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Médicos de pueblo

Don Delfín tenía una mirada afilada que unos lentes de aumento desdibujaba si no estabas atento y no se las sostenías. Sus manos enjutas no eran otra cosa que el perfecto complemento a todo su cuerpo: delgado, fibroso, hierático. Preguntaba qué te pasaba como si quisiera averiguar si te sabías bien la tabla del siete. Más te valía ser preciso en tu contestación porque, de lo contrario, ya te había plantado una mueca de reprobación que te dejaba pegado a la silla. Su consulta, a ojos de un niño de once años, era una sala que no invitaba a relajarte, al fin y al cabo, estabas allí para curarte y no para otra cosa. Tras su bata blanca había un hombre de fino bigote y cuerpo longilíneo que enarbolaba el bisturí para sajar un golondrino con la misma naturalidad con la que se tomaba un café. Su casa era un espacio tan temido como respetado porque cuando entrabas allí, algo no iba bien y por eso se buscaba el alivio, cuando no quedaba más remedio, eso sí. Don Delfín, como antes don Plácico -así los llamaron siempre en mi casa, con el don siempre por delante- acudían a casa cuando era necesario y el segundo veló porque mi pobre abuela viviese lo más confortablemente posible los días que le deparara su quejumbrosa vejez. A su salida, si yo aparecía por allí, notaba su mirada como si estuviese haciendo un rápido diagnóstico sobre la salud del crío. Delfín y Plácido -la perspectiva de la vida ya me permite eliminar el don- eran médicos de pueblo, ahora llamados rurales, que ejercieron muchos años practicamente a tiempo completo. Sí, eran otros años y otra sociedad, bie distinta a la de nuestros días pero no puedo evitar recordarlos, a ellos y a su trabajo, cuando conocemos la tremenda dificultad que hay para que se cubran las plazas de especialistas en la capital de la provincia o las condiciones en las que trabajan los profesionales de la sanidad en territorios despoblados como el nuestro. Cambian las sociedades y evolucionan hacia parámetros más justos y confortables, sí, pero por el camino dejan algunos recuerdos que te obligan a comparar.