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José Baldó

 

 

 

 

Es curioso cómo funciona nuestra cabeza. Un simple recuerdo es capaz de transportarte a otro tiempo, a otros lugares e incluso, influir en tu estado de ánimo. En mi caso, la nostalgia tiene el sabor de los bocadillos de Nocilla que preparaba mi abuela (de dos sabores, por supuesto) y la huella amable de muchas tardes de frío invernal sentado en un sofá de escay frente al televisor.

El reciente estreno en Disney+ de Shogun me remite a aquellos días en que TVE, quién si no, emitió la primera adaptación de la novela de James Clavell.

Como tantas otras cosas, la serie llegaba a nuestro país con cierto retraso precedida por un éxito mayúsculo en la televisión norteamericana. En mi memoria conservaba la imagen del actor Richard Chamberlain enfundado en un kimono, un recuerdo que tal vez no se debiera a la serie sino a la portada del libro homónimo que compartía estante en la biblioteca familiar junto al tomo de Arriba y Abajo (cortesía de la caja de ahorros) y las obras completas de Agatha Christie.

Un espectáculo violento y apasionante

Estamos en el Japón feudal del siglo XVII. El emperador ha muerto, su sucesor es tan solo un niño, y el gobierno queda en manos de cinco regentes hasta que el heredero cumpla la mayoría de edad.

Al mismo tiempo, un barco europeo queda varado en las costas de un pequeño pueblo pesquero. El marino inglés John Blackthorne se ve atrapado en el centro de las rivalidades entre cuatro de esos señores guerreros y Yoshii Toranaga, un hombre sabio y gran estratega que se servirá de la ayuda del forastero para cumplir su deseo de convertirse en Shogun, el protector militar del país.

La serie rompe moldes y se arriesga al adoptar un punto de vista diferente al esperado por el público ‘mainstream’. Blackthorne (Cosmo Jarvis) es tan solo uno de los tres ejes principales sobre los que pivota la trama principal, los otros dos son directamente japoneses. Junto a Toranaga (Hiroyuki Sanada) está Mariko (Anna Sawai), una joven católica de familia noble que hará las veces de traductora del forastero. Los creadores de Shogun han querido primar la visión autóctona de la narración y, por ello, buena parte de los diálogos de la serie están en japonés con subtítulos. El portugués, el inglés y el español aparecen como idiomas secundarios en una historia donde los personajes asiáticos son los verdaderos motores de la acción.

En el lado negativo, el actor estadounidense Cosmo Jarvis no consigue hacernos olvidar al bueno de Richard Chamberlain, le falta carisma como héroe (un Tom Hardy de Hacendado) y resulta soso como  partenaire romántico. Reconozco que al principio me sentí desubicado con la gran cantidad de nombres y personajes que abarrotan el primer capítulo. Una maraña de intrigas políticas, revisionismo histórico y conflictos entre católicos y protestantes no aptos para ver durante la digestión dominical. Sin embargo, el esfuerzo merece la pena y la recompensa es un espectáculo apabullante, sobresaliente en los apartados técnicos, y adictivo como folletín de aventuras.

Para buena parte de la crítica, Shogun recoge el testigo de la exitosa Juego de tronos y cambia los dragones por katanas y samuráis. Al igual que en la serie inspirada en las novelas de George R.R. Martin, aquí hay sexo, decapitaciones, terribles torturas y muertes que te dejarán con el corazón encogido. Un tratamiento gráfico de la violencia que rompe con el tradicional menú familiar y amable que hasta hace poco caracterizaba a la plataforma del ratón Mickey. Afortunadamente, son otros tiempos, pero que nadie se lleve a engaño: el día en que descongelen al viejo Walt Disney van a rodar cabezas.