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Y de repente, ladró

Por fin rompió el silencio que tanto nos preocupaba. Mi perro Buñuel ha vuelto a hablar, o más bien a ladrar, porque es lo primero que hizo cuando vio mi última columna la semana pasada. Se indignó tanto, y no porque en los tiempos que corren eso sea lo políticamente correcto, que de haber estado a mi lado -entonces seguía en Japón-, me habría arrancado la cabeza de un bocado. Es lo que me dijo su amigo Kurosawa cuando me contó por wasap que Buñuel había roto el miércoles su voto de silencio y ese mismo día había tomado un avión para regresar a casa. Sí, Buñuel, mi perro, está de vuelta en casa. Llegó el jueves a Teruel. Me trajo de recuerdo una ensaimada, así que ya sé dónde la compró, en el mismo aeropuerto. Es así de original mi mascota. Me dijo que era un plato típico nipón, por lo que empiezo a dudar del archipiélago donde ha estado. “Vengo de donde sale el sol”, comentó con su habitual desfachatez. “De las Baleares, vamos”, le respondí. “Incrédulo”, me contestó enojado. Su enojo no se debía tanto a mis dudas sobre dónde ha estado en este tiempo, sino a mi columna de la semana pasada. Y ni siquiera a eso, sino al gesto “frívolo”, según él, de que debajo de mi nombre pusiese “superviviente”. “¿Te crees un superviviente, tú que no has salido de Teruel, que no sabes lo que es el mundo, ni cómo la gente tiene que sobrevivir, y cómo muchos mueren porque no tienen nada? Ellos sí que son supervivientes, desgraciado”, me espetó. Lo terrible es que después de pasarme más de tres horas aguantando su enfado, cuando cerró por fin su bocaza y me dejó hablar, admití que me había equivocado y reconocí ante Buñuel que es una desfachatez sentirse un superviviente teniendo casa (del banco, mejor dicho), un plato de comida caliente todos los días (más bien frío porque siempre llego tarde a comer), y un trabajo, aunque sea en uno de los oficios más inciertos hoy día. “Bueno, pues pon que eres un futuro superviviente”, me reconfortó Buñuel.