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Qué perra ha cogido mi perro Buñuel con la mascota de la vecina. Dice que no la soporta, que se pone a ladrar cuando debería tener el hocico bien cerrado. Hasta tal punto ha llegado su enojo, que emplea incluso expresiones machistas que intento corregirle, pero no hay manera de que entre en vereda. “No es un problema de que sea hembra o macho, es una cuestión de impertinencia, que es una perra impertinente y ya está, pero no hagas un discurso sexista y misógino”, le digo, a lo que él me contesta: “Eres un blando, no tienes sangre en las venas, y lo que deberías decirle a tu vecina es que ponga un bozal bien apretado a su maldita perra”. Tal era el enfado de mi perro Buñuel que deduje que había algo más, porque donde vivimos es un sitio muy tranquilo, casi sin gente, y prácticamente solo me ve a mí. “Creo que tienes un problema de intolerancia, y no precisamente a la lactosa, sino a la convivencia con otros seres vivos”, le recriminé, y debería haberme callado porque la lié. No se me ocurrió otra tontería que comentarle que si quería estar solo se hiciera náufrago como Robinson Crusoe. Apenas se lo dije, se fue a la biblioteca, cogió la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe y a las cinco horas se la había leído. Cuando pasé al lado de su caseta había colgado sobre la puerta un cartel que decía: “Afuera es feo”. Preferí no decirle nada, pero al día siguiente, al levantarme de la cama e ir a dejarle su ración de galletas para el desayuno, me encontré con una burda valla tejida con ramas que formaba un perímetro alrededor de su caseta con otro cartel que decía: “Isla desierta ya ocupada. Abstenerse otros náufragos”. Llamé a gritos a Buñuel para que me diera una explicación, porque había usado todas las pinzas de tender para armar su vallado. “No me molestes -me contestó-, soy un náufrago que vive aislado y apartado del mundo en esta isla perdida en medio del océano”. Le recriminé por la tontería que acababa de hacer y, lloroso, me suplicó que no fuera duro con él. “Afuera es feo, no seas tú como los impertinentes que gozan haciendo sufrir a seres sensibles como yo, respétame como náufrago”, me pidió. Desde entonces le hago llegar sus víveres en una balsa hecha con troncos.