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La otra La otra
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Raquel Fuertes

Después de más de cuatro años, nos cruzamos fugazmente una tarde de octubre. Ella seguía tan guapa como siempre. Quizá más. Y mantenía el brillo en la mirada igual que la última vez que nos vimos. Prisas, saludo sin besos y una pregunta al aire: “¿Todo igual?”. La respuesta fue un “sí” cargado de sonrisa y con un velo de esperanza: “Esperando a que él arregle el divorcio”.

Porque sí, ella es la que en las películas, en las novelas y en las conversaciones de mesa camilla tiene el papel de “la otra”. Ese papel complejo y casi siempre ingrato, lleno de soledades y esperas, con el que nadie sueña y con el que muchos se encuentran en el discurrir de la vida.

Lo fácil y lo inmediato es asimilar su papel al de “la mala”. Una especie de dos por uno en el que ella siempre tiene la culpa. Pero, siendo justos, nadie puede juzgar desde fuera porque si nadie sabe qué pasa en una pareja como para saber qué ocurre cuando son tres.

Recuerdo cuando lo conocimos. Tres compañeras y un conocido de paso. Yo no lo percibí, pero parece que saltaron chispas desde la primera mirada según nos confesó ella esa misma noche. Lo que yo recordaba, en cambio (qué importante es la perspectiva), era que él nos había contado que se acaba de comprometer. Para cualquier pensamiento convencional, ahí se acaba la película.

Pero las chispas encendieron algo más y los detalles del encuentro de semanas después no dejaban lugar a la imaginación (o despertaban la imaginación, según se mire, porque la narración del reencuentro daba para mucho más que algunos éxitos de taquilla, y con más clase). Se había iniciado una apasionada relación con todas las dificultades imaginables (distancia, compromiso con otra persona, incertidumbre…). 

Después del breve encuentro con mi amiga, sé que la historia continúa. Puedo imaginármela durante estos años tan enamorada como entonces (por lo que vi en sus ojos en esa tarde de octubre), buscando las ocasiones en las que poder salvar al menos el obstáculo de la distancia y con la sombra de la otra mujer (para mi amiga, en realidad, la otra no es ella) siempre presente.

Ella, mientras, espera. A que él dé el siguiente paso para poder convertirse en lo que siempre ha querido ser para quien, en definitiva, es su gran amor: la única.