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José Baldó

En una de sus famosas citas, Kurt Vonnegut escribió que “ante el miedo a la desgracia, uno puede llorar o reír. Yo prefiero reír porque no hay que pasar después la fregona”. El humor y la comedia se han convertido en herramientas ideales para reflexionar acerca de la (cruda) realidad que nos rodea. Siempre es buena idea recuperar a los clásicos y la mención a Vonnegut no es un simple capricho. A través del humor negro y la sátira, el autor de novelas como Matadero cinco o Desayuno de campeones se enfrentó al sinsentido de la guerra, denunció las injusticias y desmontó ideologías. Hagamos caso al maestro y huyamos de la tragedia.

Muertos de risa

A comienzos de año, Netflix estrenaba la segunda temporada de Machos Alfa. Más irreverente, mordaz y salvaje que su predecesora, la serie consolidaba a Alberto y Laura Caballero como reyes indiscutibles de la comedia televisiva española. Ya sea con la deconstrucción de unos machirulos cuarentones o con una adaptación libre de 13 Rue del Percebe (Aquí no hay quien viva, La que se avecina), los hermanos Caballero parecen haber encontrado la fórmula del éxito. Costumbrismo, humor ácido y mucha mala leche son algunas de las señas de identidad de unas ficciones que se devoran en sesiones maratonianas. Ahora, sus creadores cambian la comunidad de vecinos por una funeraria y desembarcan en Movistar Plus+ con la serie Muertos S. L.

La repentina muerte del propietario de la Funeraria Torregrosa se presenta como la ocasión perfecta para que Dámaso Carrillo, el devoto agente funerario sin escrúpulos, ascienda y tome el mando del negocio. Para sorpresa de todos, Nieves, la viuda del gerente, da un paso adelante y decide heredar el puesto de su marido. Sin experiencia en el sector y con la oposición de sus hijas que quieren transformar la funeraria en un gimnasio, Nieves contará con la ayuda de su yerno Chemi, un supuesto experto en marketing y devoto de Steve Jobs que ha fracasado en todos los negocios que ha emprendido. Entre los empleados de la funeraria destacan una recepcionista hipocondriaca, un desastroso conductor sin puntos en el carné, un joven becario de comercial con ganas de agradar y una maquilladora de cadáveres decidida a emprender un #MeToo contra su difunto jefe.

Habrá quien interprete Muertos S. L. como una versión desmadrada y cañí de la célebre A dos metros bajo tierra. Ambas comparten escenario y punto de partida, pero la serie española deja atrás el poso amargo de la producción de HBO y opta por una ligereza y una estética menos solemne -abundantes zooms y cámara en mano- que la emparentan con The Office o Modern Family. No obstante, Muertos S. L. también hace patria y hunde sus raíces en la tradición de la gran comedia española: la que va de Mihura a Azcona, pasa por Fernán-Gómez y estalla con las viñetas de Francisco Ibáñez y el mejor tebeo Bruguera.

Al igual que ocurría en sus anteriores trabajos, los hermanos Caballero demuestran su pasión, casi berlanguiana, por los repartos corales. Junto a Carlos Areces, perfecto en la piel del ambicioso Dámaso, nos encontramos con rostros habituales de la pequeña pantalla como Adriana Torrebejano, Salva Reina, Gerard B. Fillmore, Diego Martín y los veteranos Manolo Cal y Ascen López.

Muertos S. L. cuenta con una primera temporada de 8 capítulos, de apenas treinta minutos cada uno. La duración justa. El ritmo perfecto. Lejos de los alargados episodios de su hermana mayor, La que se avecina, aquí sus creadores han pulido los gags hasta el tuétano. Queda claro que en la comedia, como en la vida, menos es más.