén haya sentido la imperiosa necesidad de justificar su marcha. De no largarse sin más. De intentar hacernos entender que la vida no le dejó otra opción. De, como en toda buena ruptura, soltar ese “no eres tú, soy yo” que espera fútilmente aliviar el corazón roto de quien tiene enfrente. 

“Llevo, literal, diez años de mi carrera en YouTube pagando aquí”. Reside en esta sentencia, de la que transpira que Rubén concibe su década cotizada en España como un regalo del que todos deberíamos estar agradecidos, el gran fallo, no tanto suyo, sino de aquellos que defendemos el Estado de bienestar y un sistema de redistribución de la riqueza. ¿Cómo hemos sido capaces de venderlo tan mal? 

El gran error por el que, aún viviendo una coyuntura histórica en la que estamos siendo salvados de la manera más literal por nuestro sistema público, el pago de impuestos no se concibe como una forma de contribuir a su mantenimiento sino como una altruista muestra de españolidad. La incapacidad de superar el engaño de quienes hacen cuentas, hablando de IRPF y riqueza, y nunca incluyen en la suma lo rico de lo público.