Síguenos
18 18
Nacho Latasa Betes (Monreal del Campo, (1962). Miembro de la Sociedad Fográfica Turolense

Relato de Eva Fortea Báguena / Imagen de Nacho Latasa Betes

Hace algo más de un año que cumplí dieciocho años y hace algo más de un año que me lamento de mi mala suerte.

En casa protesto y me quejo de ser la diana de todas las desgracias, parece que el universo entero se hubiera confabulado contra mí y que todo me saliera mal. Ellos ponen cara de déjà vu, sonríen con cierta condescendencia y me acarician la melena, que por cierto ya casi me llega hasta la cintura.

No es que pensara que todo iba a cambiar el día de mi cumpleaños, que no soy imbécil, y ya me habían repetido mil veces eso de “no te creas que por tener dieciocho años vas a hacer lo que te dé la gana”, aunque… un poco sí, ¿no?

Al menos, en los momentos de rabia ya podría gritar desairada aquello de “¡a mí no me mandas ni tú, ni nadie!” y “¡esta es mi vida, tú no te metas!”. Ser mayor de edad es como subir de nivel, pasar de pantalla o cambiar de status, además puedes votar, aunque para eso mejor le preguntaré a mi madre, a ver qué me recomienda.

El caso es que llevábamos seis meses vendiendo lotería, colonias falsas y papeletas para un sorteo de esos de los que nadie sabe ni recuerda cuándo, cómo ni dónde se celebran y mucho menos aún, quién es el agraciado y que, teniendo en cuenta los millones de boletos vendidos, bien podría ser un aborigen australiano.

Hasta casi teníamos contratada la charanga para la noche de la graduación y solo me faltaba elegir el vestido, largo, de fiesta, con mucho escote y la espalda al aire, que estamos para lucirnos, de algún color intenso y llamativo, nada de algo discretito, blanco, crudo o beige, como sugería mi madre, ¡lo que me faltaba, estando blanca como la pared después de los exámenes y la Evau, iba a parecer una muerta!

Después vendría el viaje a Salou, sí a Salou, ya lo sé, ahora viene lo de “¿a Salou, a qué?, si allí no hay nada que ver, que visitar, ni que aprender”, ¡pues por eso hombre, precisamente por eso, que no os enteráis de nada!

Y por fin llegaría, la Vaquilla de mi vida, la luz al final del túnel de mi infancia, la prueba real y tangible de que me había hecho mayor; hasta había convencido a mi padrino para que me pagara la peña; se acabó lo de llevar todas las amigas el mono del mismo color con el nombre escrito, en un intento de reafirmar la pertenencia a un grupo. Esta vez sí, tendría mi primer escudo adulto en la gorrinera atada a la cintura, por arriba me pondría una escueta camiseta de tirantes, que luego hace mucho calor.  Atrás quedarían los horarios de vuelta a casa, o eso pensaba yo, los fichajes cada dos horas “para ver cómo vas”, o eso de “que no te vea yo con una cerveza o un cubata, ¿eh?”; a cambio, la libertad, o eso pensaba yo, la camaradería con mis padres, los abrazos, los besos y fotos para el recuerdo, “claro que es mi chica, no me extraña que no la reconozcas, menudo cambio, ¿eh?, es que ya tiene dieciocho”, con los ojos de mi padre destilando orgullo. Con suerte hasta me caerían veinte euros extra que “para algo estamos en la Vaquilla, pero come algo y si no, te vienes a cenar con nosotros”, ¡sí hombre, en eso estaba yo pensando! Por primera vez iríamos a los ensogados de la mañana de empalmada y llegaría a casa, ya amanecido y con el sol en lo alto, rendida y como llega cada vaquillero y vaquillera, con el Ángel como guardián y protector.

Pero nada de esto sucedió jamás.

Los sueños se nos quedaron dormidos y nuestros planes se vieron truncados por algo tan indomable como es la misma vida. Nada sucedería ya en su tiempo y en su momento y esas risas, caricias, abrazos y promesas serían ya irremediablemente irrecuperables.

Y después llegó otro invierno, más frío y más duro, como los de antes dijeron los mayores y la nieve cubrió de blanco cielo y tierra y a mí la cabeza comenzó a darme vueltas como en una espiral sin esperanza ni salida.

“Venga hija, que ya queda poco, en unos meses todo habrá acabado”, fueron las palabras de mi madre para intentar animarme tragándose las lágrimas y el dolor, porque nadie mejor que ella sabía que nada sería igual.

La muerte prematura de mi padre, como la de tantos otros, hizo girar mi mente hasta hacerme perder el aire y el sentido. Busqué su presencia en rincones y c

PD: para las dos promociones de turolenses que han visto como se les rompían en pedazos las pequeñas ilusiones que acompañan aquí el hacerse mayor y para todos aquellos que han perdido algo mucho más importante.


EVA FORTEA BÁGUENA. Autora de dos novelas, Despejamos la X (Eride, 2017) y Muñecos de hielo (Prames, 2015), lleva cultivando desde hace años el relato, con el que ha conseguido diferentes premios nacionales. También se ha interesado por el guión cinematográfico y el teatro. Ha colaborado en medios de prensa escrita con diferentes relatos y trabajos.

NACHO LATASA BETES. (Monreal del Campo, 1962). Miembro de la Sociedad Fográfica Turolense

El redactor recomienda