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Ramón Acín, escritor: Ramón Acín, escritor:
Ramón Acín profundiza en las dicotomías de Zaragoza. @Carlos Gurpegui

Ramón Acín, escritor: "La nostalgia tiene mucho de selectiva y eso es peligroso"

'Los muertos que llevan los vivos' es un brillante juego entre realidad y ficción
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Los muertos que llevan los vivos (Editorial Los libros del gato negro) es la última novela de Ramón Acín, una nueva bocanada de talento y reflexión, para dar luz a vidas, paisajes y a nuestra forma de transitar ante los otros. Un intenso y atractivo texto que esconde lúcidos ensayos morales.

-Recordando a Pío Baroja, el título se las trae: ‘Los muertos que llevan los vivos’. Al revés, sería todavía peor, me temo.
-Sí, sin duda, al revés sería mucho peor, porque, aunque hubiera posibilidad de levantar una historia narrativa, conllevaría algo terrible: simplemente la muerte acabaría por ser lo único a tener en cuenta. Y no, no es así, el título intenta más bien tratar sobre la importancia del tiempo pasado en cada uno de nosotros, en la fuerza de las ausencias y en la necesidad que tenemos a veces de recuperar esas ausencias para entender la vida que nos toca o ha tocado vivir.

Baroja escribió que “no hay más muertos que los llevados por los vivos”. Y es una verdad como un templo. Lo que no se recuerda, no existe. Cuando uno muere, desaparece o se pierde de vista ante los demás, sólo tiene vida el recuerdo que de él queda en los de su entorno. Y eso es el tema cardinal que se explora en Los muertos que llevan los vivos, aunque gracias a él también surgen otros que no son baladíes. Por ejemplo: la soledad que supone el desamor, lo que suele habitar en el lado oscuro de la amistad o la importancia que en las relaciones sociales poseen la impostura o la mentira.

-Importantes temas. En éstas, pues, ¿qué habita en los genes del protagonista?
-El protagonista, un escritor y periodista, huye de sus orígenes para escapar del agobio recién descubierto. Huye y pone tierra de por medio frente a su ciudad natal, Zaragoza por más señas, frente a su familia que le agobia y frente a sus amigos que, en su mayoría, no son tales. Huye y va en busca del olvido, de la cura de sus heridas y de algo de felicidad sanadora porque acaba de descubrir que, por ejemplo, su amor con Ella, su novia, no sólo no es correspondido, sino que responde a intereses deleznables, que a sus padres, aunque desprendan cariño, les mueve ante todo el egoísmo y que sus amigos son más falsos que Judas. El mundo conocido se le desmorona y necesita, por tanto, desmontar las piezas que han compuesto su existencia para así volver a combinarlas con nuevos materiales. Materiales que sólo la huida/viaje pueden proporcionarle, porque viajar conlleva siempre una forma nueva de mirar, dado que, ante el asombro y lo desconocido, la mente está obligada a abrirse para absorber cuanto ve y, después, a meditar sobre ello para así comprender y asentarse. En una palabra, el protagonista de Los muertos que llevan los vivos indaga acerca de cómo mudan la mirada, la perspectiva y la memoria de uno cuando se ve obligado a separarse de aquello que conoce y de lo que, hasta ese momento, han sido quicio de su sustento, de su amparo y de su seguridad a la vida.

Retorno a Zaragoza

-Y retorna a Zaragoza, más en concreto al barrio.
-Sí, la huida, como el viaje, casi siempre puede llevar añadido un regreso. En esta novela el protagonista regresa en tres ocasiones a su ciudad y, en concreto, a su barrio de infancia y adolescencia. Un barrio que encuentra totalmente mudado, en parte porque ha sido absorbido por la ciudad. Un paraíso perdido, por lo tanto. Con sus regresos la memoria se acciona y adquiere nueva perspectiva o nueva forma de mirar ante lo que fue su barrio y su ciudad y antes quienes conformaron y poblaron su entorno. Además, aunque toda partida o viaje conlleven siempre algo ilusión y los regresos mucho de nostalgia, en esta novela hay más elementos esenciales porque el protagonista ha hecho camino al andar y en ese camino ha cambiado hasta el punto de juzgar con dureza, sacando punta a todo, en especial a la antiguas actuaciones de sus familiares, amigos y conocidos. Y también hace lo mismo con el paisaje y el espacio en el que se acunó su pasado.

-“La amo, la odio, le tengo un cariño ancestral”, cantaba Labordeta de esta vetusta ciudad vieja.
-Sí, el protagonista está escindido entre el amor y el odio a la hora de mirar el pasado y bogar por los recuerdos, accionados por cuanto ve de nuevo en el espacio y sus paisajes que abandonó, o por cuanto le dice la gente que camina a su lado en cada regreso. Ese fragmento de Labordeta está en gran medida en la base de la novela. Zaragoza, como su clima acogedor y frío o amable y duro, es una ciudad de contrarios para quien no es originario de ella. Y esa dicotomía es aplicable a casi todo, por lo que es propicia a la hora de novelar, pues permite visiones que, siendo antagónicas, se complementan.

-¿Han cambiado lo suficiente nuestros tranvías, se han customizado o continúan siendo del mismo pelaje?
-El tranvía es un de los elementos claves para accionar en el protagonista la memoria y sus adláteres nostalgia y melancolía. Tal vez porque para él es un recuerdo maravilloso de los años de adolescencia. Desplazarse en tranvía del barrio al centro histórico de Zaragoza significó aventura, novedad, conocimiento de otras realidades y muchas cosas más. Es decir, el tranvía para los quienes vivían en el suburbio era una buena forma de abrirse al mundo y a sus muchas posibilidades. Y así lo confiesa. Hoy día, por el contrario, nada queda de aquello, porque es más bien sólo una forma de desplazamiento rápido. El pelaje o envoltorio, sin duda, ha mudado.

-Y los viajes, una vez más, presentes en su narrativa, además de marchas y huidas. “Viajar para vivir”, apunta.
-Sí, como el protagonista, soy viajero empedernido. Viajar supone cambiar der mirada, bucear en todo cuanto se ve, meditar y, sobre todo, buscar comprensión ante todo lo que nos rodea y sucede. Viajar ensancha la mente y posibilita el conocimiento, pero al mismo tiempo, como le sucede al protagonista, además de disparar la imaginación, también posee una función terapéutica. Gracias al viaje, mediante el abandono de lo conocido y la fuerza de la distancia, el protagonista consigue aclararse en el mundo y descifrar los enigmas que en el pasado le cercenaron. Viajar es para él no sólo vivir, sino también saber vivir. Por eso, la alternancia de viaje/huida y su respectivo regreso por tres veces tiene trascendencia en la novela, tanta que acaba siendo eje estructural. Sin la existencia de huida/regreso no se produciría un cambio en la perspectiva de las cosas, del comportamiento de los personajes, ni tampoco se accedería a la mudanza del paisaje. El viaje choca con la costumbre que nos convierte en sedentarios y anula nuestros sentidos. Viajar es vivir o, al menos, ayuda a vivir más a fondo.

Añoranza

-La añoranza es un “sentimiento temible”, proclama, entiendo que a evitar. En la novela aborda también el binomio nostalgia y sufrimiento.
-Claro, la nostalgia siempre atrapa a las personas. Y atrapa porque suele traer a colación en especial aquello que es grato. La nostalgia tiene mucho de selectiva y eso es peligroso porque su practica ciega una visión manifiesta de la realidad y porque tiende a endulzar el pasado. Pero, por otra parte, también posee mucho de sufrimiento dado que se trata de tiempo ido e irrecuperable. Al protagonista, creo, le atrae más la melancolía que la nostalgia cuando echa la vista atrás. Gracias a ello, su mirada acaba siendo más despejada y puede juzgar mejor, lo que en absoluto le mitiga el sufrimiento.

-“Fuimos reyes del embuste y de la excusa”, exclama, ante las relaciones humanas.
-El citado vaivén de huida/regreso junto al lógico transcurrir del tiempo, además de conformarse como eje estructural de la novela, permite al protagonista aclarar la plural realidad de su memoria, materia básica de cuanto narra. El contraste que surge de ese vaivén le posibilita ver a sus amigos, compañeros de correrías e, incluso, familiares de forma distinta y en profundidad. Ella, RR, VM, W, JT, Jacinto A, Larita Estévez… pierden el fulgor que, en el pasado, proporcionó la amistad, el compañerismo, la diversión o el amor y terminan por adquirir, quitada la ganga y la escoria, su verdadera dimensión.

Otro tanto ocurre con el espacio y sus paisajes. Sin duda, porque la lejanía o la distancia ante los hechos, el paso del tiempo y la ausencia de contacto permiten mostrar las aristas de antiguos comportamientos, sacando a la luz parte de la verdad. Se trata de ver cómo afecta y actúa la apariencia en las relaciones humanas y también de evidenciar que casi siempre las personas con su comportamiento buscan especialmente su rédito personal. Vivir en la apariencia o vivir en la mente de los demás es básico. A eso responde la frase que cita en la pregunta.

-Ya lo decía al comienzo del libro: “Prefiero conocer a las personas a ser conocido por ellas”
-Es la idea central de la novela. Conocer y no ser conocido, la gran baza del dominador. Por eso, encabeza la novela. El protagonista llega a esa sabiduría (o eso hace ver) gracias a contraponer recuerdos y presente, analizándolo todo con el bisturí que le han proporcionado las tras huidas de Zaragoza, huidas sanadoras, y, sobre todo, tras superar la dificultad de los regresos. De todas formas, el protagonista es quien escribe o narra y, por tanto, no debe olvidarse que puede escamotear la información o darle un acomodo acorde a sus intereses. Podría ser una vuelta de tuerca más.