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El escritor Juan Gómez Jurado, el autor español de novela de intigra que más vende en este país, dijo el miércoles que se rendía. Ese día salía a la venta Cicatriz, su último libro, y su editorial había tenido la acertada idea de lanzar durante cinco horas una oferta de preventa en formato digital por 3,79 euros, lo que vienen a costar tres cafés. Y Juan Gómez Jurado decía que había decidido rendirse porque el mismo miércoles su novela ya estaba colgada en una web, donde se podía descargar ‘por la cara’. Lo que me sorprendió es que el autor no montó en cólera, sino que se puso en contacto con la página de descargas: “He hablado con la web en cuestión y han retirado el libro. Les he pedido que respeten unas semanas. Me parece lo justo”, decía en su cuenta de Twitter (@JuanGomezJurado). Hemos llegado a un punto donde un autor, al que le cuesta sangre, sudor y lágrimas escribir una novela, tiene que dirigirse a una web de descargas para suplicarles que retiren su obra, por lo menos durante unas semanas, para minimizar los daños. Y esto no tiene pinta de cambiar. Los que ya tenemos una edad somos conscientes de que descargar una película o un libro es robar a sus autores, pero miramos hacia otro lado. Pero los más jóvenes, ni eso. Han crecido en un ambiente digital donde todo parece gratis, donde se accede a discos, películas o libros con una facilidad pasmosa y sin desembolsar un euro. ¿Y cual es la solución? Pues la pedagogía, no queda otra. La cultura del gratis total nos lleva a quedarnos sin cultura; y sino, al tiempo. Hoy en día se puede ver la Liga por menos de 10 euros, tener una cuenta de pago con música ilimitada por 9,90 o disfrutar de una tarifa plana de 25.000 libros electrónicos por el mismo precio. Nos hemos quedado sin excusas para no pagar, pero mucho me temo que ni aún así conseguiremos que la gente no descargue gratis lo que cuesta mucho dinero hacer.