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Sitúense algo antes de llegar a Torrelacárcel desde Zaragoza. Cálcense unas buenas zapatillas deportivas, pónganse unas mallas y una camiseta y…no paren de correr hasta llegar a Teruel. Bueno, o a la inversa, salgan de Teruel y, pasado el municipio de Torrelacárcel, ya sí eso, paren. Esto es, más o menos, la distancia de una maratón. Más de 42 kilómetros. Y hay gente que la corre. Sí, sí. El domingo, en Zaragoza, más de 1.200 personas corrieron una maratón. A mí con el coche, que son unos 20 minutos, se me hacen eternos estos kilómetros así que no quiero ni pensar en los que lo hacen corriendo. No, he dicho que no lo quiero ni pensarlo porque me agoto. Yo no corro ni aunque se me escape el autobús. Para mí una maratón era algo ajeno, muy, muy ajeno en el que participaban deportistas de élite o el primo segundo de la vecina de la compañera de francés en la Escuela de Idiomas del hermano pequeño de alguna amiga. Sin embargo, ahora ya no. Ahora estoy más familiarizada con este tipo de pruebas, mi novio participa en ellas. Y ya no puedo estar ajena a las mismas. El domingo fue la primera vez que estuve en una maratón y…¡madre mía que ambiente! Yo estaba allí para animar a Javier, aunque animé a todos y todas los que pasaban por alguno de los puntos del recorrido. En los primeros kilómetros, casi todos tenían un aspecto más que aceptable, pero a medida que transcurría la prueba y los kilómetros, ya se empezaba a ver a algunos corredores algo apurados. Pero ahí estaban unos chicos muy simpáticos en patines y armados con Reflex para aliviar los dolores musculares y es que…no sé si lo había dicho, ¡pero es que son más de 42 kilómetros corriendo! Aunque me sigue pareciendo agotador echar a correr y no parar hasta completar esos más de 42 kilómetros, se me contagió un poco el espíritu deportivo y de superación que tienen los corredores. Sobre todo, cuando veía la cara de los participantes, algo desencajada, por el esfuerzo, pero con la satisfacción de haber completado la prueba. Ahora voy a empezar a correr detrás del bus cuando vea que se escapa, a ver qué pasa.